Diferencias entre un estúpido y un idiota
CIUDAD DE MÉXICO, 16 de enero de 2020.- Seguramente a muchos les ha ocurrido que, ante la más elemental crítica al presidente y a su gobierno, algunos ciudadanos saltan de inmediato y esgrimen una defensa a ultranza.
Cualquiera que sea la crítica y sin importar la complejidad del tema, siempre aparece “un valiente” en defensa de lo indefendible, como si con ello le fuera la vida.
Y está claro que esa defensa también es pública en medios tradicionales –como prensa radio y televisión–, en donde aplaudidores a sueldo no son más que propagandistas del gobierno de López Obrador, en tanto que en digitales y redes campean verdaderas jaurías que son lanzadas contra cualquier crítico de López Obrador y de sus mentiras.
Por eso, y si son ciertas las encuestas sobre la popularidad presidencial –algunas dicen que López Obrador tiene una aceptación de 7 de cada diez mexicanos–, podemos concluir que un feo síndrome atacas a millones de ciudadanos mexicanos.
¿Y cuáles son los síntomas de ese peligroso síndrome?
Todos los conocen; ceguera, sordera y “entendederas cortas” ante una realidad aplastante; una realidad que confirma que millones de mexicanos están enamorados de su principal verdugo.
¿Su principal verdugo…?
En efecto, millones de mexicanos parecen ciegos, sordos y obnubilados por un gobernante que todos los días los engaña, les miente, los insulta y los empobrece y que, a pesar de todo eso, todos esos mexicanos lo idolatran.
Y, ante esa fea epidemia de amor colectivo, todo indica que –en el caso de la defensa a ultranza del desastroso gobierno de Obrador–, asistimos a una suerte de amor ciego, sordo y tonto que, sin freno, afecta a millones de mexicanos que defienden y aplauden a su verdugo sin chistar.
En efecto, porque a querer o no, López Obrador es el verdugo de miles de mexicanos desempleados; el verdugo de los casi 40 mil muertos en hechos violentos; verdugo de los millones de mexicanos que han sido asaltados, robados, secuestrados y violentados en sus bienes y sus personas.
Obrador es el verdugo de millones de mexicanos que hoy no tienen acceso a la salud; verdugo de otros millones que tienen un futuro incierto con la precaria educación pública; el verdugo de cientos de familias víctimas de uno o más feminicidios.
El presidente mexicano es el verdugo de todos aquellos niños que se quedaron sin guardería, de los miles de niños enfermos de cáncer y de otras enfermedades, a los que hoy se niega la salud y los medicamentos; es el verdugo de las mujeres que hoy ya no tienen refugios para escapar de la violencia intrafamiliar; el verdugo de miles de mexicanos que perderán la vida por el deficiente servicio de la salud pública.
Y López Obrador es el verdugo de la democracia toda; de la división de poderes, del fin de los contrapesos, de la cancelación de los derechos humanos en México y del fin de la transparencia.
Pero también es el verdugo del crecimiento económico cero; de la muerte de no pocas empresas y de la cancelación de la inversión directa.
Y aquí vienen las preguntas.
¿Por qué, a pesar del tamaño de la destrucción institucional emprendida por el gobierno de López Obrador, muchos mexicanos siguen enamorados de su verdugo; por qué otros tantos lo justifican a ultranza y no faltan quienes temen siquiera molestar a López Obrador, con el pétalo de una crítica?
¿Serán víctimas del “Síndrome de Estocolmo”?
Como saben, entre 1973 y 1974, en Estocolmo, Suecia, se produjeron eventos en los que las víctimas de secuestro terminaban enamoradas, fanatizadas o convencidas de las causas criminales de sus verdugos.
El criminólogo Nils Bejerot bautizó esa conducta como “Síndrome de Estocolmo”.
¿Estarán millones de mexicanos enamorados, fanatizados o convencidos de las causas criminales de su verdugo, el presidente Obrador?
Al tiempo.