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Hace 21 años, el 8 de septiembre de 2003, murió Leni Riefenstahl, la “cineasta oficial” de Adolf Hitler y, según fama pública nunca desmentida, “la única amiga” que tuvo el dictador.
“Su corazón simplemente se detuvo”, dijo su compañero Horst Kettner a la revista alemana Bunte al día siguiente del óbito. Había cumplido 101 años y en parodia de la novela de Charles Yale Harrison, Leni demostró que los colaboracionistas también mueren en cama.
Se apagó así la luz de la poderosa artífice del documental cinematográfico de propaganda cuyas producciones modularon el género y se erigieron en un referente no superado a la fecha. En el cine contemporáneo podemos detectar la influencia de El triunfo de la voluntad y de Olympia, las obras que inmortalizaron el congreso nacionalsocialista de Núremberg en 1934 y la apertura de los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936.
La Riefenstahl fue una innovadora que se adelantó a su tiempo y marcó caminos. Al término de la guerra fue detenida por su relación con los nazis, pero un tribunal aliado determinó que sólo había sido una “simpatizante”, sin responsabilidad en las atrocidades del Tercer Reich.
Pasó el resto de sus días negando que hubiera apoyado al régimen, que hubiera sido una militante nazi o que hubiera conocido a Hitler: “El 90% de lo que se dice sobre mí es mentira”, aseguró al presentar un libro sobre su vida.
El País del 9 de septiembre de 2003 recuperó declaraciones de la cineasta: “Hice El triunfo de la voluntad mucho antes de la guerra, y recibí́ por ese documental todos los premios imaginables y a ningún periódico se le ocurrió́ decir que era una película de propaganda nazi. Después de la guerra, todos los periódicos empezaron a decir que sí lo era, porque perdimos la guerra y porque se hicieron muchas cosas horribles en nombre del pueblo alemán y había que buscar un chivo expiatorio, y me escogieron a mí porque había hecho la mejor película de la época”.
La Riefenstahl, igual que sus mentores Hitler y Goebbels, vivió cierta de que mentir, mentir y mentir, es la manera de amoldar el mundo, como atestiguamos hoy entre la fauna política en todas las latitudes. No sólo estuvo al tanto del genocidio y sus instrumentos, sino que participo directamente en por lo menos una masacre en un pueblo de Polonia en 1939, según pudo establecer Andres Veiel en el documental Riefenstahl, presentado en el pasado Festival de Venecia.
A lo largo de los años, Leni llevó a los tribunales a quienes cuestionaron la versión aséptica de su trabajo en el Reich. El juicio más sonado fue para frenar el documental Tiempo de oscuridad y silencio de Nina Gladitz proyectado en 1982.
En un artículo de diciembre de 2021 en el diario inglés The Guardian, Kate Connoly estableció:
“En la película, miembros de una familia de sinti (un pueblo romaní que vivía principalmente en Alemania y Austria) acusan a la Riefenstahl de sacarlos de Maxglan, un campo de concentración nazi cerca de Salzburgo, en septiembre de 1940, y obligarlos a trabajar como extras en su largometraje Tiefland (Tierras bajas). Riefenstahl aseguró que los 53 extras romaníes y sinti de Maxglan y otros 78 de un campo en el este de Berlín habían sobrevivido a la guerra.
“Pero se sabe o se cree que casi 100 de ellos fueron gaseados en Auschwitz […]. Algunos de los sobrevivientes insistieron en que la Riefenstahl había prometido salvarlos. Uno de ellos, Josef Reinhardt, tenía 13 años cuando lo reclutaron como extra. Fue el testigo clave del juicio y se sentó junto a Gladitz en la sala del tribunal todos los días.”
Por mi parte, documentos obtenidos en el curso de una pesquisa académica me permiten retar la autoabsolución de Helena Amalia Bertha Riefenstahl y proponer que sí fue una entusiasta militante nazi, una ferviente admiradora de Hitler y un sostén intelectual y artístico del más brutal sistema dictatorial del siglo pasado, sólo igualado por el estalinismo en la URSS.
El miércoles 25 de abril de 1934, Riefenstahl viajó a Inglaterra, invitada por estudiantes alemanes, para impartir un ciclo de conferencias sobre técnica cinematográfica en las universidades de Oxford, Cambridge y Londres.
La primera charla, el mismo día de su arribo, fue ante el Club Alemán Universitario de Oxford en Rhodes House. La segunda tuvo lugar el 26 de abril en Londres en el Buró Académico Anglo Germano y el viernes 27 ante la Asociación Anglo Alemana de Cambridge, en donde como parte del evento pudo ver por primera vez la película de Eisenstein ¡Que viva México!
Fue entrevistada por el Daily Express y dijo que para ella Hitler era “el más grande de todos los hombres”.
Esta declaración podría juzgarse políticamente correcta para una personalidad pública alemana de visita en el extranjero en aquellos tiempos, pero dos días después el diario publicó una entrevista de su corresponsal en Berlín, Pembroke Stephens, que la describe como “una nazi entusiasta, antigua militante del partido y amiga de Adolf Hitler”.
Riefenstahl confió al periodista que hasta 1931 no había tenido ningún interés en la política, dedicada como estaba a su arte. Pero en un viaje a los Dolomitas para dirigir y actuar en La luz azul, en la estación de tren de Berlín compró un ejemplar de Mi lucha para leer en el trayecto.
“El libro me hizo una tremenda impresión. Me convertí al nacionalsocialismo después de leer la primera página. Sentí que el hombre capaz de escribir un libro así sin duda alguna estaría al frente de Alemania y me sentí feliz de que tal hombre hubiese llegado”.
De regreso a Berlín acudió por primera vez en su vida a una concentración política en el Sportpalast para escuchar a Hitler el 27 de febrero de 1932, y las palabras del dirigente, dijo a Stephens, fueron “la más poderosa experiencia de mi vida”.
Decidida a conocer personalmente al Führer, no descansó hasta lograr una entrevista con él, misma que tuvo lugar el día anterior a su partida a Groenlandia para filmar S.O.S. Iceberg. En esa reunión hablaron de política, de Alemania y su futuro, de la sociedad aria y del mundo. Le emocionó que Hitler, un cinéfilo, conociera sus películas al detalle.
Al regreso de Groenlandia se incorporó al círculo íntimo del estado mayor nazi, en donde la amistad y los “grandes ideales” de los dirigentes “la hicieron crecer”, según dijo a Stephens. Poco después Hitler le pidió “con cuatro días de anticipación”, que hiciera una película del encuentro del partido en Núremberg en septiembre de 1933.
Esa pieza se tituló Victoria de la fe y fue el mapa de ruta para la posterior El triunfo de la voluntad. Pero Goebbels ordenó retirar el filme y destruir las copias por que Ernest Röhm, el comandante de las fuerzas de asalto del partido, las Sturmabteilung, figuraba prominentemente en la película y fue asesinado en la “Noche de los cuchillos largos”, cuando el Führer eliminó a los disidentes dentro del partido nacionalsocialista. Una copia se salvó.
En mayo de 1935, Angus Quell publicó en el Royal Screen Pictorial su recuerdo de Leni a su arribo al aeropuerto de Croydon en el vuelo de Luft-Hansa (sic): “Una llamativa y enérgica mujer de pelo negro, ataviada en la sencilla pero vigorosa moda femenina de la Alemania nazi”.
Cuando la afamada estrella es entrevistada en la terminal, Quell reporta con abierta admiración que una poderosa fascinación por Hitler timbra en la voz de la mujer cuando se refiere al Führer:
“Para mi es el más grande hombre que haya vivido. Es realmente sin defectos, sencillo pero a la vez infuso de poder varonil. No desea nada, nada para sí mismo. Sabe que nunca verá la Alemania con la que sueña, pero está satisfecho con seguir bregando por su pueblo, sin desviarse, sin dar tregua a su misión. Es bello, es sabio. De él emana un resplandor. Todos los grandes alemanes, Frederick, Nietzsche, Bismarck… todos han tenido defectos. Los seguidores de Hitler no están sin mancha, pero sólo él es puro…”
En reseñas del 26 y 27 de mayo, el Oxford Mail consignó el entusiasmo con que fueron recibidas las pláticas de la Riefenstahl sobre su experiencia como directora y actriz de películas de montaña. Y en entrevistas posteriores la cineasta confirmó que la industria cinematográfica alemana gozaba de importantes subsidios, pese a lo cual, “nuestro cine no es utilizado con propósitos de propaganda, a diferencia del soviético”. También comparó el cine inglés con el de su país: “Ambos intentan expresar la vida humana y ambos difieren del cine soviético en que no son vehículos de propaganda”.
El Daily Telegraph del 27 de mayo la citó expresando que el subsidio al cine alemán era una buena cosa puesto que permitía ofrecer a los auditorios buenas películas y no sólo éxitos de taquilla, y negó terminantemente que las películas teutonas fueran sólo de tendencia propagandística.
“El objeto primario del cine alemán es el mismo que en Inglaterra: el entretenimiento”. Tales declaraciones fueron refutadas ácidamente por The Star y To-day’s Cinema, que cabecearon sus informaciones con el título “Propaganda nazi”. El redactor de To-day’s Cinema escribió sarcásticamente que si las películas nazis no eran de propaganda, “¿por qué no las hacen entretenidas?” Y se preguntó qué le pasaría a “Miss Riefenstahl … ¡si intentara producir una película que no le gustara a Herr Goebbels!”
¿El que Leni Riefenstahl fuera una nazi militante y convencida le resta algo a su arte? No. Le da un marco de referencia necesario. Que desde 1945 y hasta el día de su muerte haya puesto distancia con sus convicciones fascistas y negara su cercanía y fascinación por Hitler, habla de sus debilidades de carácter. Pero su obra permanece como un referente en la cinematografía.
Como muchos en épocas de turbulencia y cambio político, Leni fue seducida por una poderosa personalidad. Cuando su mundo se derrumbó no tuvo el valor, como sí fue el caso del novelista Günter Grass, premios Nobel y Príncipe de Asturias, de confesar su debilidad y explicarse ante el mundo.
Hoy ya sabemos quién fue. Esto quizá nos permita entender mejor su arte.