Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Un pequeño grafococo con quien cruzo saludo sólo cuando es inevitable, puso por escrito la opinión que realmente tiene de mi: soy, publicó, “un nefasto”.
Además de ello, en su texto, que no llamaré “columna” por respeto al oficio, conminó a los censores oficiales a tomar medidas contra mi desempeño profesional.
Dudo mucho que tales censores se hayan dado por aludidos, pues no es secreto que los libelos de este mentecato, a quien llamaré Luisito, no se leen ni por interés profesional.
Pero regreso al tema. Tan delicada proclama de admiración y afecto me provocó un arrebato de hilaridad. En más de medio siglo de ejercicio profesional -y más años de vida- me han endilgado toda suerte de cualidades y he sido objeto de casi todos los calificativos, pero “nefasto” francamente nunca. Pasado el momento festivo me pregunté si el botarate sabría lo que escribió. La facilidad con la que se hornean gacetilleros -que no columnistas-, tiene como consecuencia que muchos espacios sean escaparates de puñaladas traperas a la sintaxis, zancadillas a la sindéresis, bofetadas a la ortografía y hervideros de lugares comunes, prendas que se suman a otras virtudes como solemnidad, arrogancia, impunidad, ignorancia, servilismo y adjetivitis.
Del humor no digo nada, porque le huyen como Avelino Pilongano al trabajo. Tampoco me extenderé sobre la pereza mental, porque me da flojera. Detengámonos entonces en la adjetivitis, palabreja que, de más está decir, acabo de acuñar. Los adjetivos son, y perdón por el lugar común, armas de dos filos. Cuando alguien carece de capacidad para expresarse, ¿qué mejor que echar mano de ellos? Son como golpes de látigo: breves, sonoros, lacerantes. Suenan bien. Y evitan pensar demasiado.
No hay lugar común que no hormiguee con estos cómodos amiguitos. El primero que dijo “el astro rey” fue un poeta; el segundo, un mentecato. Lo mismo para “vital líquido”, “lago hemático”, “primer priista”, “caiga quien caiga”, “cámara baja”, “deleitar la pupila”, “adorador de Baco”, reaccionarios del pasado, mafia de conservadores y una interminable lista de etcéteras.
Regreso a lo “nefasto”, pues en verdad quiero entender lo que quiso decir aquel grafococo. Como me conoce nomás de fama y no ha leído mis tratados, supongo que cuando me asestó el calificativo o tenía la mente en blanco, o sufría dispepsia o estaba enojado por razones metafísicas.
O tal vez le pidieron cinco líneas más para cerrar el espacio y en ese momento por una de esas razones inexplicables mi nombre se le apareció en la mollera.
Todo puede ser, aunque mi diagnostico es que se trata de otra víctima del virus de la adjetivitis, sabandija que fagocita poco a poco las neuronas y malévolamente lleva a sus víctimas a aplaudir el trabajo de López Gatell o a considerar a Miguel Ángel Cornejo como el gran profeta de nuestra era.
Nefasto tiene dos acepciones: a) en la Roma antigua, el día festivo en que estaba prohibido ocuparse de asuntos públicos, y b) funesto, ominoso, detestable.
Descarto por obvias razones la primera. Y de la segunda, ¿qué soy? Funesto quiere decir aciago, triste y desgraciado. Aciago sí lo aceptaría. Triste y desgraciado definitivamente no. Ominoso significa de mal agüero, abominable, execrable, muy malo.
Esas virtudes no suenan tan mal, pero tampoco me describen con exactitud, salvo quizá el “muy malo”. Detestable significa abominable, execrable, aborrecible, pésimo. Quizá no las rebatiera porque a fin de cuentas cada cabeza es un mundo y las filias y fobias personales son sentimientos muy primarios que ni yo ni nadie va a cambiar.
¡Vaya! Un solo y funesto adjetivo me ha dado catorce definiciones que con un poco de empeño podría crecer exponencialmente… aunque no lo haré para no dar lugar a que alguien me tache de columnista político.
Creo que he demostrado mi argumento. Los adjetivos y sus hermanos los lugares comunes son como una droga o, mejor, un afrodisíaco para el onanismo editorial de un pobre grafococo. Es fácil enviciarse con ellos y crean dependencia.
Y como cualquier droga, despachan a cuanta neurona se les ponga al frente.
Juzgue si no el lector: ¡ahora mismo me dieron tema para un artículo
plagado de adjetivos y lugares comunes!