Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Protagonista de este libro es la nuda vida
Giorgio Agamben, Homo sacer, vol. I
OAXACA, Oax. 10 de mayo de 2021.- Hora de la madrugada, hora del Tentador. Tentación, Tentación, Tentación, Demonio, cruz. Vuela, revuela, insiste inasible, inubicable insensible zancudo de la madrugada (al poema lo guían los sonidos, no las palabras). Para padecer la sobriedad me levanto, enciendo la luz. Espero incierto. No vuelve ya el zancudo, llegan las letras: 10 de mayo. Ladran los perros. Al nacer nadie escribe en la palma de la mano las letras del santo y seña de los días por venir, iracundos somos puño, llanto del sueño interrumpido: “este es el camino”. Nacemos para que nuestros padres vean el camino al marcharnos lejos, retirarnos. A la manera de una pleamar marcados por lunáticas presencias, continente de aguas, recipiente. Cruzo la calle, la esquina opuesta me espera, desconocida. Cargada de noticias. Los perros insisten, ladran, aúllan, reclaman. Cuando nacemos nada está escrito en la palma de la mano, ni una letra. Puño cerrado, prevenidos. Suena Bill Evans, ya lo dije (nunca mencioné que Evans fue una recomendación de Murakami). Avanzo en la madrugada, encontré un viejo apunte en la libreta: “La obsesión lleva al extravío, esa forma personal de escribir del camino”. Miro los ojos de las mujeres casadas, cargan tanta piedad. Sobre la luz suena la música de Bill Evans, drogadicto. Cuando nacemos nadie acude a nuestra cuna a escribir las letras sobre los tiernos huesos, casi cartílago. Aire y sudor, lágrimas. La madrugada corre, repleta de noticias, hay perros, ladridos, gritos, detonaciones de arma de fuego (no hay fantasmas); zancudos (esto no le aprendí en ningún libro, no hay escritura para lo verdadero). En la madrugada respira apacible la loma de Monte Albán, San Martín por la secundaria repleta de empobrecidas viviendas. En mi cabeza está el zancudo de la madrugada. La música pasa, cundida, percudida de noticias: “hay contagios, defunciones”. Continúa la alerta como parto mil veces repetido, interminable. La noche insiste en trocar su forma, mutilarse. Hay cierta música en las grafías. Oscuridad y silencio, “buzo ciego”. Está toda la poesía, pero como si no estuviera. Cuando nacemos probamos el sudor de nuestra madre, impertinentes. Pero andamos, andamos, andamos y andamos con los puños cerrados, oscuros. “Casi bruno”. Cuando nacemos buscamos la sonrisa de la madre, encontramos su silencio, no hay palabras para su amor recién parido. Tentación, Tentación, Demonio. Se nos va el tiempo y el tiempo sobre labios cargados de lágrimas, salados. Buscamos sin saber que nadie sonríe entre la sangre. Miro a las mujeres casadas, ¿cómo saber si alguna de ellas fue mi madre? Hay asuntos que se olvidan. Cuando nacemos no hay destino escrito y andamos y andamos sin recordar que el infante que fuimos fue el libro escrito, cargado de palabras que indican el camino.