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CIUDAD DE MÉXICO, 17 de febrero de 2019.- La crisis del gobierno venezolano de Nicolás Maduro ha colapsado el modelo regional de alianza de gobiernos progresistas-populistas apadrinados por el gobierno cubano a través del activismo en 2004 del presidente Hugo Chávez.
La idea central fue construir un mercado común económico y comercial sin los Estados Unidos, aunque trabajó más el discurso ideológico que los tratados exportadores.
Este movimiento tuvo intenciones de oposición a los Estados Unidos, su nombre político fue Alternativa Bolivariana para los Pueblos de América, ALBA, nuevo amanecer.
El pivote lo significó el entonces presidente venezolano Hugo Chávez, apadrinado por el líder cubano Fidel Castro. Venezuela tenía a su favor, entonces, el poder político del petróleo y la entrega de crudo como subsidio a Cuba para su reventa en los mercados libres.
Venezuela logró en el periodo de Chávez un posicionamiento privilegiado por el petróleo: 551 mil millones de dólares de exportaciones en los once años de 1999-2014, justo los que gobernó Chávez.
El PIB, con altibajos, en ese periodo tuvo un sorprendente promedio anual de 5%. Maduro, por la muerte de Chávez en marzo del 2013, tomó el poder y la economía se desplomó a partir de 2014.
Sin petróleo y con un presidente sin liderazgo ni inteligencia estratégica. Fidel Castro, el padrino de Cuba, murió en noviembre de 2016 y su lugar lo ocupó su hermano Raúl, un burócrata de la estructura militar, sin enfoque estratégico ni geopolítico.
Como proyecto de integración ideológica entre el capitalismo de los Estados Unidos y el comunismo de Cuba, el populismo ha oscilado en Iberoamérica.
La muerte de Chávez en marco del 2013 abrió la incertidumbre en el ALBA por la mediocridad de Maduro y la ausencia de un liderazgo de relevo a Chávez; los gobiernos populistas fueron perdiendo elecciones: Cristina Kirchner en 2015, la brasileña Dilma Rousseff en 2016, el ecuatoriano Rafael Correa en 2017, la chilena Michel Bachelet en 2018 y el cubano Raúl Castro (relevo sin elecciones democráticas) en 2018.
La crisis de Venezuela estalló en el 2017 con el desplome de las exportaciones petroleras.
El ALBA fue un impulso derivado del ascenso de gobernantes populistas y en medio del abandono de Iberoamérica por el abandono de la región desde Bill Clinton en 1993.
El motor de la alianza fue Chávez y su enfoque de liderazgo continental. México nunca ha tenido una propuesta de liderazgo regional, salvo el activismo del presidente Luis Echeverría (1970-1976) con Chile y los No Alienados y el presidente López Portillo (1976-1982) con su apoyo a Cuba y su activismo a favor de la revolución sandinista en su fase romántica y juvenil.
El presidente Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) se alió a los Estados Unidos con el Tratado de Comercio Libre e inclusive apoyó la invasión de Bush padre a Panamá en 1989 para arrestar a su antiguo aliado Manuel Antonio Noriega, agente de la CIA durante el año en que Bush padre fue director de esa agencia de espionaje.
La crisis que viene estará en Bolivia, pues en octubre de este año habrá elecciones presidenciales y el presidente en turno Evo Morales –que modificó la Constitución para reelecciones indefinidas y con una oposición jurídica el intento por reelegirse por tercera ocasión– ya no tiene la aureola del gran líder indígena, por la sencilla razón que el poder desgasta y el poder absoluto desgasta absolutamente, para parafrasear a Lord Acton.
Un líder de la izquierda moderada, Carlos Mesa, que ya fue presidente interino, le está quitando votos a Morales. La caída de Morales no sería tanto efecto dominó, sino la comprobación empírica que el desarrollo político no puede estancarse por el desgaste del poder, con la excepción de dictaduras militares opresivas como la cubana.
Lo que queda en el mapa Iberoamericano es el caso de Nicaragua, donde la crisis interna en la élite sandinista está llegando a su fin.
El presidente Daniel Ortega, uno de los legendarios guerrilleros del Frente Sandinista, fue jefe de la junta de gobierno de 1979 a 1985, ganó las elecciones presidenciales en 1985, las perdió en noventa ante la conservadora Violeta Chamorro, regresó al poder por la vía electoral en el 2007 y ahí se mantiene por razón de modificaciones constitucionales de carácter dictatorial.
Las protestas masivas que produjeron decenas de muertes y una represión brutal ha mostrado al régimen de Ortega como el más cruel y criminal que el de Somoza que derrocaron los sandinistas en 1979 por la vía de la guerrilla.
El propósito de Ortega es que su sucesora, en caso de que tenga que se termine su periodo y no pueda otro, sea su esposa.
La crisis de Maduro, Ortega y Morales no explica la crisis de Iberoamérica.
La nueva sentencia de ortos doce años de prisión por corrupción contra el brasileño Ignazio Lula da Silva forma parte de la crisis de las instituciones políticas y del principal problema de los gobernantes radicales: llegar al poder al frente de una oleada de indignación contra la corrupción, pero caer en las tentaciones de la acumulación de riquezas personales, desde Fidel Castro hasta Maduro y Ortega.
Los países de Iberoamérica cargan con sus crisis, no tienen ningún destino para potenciar su crecimiento económico por carecer de un modelo de desarrollo moderno y los liderazgos populistas ahogan los intentos de reactivación económica.
El drama de Iberoamérica lo refleja Centroamérica, donde la capacidad de creación y distribución de riqueza es mínima y en los últimos meses alrededor de cien mil centroamericanos han salido de sus países para invadir otros también sin capacidad de empleo y bienestar y cuando menos unos veinte mil hacen fila para entrar de una manera u otra a los Estados Unidos.
Lo que queda es la lección de que los liderazgos ideológicos y personales son cortos y sólo sobreviven por la fuerza de la dictadura dejando una estela grande de represión y muertes. Chávez y Maduro serán otro intento perdido de personalismos fracasados.
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