Dos meses de huelga, miles de asuntos pendientes
…tal fue la hazaña de Baltazar Gérad,
un joven carpintero de Dole.
Juan José Arreola
OAXACA, Oax. 26 de mayo de 2021.- La historia sale a registro con el comentario sobre lo imposible del juego perfecto sin hit ni carrera, espalda con espalda dicho la tarde de mayo en la narración del partido de beisbol; alguien dijo que la única ocasión de ocurrido el hecho extraordinario fue en el año de 1933, en las Grandes Ligas; este año hay lluvia de Juegos Perfectos, seis, en lo que van corridos los dos meses de temporada. Las bases se colocaron para ser pisadas por los corredores, con el juego perfecto, en nueve entradas, se mantienen limpias, sin uso.
Lograr el sin hit va en contra de la naturaleza misma del juego o concreta una forma imposible del encuentro si pensamos en las 27 oportunidades en que los hombres se ponen con un bate frente a la pelota, el home play; escucho el partido mientras lavo la estufa, en casa hay tantas cosas por hacer en las tardes de mayo; Wislawa me acompaña, se recuesta en la cocina con las orejas puestas en los sonidos que vienen del patio.
Ladra, gruñe, me mira, mueve la cola mientras observa; me detengo frente al radio, con la fibra en las manos, miro el aire que trae a casa las tardes de mi padre. Los comentaristas anuncian la licencia por paternidad de un jugador; como cada mayo, vuelve la narración del béisbol como la escuché por vez primera en Tehuantepec.
Luego de un año repleto de fatalidades, San Martín se puebla con el canto de los pájaros, las chicharras; cantan al pie de Monte Albán, piden a las piedras antiguas la lluvia. Wislawa corre, gruñe, juega con su pelota mientras escucho el partido. Puedo decir que al escuchar el partido el tiempo no pasa, o que el pasado regresa, hablo con mi padre, lo veo beber su oloroso café sentado en la hamaca. Puedo decir, también, que las palabras en la narración para la radio de un partido de béisbol hacen el clima, vuelvo a sentir el calor, la esperanza en la lluvia temprana que se deja enamorar por el canto de las chicharras.
Wislawa ladra, gruñe a las sombras, me apuro con el quehacer atento a la narración, Yankis contra Azulejos. Mi padre con su periódico extendido, las grandes páginas del Excélsior. Mi padre supo darme la forma del futuro, el amor por la casa, la perra, las cosas sencillas. ¿Por qué se junta tanta grasa sobre lo blanco? Me afano en la estufa, pendiente del juego. Este era el futuro que imaginó mi padre para mis años.
¿Cómo retener el pasado? Escucho narraciones.
Oaxaca con sus muros –cielos altos, limpios, cielo de zafiro, el Centro con sus casas estilo colonial- forma la imagen.
Una sonrisa, el rostro bello, la mano con puño en alto; marchas, plantones, la protesta social que entró al siglo 21 sobre las fotografías del 2006 serán parte del mundo que se llevó el coronavirus. La vida cotidiana de Oaxaca se desarrolla a partir de una imagen, la provincia tranquila, costumbres, tradiciones que punzan sobre recuerdos; el distanciamiento social cambió la relación del fotógrafo con un mundo de paisajes y contingentes en las celebraciones, bodas, nacimientos y velorios; Susan Sontag, narradora norteamericana, escribió (Sobre la fotografía, Alfaguara, 2005) que “se interpreta la realidad a partir de las relaciones que ofrecen las imágenes”.
– Para lograr una buena fotografía se necesita luz –dice Liubka Solórzano, fotógrafa oaxaqueña. La fotografía no puede existir si no hay luz, de hecho, la palabra fotografía, su raíz, es ‘escribir con luz’. Para poder tener una buena fotografía necesitamos una buena iluminación, ya sea al utilizar luz artificial o luz natural.
– ¿Cuándo decides por la fotografía?
– En la universidad.
– ¿Cuál fue tu primer acercamiento?
– Estudié comunicación en la Universidad Mesoamericana, la carrera me proporcionó la visión de la imagen, la importancia de la imagen. Antes de entrar a la universidad ya tenía el gusto por las fotos, la imagen, los dibujos. Pintar me llamó la atención; no tenía un acercamiento técnico, no sabía cómo hacer las fotografías. Mi papá tenía una cámara, que fue la que yo utilicé en la universidad, pero no sabía cómo tomar las fotos a menos que fuera en modo automático. En la universidad tuve la fortuna de llevar esta materia, solamente la llevé en un semestre, pero fue importante; en Oaxaca está la biblioteca de fotografía, en el IAGO, el Manuel Álvarez Bravo, hay exposiciones y me empecé a acercar a esos lugares.
– ¿Algunos maestros?
– Juan Carlos Reyes, me dio un taller de iniciación fotográfica, lleva muchos años en la fotografía periodística. De manera empírica empecé con mi cámara, tenía las bases que me dejó aquel semestre de fotografía; fue sobre la práctica que empecé a aprender. Más adelante fui a la Ciudad de México, tuve un curso de fotografía con un fotógrafo español, Frank Rosó, me adentré un poco más sobre temas profesionales: de la luz, la técnica y de cómo vender tus fotografías. En el CaSa fui alumna de la fotógrafa Vida Yovanovich, esos cursos y talleres me ayudaron a proyectar lo que yo sentía, mis emociones en la fotografía, así logré prepararme y tomar mis fotos.
El encuentro avanza, apalean a los Yankis, en la calle el pregón anuncia tamales de elote, desde la cocina logro imaginar la olorosa materia, bañada con crema y queso. Café negro; me apuro con el quehacer, pasa la narración sobre la tarde, los jugadores aparecen sin mascarilla; el pitcher abandona el juego en la segunda entrada, deja el encuentro perdido dos a cero, en su salida anterior tiró un sin hit, pero esta tarde no lo acompañó la suerte; en pueblos y ciudades los padres son los maestros que nos entregan, con su narración, los días por venir.