Diferencias entre un estúpido y un idiota
Durante los últimos cincuenta años antes de que llegara AMLO al poder, México avanzó en el reconocimiento de la importancia de estados y municipios, crecieron las participaciones y se establecieron las aportaciones a partir de lo recaudado por la hacienda federal y con ello se les concedió un mayor margen de maniobra para atender sus obligaciones constitucionales.
Desafortunadamente, llevamos poco más de cuatro años en una regresión a la década de los sesenta, con un presidente que pretende tener mayor poder que incluso el que tenían los presidentes en esos años, despreciando la naturaleza constitucional del poder legislativo y del judicial y la importancia de los órganos autónomos, creados por la presión social entre 1968 y 2018.
Como consecuencia, vamos a vivir este año un par de elecciones en las que pesarán de manera profundamente desigual los llamados “programas sociales” del gobierno central contra los estatales. Las tarjetas Rosa en el Estado de México y las tarjetas Fuerza Rosa en Coahuila contra los apoyos de la Secretaría de Bienestar. Todos buscando el respaldo electoral de la ciudadanía, preludio de lo que nos espera en el 2024.
El uso de los recursos públicos para fines electorales, en particular los programas sociales, ha sido reconocido abiertamente por López Obrador al señalar que quienes reciben apoyos de su gobierno conforman el grupo poblacional que apoya al partido en el poder. En 2024, además, la mayor parte de los gobiernos estatales jugarán en apoyo a MORENA, lo que pareciera darles una ventaja importante. Algo así como la lucha de David contra Goliat.
La realidad es distinta. A AMLO (no a MORENA) le quedan acaso unos 15 millones electores entre fieles seguidores, beneficiarios de los programas sociales y empleados gubernamentales.
Ante el universo de 95 millones de votantes potenciales, 15 no le garantizan el triunfo al partido en el poder y, a pesar de los otros datos que tiene López, él sabe que no le alcanza y por eso ha insistido en doblegar a los partidos de oposición, lo que no significa un gran esfuerzo por la larga cola que tienen muchos de los políticos de esos partidos.
El desencanto, el enojo de la mayoría de la ciudadanía con el PRIAN, inhabilita a los políticos que pudieran surgir de la coalición de estos, para competir con posibilidades ante el aparato del gobierno. No así con la posibilidad de que un candidato independiente encabece los esfuerzos por detener la destrucción de las instituciones, la consecuente caída del país y pacifique a la nación.
La inmensa mayoría busca una cara distinta a las que les ofertan alito o Marko Cortés, quienes mantienen una alianza tan frágil que no pasa un día sin que muestre sus enormes grietas. No hay duda, la propuesta debe surgir desde fuera de los partidos.
Sigo recorriendo el país y cada vez encuentro más hombres y mujeres interesados en presentar una propuesta fresca a sus conciudadanos y que prefieren hacerlo desde fuera de los partidos tradicionales. Una propuesta sencilla: rescatar a México. Mientras más recorro es más la convicción en que la unión de esos esfuerzos individuales para formar uno sólo frente de candidatos independientes es posible y hasta necesaria para conseguirlo.
Es tiempo de la ciudadanía, es tiempo de México.