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Transcurren los días y el dolor punzante de Teuchitlán no se va, ni se irá, así como no se han diluido tantos otros tantos horrores de este país. La indignación está en cada paso silenciado de esos cientos de zapatos, en las imágenes atroces que entristecieron la conciencia colectiva y nos recuerdan que en México puede repetirse este patrón de aniquilación con la anuencia de un sistema blandengue que lo tolera y, en algunos casos, lo protagoniza.
Los cerros de calzado, maletas y otras pertenencias personales en ese campo de exterminio contemporáneo, se convirtieron ya en la fotografía incómoda que marcará el sexenio de Claudia Sheinbaum, en su Ayotzinapa.
El rancho Izaguirre es la evidencia irrefutable de que la maquinaria criminal no se detiene con el cambio de estafeta presidencial, sino que avanza, cada vez más sofisticada, más impune, más deshumanizante.
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