Aunque lo nieguen, sí hay terrorismo
El maestro Lauro Zavala puso a la venta, por Facebook, a precios accesibles, los libros de su biblioteca, los ejemplares con la obra de los autores que estudió sobre la narrativa y el género del cuento.
Los lectores en México sobreviven de milagro, habitamos la tierra donde concluyen formas extrañas para que los libros circulen y lleguen a los lectores (la amistad, extrañas coincidencias realizan la magia).
Para presentar al maestro Lauro transcribo la solapa de Teorías del cuento I, Teorías de los cuentistas (Difusión Cultural UNAM, 1993): Lauro Zavala es profesor-investigador en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco. Cursó el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México, y ha sido profesor y conferencista invitado en las universidades de Oregon (Estados Unidos), Oxford (Inglaterra) y en otros países del extranjero.
Contaré para ustedes la manera en que los libros de Lauro llegaron a mis manos. Fue en la selva de Huatulco, en el patio de la choza que habitaba en bahía Cacaluta Leonardo Dajandra, el filósofo de Pichucalco.
La amistad resulta, luego de más de cinco siglos, la forma efectiva para hacer circular libros, obras, autores. Nada hará en favor de un autor que la recomendación directa entre dos amigos. En medio de la selva, frente a una hermosísima bahía de blanca rompiente de las olas, Dajandra me regaló los libros que recibía por servicio postal, desde la Ciudad de México a la lejana selva huatulqueña (de esa forma fui lector de Mempo Guardinelli, de R. H. Moreno Durán, de Rosa Beltrán, de las autoras puertorriqueñas).
Para que el conocimiento se fije en nosotros habrá que compartir lecturas, observar el rostro asombrado del otro; tanto o más sorprendido que nuestro propio rostro.
Dice lauro Zavala en Teorías de los cuentistas: Muchos de estos materiales han sido traducidos al español por primera vez para esta colección, que contiene así algunas claves de acceso a la creación y lectura del cuento.
En la infancia me hice lector, en Tehuantepec, donde ahora corren tiempos de muerte y contagios; hablo de la época de los 70’s, el pueblo apartado de las rutas del progreso recibió al presidente Echeverría en la Vela Sandunga -quedan las fotos; la esposa del mandatario engalanada con el traje regional, alhajas; él, esbelto, juvenil, de guayabera blanca.
Los beneficiados de aquella visita presidencial fueron los niños, y los policías municipales. El gobierno mandó instalar la biblioteca municipal, que atendía por la tarde en la planta baja del Palacio a los escasos usuarios. En el segundo patio del edificio, la explanada, se ubicaba la cárcel, vigilada por policías municipales en por turnos de 24 horas por turnos de 24 horas; Tehuantepec tuvo pocos lectores, las ediciones de papel cebolla enviadas por la pareja presidencial fueron utilizadas por la policía para limpiarse el culo; me tocó leer Guerra y Paz, de Tolstoi, en capítulos inconclusos, volúmenes con páginas arrancadas por la urgencia.
La mala vida, mi cara de huérfano me hicieron lector. Donde llego establezco coordenadas de lectura, pinto mi raya. En Salina Cruz fui testigo del gran esfuerzo que realizó Héctor Anuar Mafud para levantar la biblioteca municipal. Soy usuario de las bibliotecas, desde mis años de adolescente (lo recuerdo, en Salina Cruz había una refresquería casi contra esquina de la biblioteca municipal, atendida por una morena de ojos enormes).
Estimo que cada biblioteca tiene su historia propia, son célebres las bibliotecas de los historiadores. Andrés Henestrosa vendió dos veces su biblioteca, hizo negocio con la presidencia municipal de Juchitán, con Alfredo Harp Helú.
Las bibliotecas, como los astros, ocultan los caminos del pasado; fui usuario de la José F. Gómez, en Oaxaca, recién llegado Toledo de Francia, la prensa local, que ahora tanto lo llora inconsolable, le puso el mote de “Chico Cochambres”, la ciudad cerraba sus puertas con la última corrida del camión urbano, los hoteles del Centro no recibían turistas con tarjetas de crédito, no proporcionaban el sistema de aire acondicionado en las habitaciones; el mezcal era bebida despreciable, consumido por perdedores.
La biblioteca, sus libros, más que las fotos que registran la opulencia o el empobrecido de las calles, retiene la imagen del tiempo sobre las ciudades
Desconozco la suerte que vendrá para las bibliotecas y para nosotros los usuarios (en una biblioteca una señora me enseñó a besar). Desde la adolescencia supe que en la biblioteca los libros llegan con una sonrisa, brazos solidarios; Lauro pone a la venta su biblioteca, título por título, a precios accesibles, el hecho permite mirar el derrumbe de una época.
En su Teoría de los cuentistas recopiló Lauro Zavala las expresiones de William Carlos Williams: El cuento no es un recorte de periódico. Es, como todas las formas del arte, tomar los materiales cotidianos (o no) y usarlos para elevar la conciencia de nuestras vidas a niveles más altos por medio del arte: es lograr decir algo.