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CIUDAD DE MÉXICO, 24 de diciembre de 2020.- Cuando Bob Dylan ganó el premio Nobel en 2016, se exhibió en parte del medio literario ese sentimiento de coraje que expresa la envidia, pero al mismo tiempo la defensa de un status, de un sistema tradicional que premió a señores también tradicionales en sus trabajos. Fue como el desmoronamiento de un valor establecido que dejó huérfanos a los que celebran año con año la entrega. Con la tradición restablecida, alguna vez también bamboleada por aquel insensato colombiano que se vistió de guayabera para recoger el Nobel, todos los inconformes respiraron tranquilos.
Esta actitud es similar a lo que pasó aquí cuando ganó un político no tradicional o cuando se nombra en la SEP a una funcionaria que desmerece frente a priístas colmilludos, panistas convencionales o izquierdistas de arribo que embonaban muy bien con el que iba a mandar. Escuchar o leer a intelectuales reírse incluso de Dylan (algunos que andan por ahí escribiendo criticas en suplementos son unos de ellos), era desagradable; ponían ejemplos irrisorios acerca de los próximos que ganarían el Nobel. Daban pena en su propia salsa, despreciables en su catadura. Bob un gran compositor, figura de muchas décadas fue defendido por el jurado del premio Nobel y uno de ellos echó mano del ejemplo de los grandes trovadores que eran también poetas de la voz, de las historias, de los relatos del camino que eran literatura no escrita.
Clásico que lanzó la pregunta antes que Dylan en 1908, ¿lo inspiró?
A mediados de los años cincuenta, cuando Dylan tenía alrededor de 14 años, yo, niña, entonaba un himno en la iglesia Adventista del Séptimo día, que me gustaba mucho. No recuerdo su nombre. Imagínense mi sorpresa cuando allá cerca de la mitad de los sesenta escuché por primera vez La respuesta está en el viento y era la misma melodía. No recuerdo si fue entonces o más recientemente que investigué al autor de esa tonada y la enciclopedia me envió a finales del siglo 19. Hoy he vuelto a buscar al autor a partir del nombre de la canción que hizo famoso a Dylan desde 1962 y no se si se trata de mismo de aquel entonces. Este se llama Charles Ives, autor de sinfonías, conciertos, música de cámara, muchas obras, que se desempeñó por muchos años como organista de iglesias y eso me recuerda que ese himno lo tocaba mi cuñado Juan García Molinares recientemente fallecido, en la iglesia mencionada arriba; igual, como organista en los años cincuenta.
No he escuchado el concierto de cámara número 4, que tiene como nombre una pregunta similar a la canción de Dylan ni se si será el mismo que investigué tiempo antes, pero se trata de un concierto que se llama en inglés The unanswered question, que es el que me aparece ahora como autor de la música y probable inspirador de la canción, considerada entre la lista de canciones más bellas de todos los tiempos. Cuando dicha canción se dio a conocer, un estudiante de música dijo que él ya había oído la melodía, pero le dijeron que mentía. Todo eso se conoce en el vecino país y ha trascendido en la historia de Dylan. Él recreó su famosa canción quizá a partir de una bella melodía de cámara de un autor clásico nacido en 1874 y que murió en 1954 en su patria, Estados Unidos. A Armando Manzanero le ha pasado lo mismo, pero con música de Chopin.
Poeta y cantor, su propuesta entre el verso y la mística.
Largo y tendido sería hablar de un personaje que tiene mas de 60 años en el espectáculo musical, con la diferencia de que se trata de un ser místico, un hombre que envía mensajes, un ser que expresa compromisos. Bob está considerado entre los grandes de la música. No fue sorpresa su Nobel para muchos, porque desde tiempo atrás el movimiento beat ya lo promovía cada año. En su natal Minnesota anteceden la palabra poeta a la de músico, quizá porque ambas facultades se entrecruzan y compensan.
Ha sido considerado un músico generacional en determinadas etapas y en los movimientos juveniles de los años sesenta, durante la guerra de Vietnam a la que oponían, su famosa canción Blowin’ in the wind se cantaba en todas las marchas y reuniones. Ha recibido premios, como el Príncipe de Asturias que no fue a recoger, reconocimientos de todo tipo y en su cancionero con más de 60 canciones en las que se manifiestan sus poemas cantados, ese ejercicio de poeta salió después del Nobel de 2016. Ha inspirado documentales, dos de Martín Scorsese y llevado la música en varios filmes. Como autor de libros, ha sido esquivo. Aparte de los cancioneros, ha publicado sus crónicas en los que relata su largo peregrinar por la música y la poesía y otro llamado Tarántula de prosa y también de poesía.
Su transitar por la religión pasó del cristianismo al judaísmo, y de vez en cuando va y se inclina ante sus dioses. Ese es el personaje que como en un símbolo que ha sido interpretado de diferentes maneras, espera que el viento le dé la respuesta.