El episcopado ante el segundo piso de la 4T
Y en 1924 es publicado su libro
Los reyes taumaturgos
Carlo Ginzburg, Cinco reflexiones sobre Marc Bloch
Uno
Por la tarde de este lunes fuimos a Matatlán. Al regreso, en la carretera, mientras aguardábamos el colectivo encontramos a dos migrantes; era ya la noche (una pareja que habita en la ciudad viaja por la tarde del lunes a un pueblo, visita a un amigo; al volver topa con un par de migrantes. Esta es toda la historia, lo poco usual del hecho y las escasas palabras con que se cuentan para registrarlo).
Dos
Tres
Escribo la crónica de una experiencia simple, utilizo palabras para expresar experiencias repetidas; al momento de escribir brota lo innombrado o la experiencia única, no registrada. Me quedo sin palabras. ¿Cómo hablar de la emigración centroamericana en una carretera de los Valles centrales?, no sé cómo hacerlo, porque escribir sobre ese suceso no forma una experiencia registrada.
Cuatro
Ya había entrado la noche, a esa hora en la carretera las luces de los autos corrían amenazantes. Ella hizo preguntas sobre el largo viaje a los migrantes.
Alguno de ellos se quejó de que en el camino habían sufrido asaltos. Pasadas las ocho de la noche tomar transporte de regreso a Oaxaca resulta una aventura. Un taxi colectivo frenó frente a nosotros.
Solo llego a Tlacolula -dijo el conductor.
Por la carretera regresan zigzagueantes los ebrios conductores de mezcal.
Miré al cielo, ¿había luna?, no lo sé (ella no sabe decir si en cuarto creciente o cuarto
menguante, dijo que tenía la luna junto una estrella).
El tiempo se empoza al regreso.
Se palpa el silencio mientras cae la oscuridad sobre nuestra respiración.
¿Qué imágenes recordamos del camino oscurecido? Ninguna, solo la sensación de estar expuestos.
En el cerebro crece la certeza de volver a la ciudad, pero nada nos indica que estemos en el camino indicado.
Recuerdo bien la carretera, cielo azul de nubes barridas por los vientos que corren por los cerros que rodean el valle.
En cada viaje de regreso nos inunda la zozobra ¿Por qué no quedarnos a vivir en algún pueblo? Dicen que allá la vida es barata.
Por la noche la línea blanca de la carretera se hace eterna, el aire estaba cargado de polen. En Unión Zapata vimos las luces de un retén.
En el interior del auto imperó el silencio. ¿Alguno de ustedes es migrante?, preguntó el conductor. Somos de Oaxaca, venimos a visitar a un amigo, respondimos.
El colectivo corría parejo, dentro del auto escuchamos con claridad el momento cuando la llanta mordió la arena suelta esparcida sobre carretera.
El auto se detuvo, recogimos a un pasajero, el taxista bajó a abrir la cajuela; el migrante preguntó con voz baja: ¿cuánto cobran el pasaje?
– Veinte pesos, dije.
Cuatro
En la ida viajamos de Tlacolula a Matatlán en una camioneta pasajera. Antes, de la ciudad a Tlacolula abordamos el camión que viajaba a Díaz Ordaz (a esa hora, pasadas las tres de la tarde para salir de la ciudad el conductor tomó vías alternas, había bloqueos. Un par de señoras que volvían del trabajo conversaban sobre lo barata que resultaban las rentas de los apartamentos en Tlacolula. Sentadas, desde lejos, otro par de señoras habló del bloqueo y de la venta de tortillas).
En el viaje a Matatlán pude tomar fotos del cielo; el registrar la luz acosada por las sombras me dio alguna dicha, mirar la tarde bermeja que crece sobre nuestras cabezas.
“Ya llegamos”, dijo ella.
Bajamos del colectivo sin despedirnos de los migrantes. En el crucero de Tlacolula abordamos el camión que nos trajo a Oaxaca.
Descendimos en la calle Zaragoza, a esa hora encontramos mujeres recargadas en los muros de adobe.
Regresamos con hambre, nos metimos a cenar en Don Juanito.