Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 10 de agosto de 2017.- A los que creen que AMLO es el “inevitable”, los últimos acontecimientos tal vez los saquen de su error.
Lleva 14 años en campaña y sigue estancado en el 30 por ciento de las preferencias.
Es el político más visto y oído de México. La gente ya lo conoce. Y tiene a un 70 por ciento de la población que no va a votar por él.
Así es difícil que gane, aunque esté arriba en todas las encuestas.
De acuerdo con la reciente medición de Reforma (que coincide con una atribuida a Presidencia), AMLO tiene entre 28 y 30 por ciento de las preferencias. Cinco puntos arriba del PAN y 10 sobre el PRI. No es nada para el que lleva casi quince años en campaña y todavía no tiene contendientes.
La elección en el Estado de México mostró los límites de López Obrador. Como nunca antes en su vida política tenía todas las de ganar, y perdió.
Perdió contra el PRI en el peor momento de ese partido. El priismo no tenía ninguna expectativa que ofrecer en el Estado de México.
Había dado el golpe del gasolinazo, que produjo una reacción de repudio porque tocó el bolsillo de la población (aunque fue una medida imprescindible).
Tenía al presidente Peña con una popularidad del 12 por ciento.
La inseguridad en el Estado de México trepaba a picos nunca antes vistos en crimen, robo a pasajeros, asaltos, extorsión y corrupción de policías con delincuentes.
El candidato del PRI era Alfredo Del Mazo, un muy mal candidato.
Y sin embargo López Obrador, que estuvo en campaña prácticamente todos los días en ese estado, perdió.
¿Cómo le hizo para perder? Lo de siempre. Equivocarse. Despreció a sus aliados naturales y se fue solo. Calumnió a medio mundo.
Y algo muy importante: la gente ya lo conoce. No pasa de la banda del 30 por ciento.
En 2005, un año antes de la elección –como ahora-, López Obrador tenía 20 puntos de ventaja cuando Felipe Calderón no figuraba en el PAN y no había candidatos formales.
Su vena autoritaria y autodestructiva lo hizo perder unas elecciones que tenía en la bolsa, con esa enorme ventaja.
Perdió porque insultó al Presidente (“cállate chachalaca”), descalificó a los ministros de la Suprema Corte de Justicia, fue grosero con la jefa de campaña de Calderón y tachó de ladrones a todos los que no estaban con él.
Es más o menos lo mismo que está haciendo ahora, sin tener los 20 puntos de ventaja que tenía en 2005.
Insultó a Pepe Cárdenas. A dueños de medios de comunicación –donde siempre ha tenido expresión la izquierda- los trató de ladrones y a sus diarios de “pasquines”. A los consejeros del INE les dijo empleados de la mafia, a pesar de que ahí hay consejeros que se desviven por cortejarlo.
A sus aliados les ha exigido sumisión y les pone ultimátum para convertirse al morenismo y salvarse, como si fuera una religión.
Es el mismo López de 2006, aunque trate de congraciarse con empresarios y dueños de medios de comunicación. Haga lo que haga le sale el verdadero AMLO, que odia, calumnia y desprecia.
Puede volver a perder y lo presiente. Por eso la batería de insultos de sus seguidores en los medios y en las redes en contra del INE, los árbitros. Los quiere doblegar a escupitajos, y ahí va.
Sin embargo no pasa del 30-35 por ciento. Ya lo conoce la gente. ¿Puede ganar con eso? Sí, pero no es inevitable.