Llora, el país amado…
Todos tenemos una percepción sobre la calidad de nuestra vida, la de nuestra familia y la de nuestra comunidad. Tenemos, además, la percepción de que esa calidad siempre puede ser mejor y trabajamos arduamente para que así sea. Aspiramos a tener un trabajo mejor remunerado, nos preocupamos por mantenernos saludables, mandamos a nuestros hijos a la escuela para que se preparen y tengan una vida mejor a la que nos tocó a nosotros.
Más allá de esa percepción individual o personal, el concepto de calidad de vida se utiliza ampliamente para evaluar el desempeño de políticas públicas, de las medidas de conservación del medio ambiente o de las intervenciones médicas, por mencionar los campos en que este concepto ha cobrado cada vez más importancia. El concepto de “calidad de vida” no es fácil de definir, puesto que incluye elementos objetivos y subjetivos muy variados, y cada campo tiene su propia definición operativa.
En el caso de la salud, es ampliamente conocida la definición que ha manejado la Organización Mundial de la Salud desde su conformación en 1948: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades.” La complejidad que encierra cada una de las categorías de esta definición es evidente y el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición “Salvador Zubirán” hace un listado de cinco dominios principales en que pueden agruparse los componentes objetivos de la calidad de vida: en primer lugar el bienestar físico, es decir un cuerpo saludable; en segundo lugar el bienestar material, que incluye el acceso a alimentos nutritivos, una vivienda digna, medios de transporte eficientes, etcétera; en tercer lugar el bienestar social, es decir la armonía en las relaciones familiares, interpersonales y comunitarias; en cuarto lugar lo que tiene que ver con desarrollo personal y las actividades productivas, es decir el acceso a la educación, la ocupación laboral, la contribución a la sociedad; y por último el bienestar emocional: la autoestima, la tranquilidad, la alegría de vivir. No hay que olvidar, por supuesto, que cada uno de estos rubros tiene su contraparte subjetiva, es decir la satisfacción que cada uno de nosotros “siente” sobre cada uno de ellos, algo que además es fluido y cambia en función de la edad, los imponderables de la vida misma y los vaivenes del entorno físico y social.
El concepto de calidad de vida tiene una aplicación muy concreta en la evaluación de intervenciones médicas puntuales y cada especialidad tiene sus propios cuestionarios y adapta su concepto de acuerdo a las necesidades específicas de las patologías que estudia y los tratamientos que implementa. Cuando enfermamos, la calidad de nuestra vida se va al suelo y también la de nuestra familia. No nos podemos mover o no podemos comer o el dolor no nos deja siquiera acomodarnos en la cama, además de que nuestra economía sufre por no poder trabajar y por los gastos que siempre implica enfermarse. Y entonces viene la pregunta: ¿los medicamentos que nos recetan o las intervenciones quirúrgicas que nos hacen mejoran nuestra calidad de vida o la empeoran por sus efectos secundarios o sus secuelas? El médico tiene que valorar esto en primer lugar a la hora de planear el tratamiento y es algo fundamental cuando se está desarrollando un nuevo fármaco o una nueva intervención terapéutica.
Al ser la diabetes una enfermedad que no tiene cura, por poner un ejemplo importante, las recomendaciones médicas están encaminadas a mejorar la calidad de vida de los pacientes o, dicho de otro modo, a evitar que su vida vaya perdiendo paulatinamente su calidad. Una alimentación adecuada, evitando azúcares y grasas, el control del sobrepeso y la obesidad, el ejercicio regular, el cuidado de los pies, la revisión periódica de los ojos, el uso de fármacos hipoglucemiantes o en su caso insulina, todas estas intervenciones han probado mejorar la calidad de vida de las personas que sufren diabetes, tanto en los componentes objetivos como en los subjetivos.
El concepto de calidad de vida es útil para evaluar los desempeños más allá de la salud. La conducción de los países y las ciudades es uno de los campos en que esta evaluación se ha aplicado consistentemente a nivel mundial, contemplando decenas de factores, entre políticos, económicos, medioambientales, de seguridad, de salud, de educación, de transporte, de servicios públicos. El índice de calidad de vida de un país o una ciudad —hay fórmulas para calcularlo— es un instrumento de gran utilidad para saber si vamos avanzando o no por el camino adecuado.
Por una vida cada vez de mejor calidad, ¡que viva Oaxaca!