Yucatán y el país
CIUDAD DE MÉXICO, 11 de febrero de 2019.- Solo el fanatismo podría descalificar los números de aceptación del presidente, que en la reciente encuesta de El Financiero lo ubican con 86 por ciento de respaldo popular.
Con ese apoyo López Obrador puede hacer lo que quiera. Y ahí está el peligro.
Pero dejemos por ahora los riesgos y veamos qué hace de bien para lograr el respaldo que suscita.
La situación pinta mal, pero la población la ve bien.
¿Por qué? Porque López Obrador ha tenido el acierto de introducir cambios en la desgastada y repudiada “forma de gobernar”.
Quizá lo que mejor ha hecho el presidente es quitar la lejanía a la investidura presidencial, sin que le pierdan el respeto.
Puede ser campechano, tomarse un agua de piña a media carretera o jugar una cascarita de beisbol en un diamante de tierra, pero no hay vulgaridad ni arrogancia en su manera de conducirse.
López Obrador rehusó la seguridad que rodea a los presidentes de México y, aunque es sumamente peligroso, eso acercó al mandatario a la gente. Fue un golpe afortunado, pues entre gobernantes y gobernados solía haber una lejanía sideral.
Es un error práctico vender las camionetas blindadas y las Suburban de los funcionarios públicos, pero fue un acierto político.
La población estaba hasta la coronilla de la imagen altanera, agresiva y prepotente que proyectan esos vehículos bajo el mando de un empleado del gobierno.
Se excedieron en la compra, uso y abuso de camionetas que llegaron a estacionar hasta en la plancha del Zócalo, para agravio de la población.
“¡Ratas!”, oí que les gritaban a los funcionarios que salían en caravanas de Suburban desde los alrededores de Palacio Nacional, seguidos de vehículos escoltas.
La gente agradece el cambio hacia la sencillez. Ahí está la encuesta de El Financiero, hecha por Alejandro Moreno.
Equivocada -en mi opinión- fue la medida de deshacerse del avión presidencial, porque es una extraordinaria herramienta de trabajo. Sin embargo, AMLO acertó políticamente (al menos de manera temporal) al embodegarlo.
La gente sabía que el avión del presidente se usaba para todo y no necesariamente de trabajo.
En un sexenio sirvió para traer de París, como único pasajero, al perrito de la primera dama pues había incomodado al anfitrión, Francois Mitterrand, porque el pequeño can desfiló delante de los presidentes, en medio de la valla de soldados franceses que le rendían honores… al perro.
Adiós a los helicópteros. Otro error práctico, pero acierto político de AMLO.
Todo el país sabía, o intuía, que los helicópteros eran usados, además de viajes de trabajo, para el traslado de altos mandos del gobierno a playas o lugares de esparcimiento que son inaccesibles para la gran mayoría de los mexicanos.
Los empleaban para bajar en arrecifes protegidos, para el solaz de los funcionarios y sus amigos.
Incluso para hacer expediciones de buceo en playas privadas de banqueros recién rescatados de la quiebra con recursos del presupuesto, autorizados por el pasajero del helicóptero: el presidente de la República.
Se acabó todo eso, y el país aplaude el cambio.
Ese tipo de frivolidades y otros excesos derrumbaron un gran proyecto de país (como en La Marcha de la Locura, de Bárbara Tuchmann).
Lo que hizo López Obrador fue acabar con los símbolos de los excesos.
Aunado a ello, maneja a la perfección la vena religiosa de la mayoría de la población.
Él tiene un “plan perfecto”: acabar con la corrupción.
Para combatir el mal, como en toda religión, exige sacrificios. Y la gente hace horas de fila en la gasolinera, sin chistar, creyendo que así combate a ese demonio social que es el huachicol.
Pocos protestan por el retiro de fondos a las guarderías, ya que se trata de “combatir la corrupción”.
Todos los errores se justifican a la luz del fundamento religioso: estamos combatiendo al demonio.
El apoyo a AMLO no se razona, es un acto de fe.
Sí, es un gran mérito de López Obrador haber dado la vuelta al ánimo social: la confianza del consumidor está más alta que nunca, aunque tuvimos la peor cuesta de enero en cinco años, según Walmart.
Estos cambios de forma le permiten concentrar tanto poder, que entraña riesgos, como veremos luego.
Y no olvidemos que, como le atribuyen haber dicho a Gabriel García Márquez, el amor es eterno mientras dura.