Cortinas de humo
CIUDAD DE MÉXICO, 30 de diciembre de 2017.- ¡Cuántos años vivimos en este año! Años que envejecieron al poder tradicional y le abrieron la despedida. Hubo un derrumbe estrepitoso de instituciones -como Pemex-, miles de muertes violentas, saqueos. fraudes, gobernadores corruptos encarcelados, pifias gramaticales de políticos, hundimiento de partidos como el PRD, más de 35 mil desaparecidos, cero solución al problema de Ayotzinapa, dos sismos destructivos y fatales y el fracaso de las llamadas reformas estructurales. Años y leguas en un país azorado, agredido, empobrecido, pero en el que se avizora otro camino. La frase ¡Feliz año nuevo!, que está en boca de todos en este momento -a excepción de los chinos y otros países que tienen otros calendarios-, crea una barrera universal de buenos deseos. Es una buena vibra extendida al universo. A punto de entrar este milenio, -hace 17 años quien lo dijera-, allá, en un lugar santo a la orilla de un precipicio, una multitud esperaba el fin del mundo. Dentro de las noticias de fin de milenio los medios enfocaban cada rato a la multitud, pero lentamente, a medida que las horas pasaban, la multitud fue bajando de número y al final, casi a punto del último segundo, ¡ya no quedaba nadie! Para ellos quizá el mundo había terminado de una manera y comenzaba con otra. Ante un nuevo camino que se abre, ¿que nos deparará el destino?¿un cambio que nos aliente o la repetición brutal de la infame vida que el país ha tenido en los últimos años? Estamos en momentos de decidir.
Años y leguas
Con algo de la belleza y la poesía que volcó Gabriel Miró en su obra cumbre, Años y leguas (Editorial Posada 1958, Buenos Aires, muchas editoriales, ante todo españolas), nuestra vida transcurrió en 2017 llevada por lo acelerado de los acontecimientos, vivencias diarias que en mucho sentido nos endurecieron, pero que resaltaron la grandeza que puede tener el ser humano, como ocurrió durante los sismos septembrinos. Parece que en un año recorrimos en muchos sentidos, a veces en sentido inverso y adverso, las impresiones que plasmaron la larga exposición autobiográfica del poeta alicantino, con otras estampas, otras experiencias, pero todas vitales en un entorno incierto y depredador. Miró escribió esta obra a lo largo de muchos años en su retorno a su personaje Sigüenza, al que toma de la mano como si fuera el mismo -porque lo es-, para contar sus reflexiones, sus matices, la vida que transcurre en la sierra de Aitiana, sus personajes, su belleza, la profundidad filosófica y poética y el andar en sus últimos años, para morir en 1930. La obra fue editada completa en 1928, pero su inicio, publicado en La Nación de Buenos aires, es de 1923, por entregas, como se estilaba, lo que fue en cierto sentido un recordatorio de aquellos otros escritores europeos que lanzaron sus obras en pedazos y las hicieron, al juntarlos, clásicas y geniales. Un ejemplo es Juan Ramón Jiménez con su Platero y yo. Al terminar este año e iniciar 2018, vale la pena penetrar en la hondura de este poeta, que no caiga en el olvido; recoger sus primicias y su final y sentir que aunque el país está deshecho, podremos decir como el otro poeta, nuestro latinoamericano universal Pablo Neruda, Confieso que he vivido.
He aquí, una síntesis de Años y leguas de Gabriel Miró:
“Y así la muerte y el dolor, el agua, las delicias, la noche de las estrellas, la noche de luna grande, las soledades, el silencio, la fugacidad de nuestra vida, y la perpetuidad de la vida que prosigue sin nosotros, un frutal en flor, una cumbre, el vuelo de las aves en el azul…”