Llora, el país amado…
CIUDAD DE MÉXICO, 13 de febrero de 2020.- La larga agonía de la CTM como sindicato proletario y su conversión en una holding política y económica de líderes sindicales está creando una crisis transicional. Detrás de la disputa por los espacios de contratación vía outsourcing se localiza la disputa por reconstruir los sindicatos como poder intermediario de negociación contractual con los empresarios.
Lo que debe debatirse en el Senado es el canal de contratación que prefieren los trabajadores: el sindicalismo que los esclaviza con líderes sindicales que los venden a partidos y patrones o el outsourcing que lleva el beneficio directo al salario. Y el Estado debe decidir entre el sindicalismo anti productivo tipo CTM-PRI o la contratación para la productividad.
El modelo de poder obrero lo inventó el PRI desde el Pacto de la Casa del Obrero Mundial en febrero de 1915 y con ese acuerdo ocurrieron tres cosas: se fundaron los batallones rojos carrancistas como columnas de lucha política, el Estado asumió la intermediación tutelar de los derechos obreros para liberar a los patrones de la lucha de clases y la CTM la fundó Lázaro Cárdenas para convertir a los trabajadores en el poder social masivo de los gobiernos revolucionarios por meterse en la producción y la lucha de clases.
La clave del poder obrero priísta la dieron dos historiadores políticos: Arnaldo Córdova afirmó que Cárdenas organizó a los trabajadores como masa y no como clase y Enrique Krauze encontró el poder de Fidel Velázquez en su condición de líder controlador que no aspiraba a la presidencia de la república como en su momento lo hicieron Luis N. Morones y Vicente Lombardo Toledano: la organización de los obreros era sólo para apoyar al Estado.
En la actualidad no existe ninguna de esas condiciones. Por lo tanto, la disputa contra las empresas outsourcing para regresar a la contratación laboral vía sindicatos es sólo un campo de batalla de dos liderazgos sindicales de apristas en Morena: el senador canadiense-mexicano Napoleón Gómez Urrutia y el senador Pedro Haces Barba. De consolidarse este nuevo poder obrero, México seguirá cayendo en los niveles de productividad y competitividad porque los líderes sindicales negociarán contratos sólo para beneficio propio y no para aumentar la productividad de los trabajadores que se pudiera ver cristalizada en mejoras salariales. Este modelo lo consolidó Porfirio Muñoz Ledo como secretario del Trabajo del gobierno de Luis Echeverría: los trabajadores organizados para votar por el PRI y defender al gobierno y al Estado, no para producir.
En los hechos, Napito y Haces se están jaloneando los despojos sindicales de la CTM, una organización abandonada hasta por el PRI desde los tiempos del presidente Salinas de Gortari porque dejó de ser instrumento de negociación productiva con los empresarios y ya no servía ni para acarrear votos. Sin embargo, el Tratado de Comercio Libre 2.0 negociado por Trump, la reforma laboral impuesta por EU y el desinterés del Estado lopezobradorista por organizar y controlar a los trabajadores entorpecerán la restauración del viejo sindicalismo cetemista sólo parta beneficio de sus líderes y afectando la productividad de los trabajadores.
El problema con el sindicalismo mexicano radica en un efecto negativo del modelo: los líderes sindicales usaban y usan el sindicato para enriquecerse personalmente y para ganar cargos legislativos. En el pasado priista la cuota de poder en cargos públicos al sector obrero –diputados, alcaldes, senadores y gobernadores– radicaba en que Fidel Velázquez había estructurado a la CTM para votar y esos votos –10 millones, entre trabajadores y sus familias– garantizaban victorias presidenciales tricolores. Desde 1988 los sindicatos dejaron de producir votos y su cuota de poder priísta ha ido languideciendo.
Ahora Napito quiere regresar a esos tiempos de Fidel Velázquez, pero ya sin las garantías de que los trabajadores de los sindicatos controlados vayan a votar por Morena. De los 50 millones de trabajadores contratados y por cuenta propia sólo está sindicalizado menos del 10% y los trabajadores ya no obedecen las ordenes electorales de sus líderes; eso sí, como estructura de movilización los sindicatos sí pueden ser un ejército electoral, pero de todos los sindicatos sólo el SNTE ha quedado como una maquinaria electoral que la maestra Elba Esther Gordillo vendió al mejor postor: PRI, PAN, PRD y Morena, aunque con el plan con maña de colocarse en los liderazgos con ambiciones de ser presidenta de la república.
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