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CIUDAD DE MÉXICO, 22 de febrero de 2022.- Como la diosa lunar que es, Coyolxauhqui resurgió en una esplendorosa noche de plenilunio hace 44 años, el 21 de febrero, en las calles céntricas de la Ciudad de México.
Cuando despertó de su extenso letargo, los tiempos habían cambiado demasiado desde aquellos lejanos años, entre 1469 y 1481, en que yacía bajo los pies del templo dedicado al dios de la guerra, su hermano y verdugo, Huitzilopochtli.
El mito de ambas deidades confrontadas, el día destinado a imponerse a la noche, la traición que se salda con el sacrificio, envuelve los conceptos de vida y muerte expresados en la pirámide principal del pueblo mexica: el Templo Mayor, que su exhumador, el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, conoce desde sus entrañas, de ahí que él conmemore un aniversario más del descubrimiento del monolito de Coyolxauhqui, con una conferencia sobre el tema.
Desde 1790, cuando fueron descubiertas las esculturas de la diosa Coatlicue y la Piedra del Sol, las oportunidades de rescatar piezas mexicas de gran tamaño habían sido mínimas en las siguientes centurias. El hallazgo de Coyolxauhqui supuso una oportunidad inédita, en la postrimería del siglo 20, de poner los avances de la ciencia arqueológica al servicio de las tareas de salvamento, pues cabe recordar que fue la cuadrilla 303 de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro, la que se topó con la diosa lunar.
Cuando acudió a conocerla, en la esquina de las calles Argentina y Guatemala, en febrero de 1978, Eduardo Matos Moctezuma se percató de inmediato que el monolito de Coyolxauhqui se perfilaba “como una de las grandes manifestaciones escultóricas del arte mexica que sobrevivieron a la hecatombre de la invasión hispana […] es la síntesis de un sueño colectivo, la concreción de atávicas intuiciones en la obra de un hombre”, manifestó a sus colegas Leonardo López Luján y David Carrasco, en un entrevista.
En una de las primeras interpretaciones iconográficas sobre cada una de las partes de la gran escultura (Coyolxauhqui, SEP, 1979): cabeza, tronco y extremidades, Matos Moctezuma y el artista mexicano Felipe Ehrenberg invitan al lector a transportarse en el tiempo y visualizar el amatl (papel) donde el artífice apenas bosquejaba la figura que quedaría constreñida dentro del círculo, para ello, no había elementos preestablecidos como en la manufactura de la Piedra del Sol, la concepción de esta deidad era totalmente libre.
“La diosa descuartizada, cuidadosamente ataviada en traje ceremonial para el sacrificio final, es el retrato de una mujer ya madura, interpretado con una compasión conmovedora. El realismo al que recurre el escultor es más que un acierto formal: es un recurso utilizado justamente para humanizar a la diosa, para patentizar, con una contundencia arrolladora, la terrible suerte que le espera a quien ose disputar el poder de los representantes de Huitzilopochtli […].
Solo tras iniciar el ascenso por los angostos peldaños del templo del dios solar, el súbdito mexica o el tributario visitante podía empezar a apreciar la figura y sentirla, paso a paso, en todo su feroz esplendor de muerte. Solo desde la cima del templo funcionaba plenamente la gran talla pétrea. Solo desde ahí sufriría el espectador el impacto del mito”.
Acerca del equilibrio que guarda la imagen, Matos y Ehrenberg explican que el sentido de rotación de la misma está marcado por la posición de los brazos y las piernas, “son como aspas en movimiento que guardan una proporción entre sí, para sostener con éxito la relación entre el tronco y esa cabeza brutalmente forzada hacia atrás”.
La escultura de Coyolxauhqui, al igual que las otras cinco representaciones que se conocen de la deidad, son testimonio de un mito surgido, probablemente, de un hecho histórico, un fundamento real de lucha entre bandos opuestos.
Atendiendo a algunas fuentes históricas, Eduardo Matos Moctezuma refiere cómo Huitzilopochtli instó a su pueblo a salir de Aztlan bajo su dirección, y tiempo después, en Coatepec, al surgir diferencias en torno a la supervivencia del grupo, se enfrentarían dos bandos.
“La lucha entre el grupo de Huitzilopochtli y los huitznahua era recordada en la fiesta del Panquetzalizti, con una representación en la que se enfrentaban los guerreros del barrio de Huitznahuac y aquellos que serían sacrificados, quienes representaban a Huitzilopochtli y se ataviaban aludiendo a algunos de sus atributos. He aquí, una vez más, el ritual y cómo las víctimas se convierten en la deidad. Es otra vez, el ciclo constante y la muerte como elemento vital”.