Diferencias entre un estúpido y un idiota
Itinerario político
El embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar, ya prepara maletas para regresar a su país.
¿Y por qué la repentina retirada, si en México era el “visitante frecuente” y consentido de Palacio?
Precisamente por eso, porque luego del inédito “romance diplomático” con el huésped de Palacio, López Obrador termino por “darle el beso del Diablo” al diplomático norteamericano quien –a su vez–, acabó enamorado del “sencillito” presidente mexicano.
Un amorío político, sin duda.
Amor que sea en política o sea en diplomacia tiene todos los inconvenientes imaginables y ningún beneficio para las partes.
Y es que “chabacano” Ken Salazar nunca entendió que su personalidad pedestre y su origen –justamente seleccionado para conquistar el carácter de un tabasqueño como el mandatario mexicano–, en realidad debieron ser “una herramienta” para “suavizar” al autócrata y autoritario López Obrador.
Sin embargo, en los hechos, ese “encantador de serpientes” que despacha en Palacio terminó por “encantar” al modesto ex senador de Colorado, al extremo de que el representante diplomático en México terminó por creer todas las mentiras que a diario le contaba el tabasqueño.
Mentiras y dislates que, sin ningún rigor político y diplomático, a diario reportaba el embajador Salazar a su gobierno.
Pero en la Casa Blanca “prendieron los focos rojos” cuando se percataron que los reportes que llegaban a Washington procedentes de la Embajada de México no eran distintos a las ocurrencias y dislates presidenciales que –a diario–, publica la prensa mexicana sobre “las mañaneras” de López.
En los hechos, el embajador Salazar había sido atrapado por “los encantos engañabobos” del mexicano López Obrador.
Y frente a tal peligro se echó a caminar la eficiente “rueda del poder” en el imperio del norte.
Por eso, uno de los medios más influyentes de aquel país; The New York Times (NYT) soltó la bomba, a manera de reportaje, apoyado “en versiones de funcionarios que prefirieron el anonimato”; el secretismo propio de la diplomacia y del poder.
Así lo escribió el influyente diario neoyorquino: “Existe una creciente preocupación dentro del gobierno de Biden de que el embajador (Salazar) podría haber comprometido los intereses de Estados Unidos” en el desempeño de su misión diplomática.
Según los entrevistados por el diario –funcionarios de la Casa Blanca–, Ken Salazar “era el hombre perfecto para apaciguar” al presidente mexicano, a partir del trato sencillo del ex senador demócrata de Colorado.
Sin embargo, las visitas reiteradas del estadounidense a la casa presidencial llevaron a Salazar a compartir la visión de López Obrador sobre aspectos fundamentales que –por pura casualidad–, rechaza al Casa Blanca.
Temas como la Reforma Energética, las energías limpias y la alianza del gobierno mexicano para entregar regiones completas al crimen organizado.
Incluso, en la Casa Blanca se especula que Salazar pudo alentar la decisión de López de boicotear la Cumbre de las Américas, en contra del propio presidente Biden
Pero además, llamó la atención de Washington la nula claridad del embajador Salazar frente a temas como la persecución y muerte de periodistas mexicano y medios por parte de AMLO, el insistente debilitamiento de la democracia de nuestro país y, en especial, mentiras al mejor estilo “Trompiano” como el llamado “fraude electoral” de 2006.
Al final de cuentas, el mensaje del gobierno norteamericano a través del reportaje en el NYT es que el embajador Salazar cruzó la línea de la traición y, por tanto, deberá ser retirado de inmediato o, en su caso, solicitar su retiro.
Pero “la gota que derramó el vaso” aún estaba por venir.
Y es que horas después de que en primera plana el NYT publicó el reportaje sobre la “presunta traición” del embajador Salazar, el presidente mexicano, López Obrador, cometió la mayor pifia diplomática de su gobierno.
¿Por qué?
Porque en lugar de dejar que el propio Salazar respondiera al NYT, desde Palacio, López defendió al diplomático mediante elogios sin límite y con palabras que suponen que más allá de una relación política y diplomática, existe una amistad personalísima entre Salazar y Obrador.
Una “amistad” que, en política, se llama “el beso del Diablo”.
En palabras llanas, resulta que en su peculiar “estilo chabacano” López reconoció en la mañanera del pasado martes su “romance diplomático” con el embajador de Estados Unidos.
Un romance que para la política y la diplomacia norteamericanas es sinónimo de traición a la patria.
Pero volvamos al principio.
¿Por qué a ese tipo de traición se le llama “el beso del Diablo”.
Porque en política, y en especial en la política mexicana, “el beso del Diablo” es precisamente la marca de la traición.
En efecto, cuando un político pacta con el adversario o con el opositor, recibe el “beso del diablo”, que es “la señal madre” de la deslealtad.
La historia política mexicana tiene muchos ejemplos de “el besos del Diablo”, pero uno de ellos es la fuente primigenia.
La expresión coloquial se debe al talento y al talante político de Gustavo Carbajal Moreno, en su momento jefe nacional del PRI y uno de los amigos más cercanos el entonces presidente José López Portillo, quien llegó al poder el 1 de diciembre de 1976.
Resulta que a semanas de asumir el cargo de presidente de los mexicanos, “jolopo” –como era motejado López Portillo–, enfrentó la intromisión de su antecesor, Luis Echeverría.
En efecto, buena parte de la clase política acudía “a la casa de Luis” –en San Gerónimo–, en busca de consejo y apoyo, en el entendido de que existía una Maximato y que López Portillo era un presidente títere.
Entonces, en una entrevista de prensa, Gustavo Carbajal lanzó un mensaje claro, fuerte y directo a los líderes y políticos que no se alinearan al gobierno en turno.
Son enemigos del presidente quienes busquen “el beso del Diablo”, dijo, palabras más, palabras menos. No pocos de ellos terminaron en prisión.
Sí, López Obrador le dio “el beso del Diablo” al embajador Salazar.
Y mientras tanto, si la estulticia de López Obrador no terminan por abortar el próximo encuentro entre los presidentes Obrador y Biden, la suerte de Ken Salazar está echada.
Por tanto, en el último tercio del gobierno de López Obrador, México no tendrá otro embajador norteamericano con la monumental ingenuidad de “bonachón” Ken Salazar.
Al tiempo.