
Cómo leer a Vargas Llosa sin prejuicios
Conversación con Ave Pacheco
Como me platicas veo tus manos al colocar la leña en el brasero, el fuego crepitante se aviva iluminando tu piel de cacao matizada por la ceniza que levanta el soplador de palma
todas las mañanas muy temprano pones al fuego la olla con agua, maíz y un puño de cal viva,
ya cocido lo lavas para quitarle los restos de cal y los hollejos, después de molerlo, con la masa empiezas a hacer las tortillas, al lado en otro fogón avanza la cocción lenta de los frijoles negros con epazote, y en el comal tatemas los tomates el chile y los chapulines para la salsa que acompañará a los frijoles parados.
Cada gesto lo aprendiste de tu abuela en su cocina de paredes de carrizo por donde escapaba el humo, recuerdas sus ollas esgrafiadas a cucharazos con hilos dejados por los escurrimientos del caldo de los frijoles, el fuego, la cal el humo y las cenizas le agregaron a sus ollas de utilidad cotidiana una impresión reveladora, de belleza natural, envueltas en el humo las flamas transformaron su presencia, dándoles una nueva imagen acentuada por el rescoldo de las brazas, tal vez esas visiones las recogen éstas ollas creadas al escuchar tus recuerdos, tus visiones de los gestos de las manos de tu abuela,
al oírte se abrieron los ojos de aquel niño que arañaba las paredes de barro en su pueblo hace muchos años para labrar personajes y trastes de cocina que mas tarde al recordarlo le revelarían el interés por la elaboración de comida.
Estas esculturas salieron de esa conversación cuando juntos en el taller de Tanus en Cholula vimos una olla de arcilla girando en el torno, al verla terminada, al dejarla secar ligeramente me pareció apremiante hacerle cortes e incisiones, torsiones, giros, para modificar su estructura, sin agregados como si algún día fuese necesario que volviera a tomar su forma inicial, imposible, después de pasar por el horno, la arcilla maleable eternamente se fija en su nuevo estado, definitivo pétreo que será el que reciba el fuego de la cocción de los ingredientes de la comida.
Cada escultura resulta al modificar ese elemento torneado con instrucciones simples al aplicarle las manos, con los recuerdos y las intuiciones generan nuevas formas que buscan otros significados: tal vez abstractos, orgánicos y en algunos casos con representaciones reconocibles, plantas y animales animados por una geometría aleatoria donde pareciera que todos los objetos fueron sometidos a ciertas reglas establecidas donde el vacío es la parte que complementa un probable diálogo, la esperanza de comunicar ese recuerdo lleno de emociones de las ollas ahumadas donde cocinaba tu abuela. lz