“…que le están degollando a su paloma”
CIUDAD DE MÉXICO, 18 de noviembre de 2020.- Uno de los lugares comunes más repetidos en la política es afirmar que, debido a su bono demográfico, México es un país de y para los jóvenes. Sin embargo, detrás de esta frase se esconde una desalentadora realidad: el potencial de crecimiento económico derivado de los cambios en la estructura etaria de nuestra población no ha sido acompañado de políticas públicas dirigidas al desarrollo del capital humano. Tampoco se han mejorado las condiciones de inserción laboral en el sector formal o el fomento del ahorro para cristalizar la ‘promesa joven’.
El ‘freelanceo’ de por vida no es vida
¿Entonces los jóvenes estamos encadenados a un futuro de ‘freelanceo’ y prestaciones cero? La respuesta atraviesa por distintos matices, pero en primera instancia pasa por afirmar que los políticos y los tomadores de decisiones nos han fallado. En el mejor de los casos, han sido omisos o les ha faltado visión de futuro; en el peor, se han dedicado a despilfarrar y comprometer los recursos de las generaciones futuras, tal y como ocurre con el actual Gobierno Federal.
Así, han pasado al menos 20 años en los que México pareciera estar empeñado en perder la oportunidad histórica y demográfica de convertirse en la gran potencia latinoamericana. La reserva de talento, creatividad e innovación de millones de jóvenes mexicanos debería traducirse en el apalancamiento de desarrollo económico y renacimiento tecnológico que nos conduzca hacia ese objetivo.
Un retiro de pesadilla
¿Qué tan grande puede ser el problema? Se proyecta que las y los mexicanos que actualmente tienen entre 15 y 35 años tendrán una calidad de vida deteriorada al momento de alcanzar la edad de retiro. Tendremos grandes dificultades para construir un patrimonio propio, aunado al lastre de lidiar con los problemas macro-estructurales que ya ponen en riesgo la viabilidad de la vida humana, como lo son el cambio climático y el agotamiento exponencial de los recursos naturales.
Frente a este escenario, es incuestionable la urgencia de empezar a tomar decisiones que garanticen un futuro mínimo viable y revertir aquellas que sólo acelerarían la recaída.
Responsabilidad compartida
Modificar este escenario requiere una definición inaplazable: las y los jóvenes debemos intervenir con fuerza y determinación en las decisiones políticas. Pero si analizamos los programas de los principales partidos políticos, nos daremos cuenta que pocos toman en serio a la juventud. Domina una visión paternalista que nos percibe como un objeto clientelar, al cual se pueda contentar con cuotas reglamentarias o becas irrisorias. Lo que se esconde detrás de estas visiones es una profunda desconfianza en la capacidad de los jóvenes para labrar su propio destino. No queremos dádivas, queremos oportunidades.
Pero la responsabilidad de construir en toda democracia siempre es compartida, y desde la juventud tampoco hemos hecho lo suficiente para abrirnos paso en los espacios de toma de decisiones. Irónicamente, somos las generaciones más politizadas y apasionadas en el discurso público pero, al mismo tiempo, las que menos participamos formalmente en política. Parecemos olvidar que existe una vida pública más allá del laberinto de pantallas e interfaces que componen las redes sociales y que las elecciones se ganan con votos, no con likes y retweets.
Rumbo a 2021: más y mejor política
Por ello, desde este espacio hago un llamado entusiasta a todas y todos mis contemporáneos para volcarnos de lleno a la participación política en las elecciones intermedias de 2021. Esta será una oportunidad única para impulsar una agenda común que nos una como bloque generacional, independientemente de simpatías o afiliaciones políticas.
Si realmente queremos ver nuestras causas representadas e incluidas en la toma de decisiones, no tenemos más alternativa que abanderarlas y defenderlas nosotros mismos.
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