Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
CIUDAD DE MÉXICO, 6 de mayo de 2019.- Mientras el juego de palabras podía desarrollarse frente a una realidad que no había tenido moralmente mejor interprete el discurso parecía consistente y la mejor alternativa para la transformación. Las categorías empleadas para representarla, que para ser didácticas debieron ser maniqueas, terminaron siendo demasiado estrechas para comprender la complejidad de la realidad.
Pero los reduccionismos, al paso del tiempo, terminan desgastados. Resultan una sombrilla demasiado pequeña para cubrir la amplitud del sol. Pensar que la economía del país crecería hasta el 4 % o el 6 %, superando los «crecimientos mediocres de la época neoliberal», tan sólo porque esta es una nueva era o porque está en ejercicio un gobierno comprometido con la moralidad, no ha sido suficiente, ni lo será. Los reportes del primer trimestre del año, nos indican que el sólo discurso de la moralidad no ha sido suficiente para acelerar la economía desde el inicio, máxime cuando se reconoció que se había recibido una economía estable.
Tampoco era cuestión entre el pueblo bueno y la mafia del poder como podía explicarse el fenómeno de la criminalidad, aunque la metáfora fuera muy atractiva y redujera el problema a un asunto entre buenos y malos, en donde los buenos son el pueblo pobre y los malos los camajanes y demás fauna demonizada. Cierto que no se puede culpar a nuestro presidente de cada una de las muertes ocurridas luego de que juró su mandato. El problema es que él mismo se creyó dicha metáfora y ofreció que una vez instalado el pueblo bueno en el poder inmediatamente disminuiría la criminalidad por una razón sencilla: porque ya no gobernaría la mafia del poder ni los corruptos que atizaban la espiral de la violencia. Los hechos ponen en evidencia que su categoría explicativa se quedó demasiado estrecha y que el problema de la violencia en nuestro país es algo mucho más complejo que rebasa la dicotomía entre buenos y malos.
Para un amplio y mayoritario segmento de nuestra sociedad el maniqueísmo, reductor y simplista, le resultó fascinante. Era tan fácil comprender los problemas económicos políticos y sociales del país, y tan sencillo de resolver sus crisis, que bastaba con exorcizar al mal y personalizar el bien en una figura llena de voluntad y generosidad para que todo cambiara. Además, la explicación era generosa, todo el pueblo bueno es víctima y no necesita de una mirada introspectiva crítica. Si todo viene de afuera, de los agentes del mal, entonces prendamos hogueras contra las personas y las cosas que simbolizan el mal, ni más ni menos que como la «hoguera de las vanidades» de Savonarola de finales del siglo XV.
A poco más de 5 meses de la administración pública federal, lo que menos funciona es el discurso anclado en categorías polares. No funciona, ni tampoco funcionará porque la realidad es tan vasta y rebelde que se les está desbordando por todos lados. Desbordes en la economía, en la reducción a la violencia, en el aeropuerto de Santa Lucia, en las asignaciones directas de contratos, en el proyecto del Tren Maya, en el Corredor Transístmico, en la refinería de Dos Bocas, en la disfuncionalidad de un gabinete de piedra, en la guerra al huachicol, en la crisis de Pemex, en el apego al Estado de Derecho, en las amenazas a la prensa, en la polarización nacional, en el ejercicio autócrata del poder y más.
La realidad política que se está configurando rebasa en mucho al discurso que trató de representarla en la campaña del 2018. Es verdad de Perogrullo, pero debe repetirse, no es lo mismo hacer una campaña que hacer un gobierno. Es dato curioso recordar que durante la campaña actuó más de una vez como gobierno y ahora como gobierno sólo quiera actuar como si estuviera en campaña. Si esta administración no hace un ejercicio serio de reflexión autocrítica y revalora la realidad que a gritos le está indicando que en muchos aspectos su gobierno no está actuando adecuadamente, terminará agotando rápidamente una popularidad que le puede permitir alcanzar grandes metas de beneficio para todos los mexicanos.
Los peores enemigos que tiene el presidente son sus propios apologistas, toreros de la realidad, que sin asomo alguno de criticidad, lanzan loas interminables antes que generar una reflexión rectificadora. Al final de nada les servirá ir contra la realidad. ¿Cuántos gobiernos han perecido creyendo que habían engañado a la realidad?