Para el traidor, el paredón
Hemos retornado a la más básica y pragmática propaganda, a una comunicación enfocada en vencer al otro por medio de cualquier estrategia: mentir, agredir, engañar, ocultar, intimidad, pervertir o simplemente saturar el espacio público con informaciones parcializadas, emocionales y utilitarias.
Buena parte del panorama político contemporáneo está colmado de estrategias de engreimiento, fanfarronería y altanería; pero, además, hay retóricas que no sólo contraargumentan en los conflictos sino que directamente deshumanizan al otro, a quien consideran enemigo. No importa el bando; todo lo que se mira hacia adentro es ‘salvación’ y todo lo que se observa hacia afuera, es maldad y odio.
De eso se trata la guerra propagandística y aunque suele ser presentada como una ‘noble cruzada’, en el fondo siempre enmascara intereses políticos y económicos de aquellos que se benefician del conflicto y la destrucción. Por si fuera poco, la propaganda funciona cuando aquellos que son manipulados están convencidos de que actúan por su propia voluntad. O como dijo Hoffer: “La propaganda no engaña a las personas; simplemente las ayuda a engañarse a sí mismas”.
La propaganda además promete rápidas y grandes victorias; presenta a los ‘grandes liderazgos’ como pacifistas que sólo buscan la defensa de valores o derechos pero disfrazan la naturaleza coercitiva, criminal o utilitaria de su apoyo a la guerra propagandística. Un conflicto de esta naturaleza siempre buscará manipular la percepción pública mediante la distorsión de la realidad, de la historia o de las cualidades que presuntamente debe tener el ‘bien común’; el objetivo es convertir la opinión social en el brazo ejecutor de un poder oculto.
Todo esto ha resurgido desde los más oscuros pasajes de nuestra historia bélica del siglo pasado, solo que ahora se ha complejizado a través de la hiper tecnificación de la comunicación, la digitalización de la vida cotidiana y el poder centralizado de los dueños de los algoritmos que condicionan la ‘libertad comunicativa’ de las principales plataformas de información. No es sencillo encontrar humanidad (humanismo) en medio de bandos que se desprecian al punto de querer exterminarse mutuamente a través de enardecer a las masas con eslóganes, estratagemas mediáticas y simplismos ideológicos. Pero algo se puede hacer.
En el mensaje para la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales de este 2025 se plantea una posible respuesta: “desarmar la comunicación”. Y es que no sólo es necesario identificar la proliferación de esta comunicación contemporánea que fomenta el miedo, la confrontación, el odio y la agresividad; también se requiere mostrar una vía distinta que no conduzca a la consecución natural de los discursos de odio.
Para ‘desarmar la comunicación’ se requiere, en primer lugar, el poner atención en lo necesario. La propaganda también se alimenta de la distracción, de la dispersión de la atención, del adormecimiento de la conciencia sobre lo complejo que es la realidad. Es evidente que la disgregación comunicativa erosiona la capacidad de las personas para trabajar juntas y dialogar, discutir sus conflictos y mediarlos hacia acuerdos.
Lo segundo es eliminar la agresividad narrativa, los prejuicios y las simplificaciones que reducen la realidad a eslóganes y generan divisiones. Esta agresividad discursiva sólo pone en marcha la búsqueda de más enemigos y más subordinados. Los líderes políticos que se apertrechan tras este estilo, representan al final una amenaza a la política, porque no construyen puentes para confrontar adversarios o construir alianzas, sólo radicalizan a las personas entre vasallos y rivales. Y todo mundo sabe que, cuando se termina la política, comienza la violencia.
Finalmente, lo más difícil: abandonar todo protagonismo y la autorreferencialidad. Contra la propaganda, el mejor remedio es escuchar e incluir a los demás; especialmente a los que, por diversas razones, no comparten nuestras opiniones. Esta actitud es un ejercicio en el que, mientras más duras sean las certezas de nuestra infalibilidad racional, será más doloroso evitar reaccionar instintivamente. Pero cuando al final se logre ‘desarmar la comunicación’ en estas situaciones difíciles, será posible vislumbrar la esperanza de que, sin minimizar las diferencias y los conflictos, es posible caminar cívica y éticamente hacia escenarios donde no se desee aniquilar a nadie.
Para esta época de vil y dura propaganda, el antídoto se encuentra en una actitud y una comunicación que no eluda la realidad, que modere las pasiones y practique la humildad. Si la información, la comunicación y la prensa que usted consume no ofrece por lo menos uno de estos antídotos, lo más probable es que busque siervos sumisos, una hueste obediente que repita los valores que la propaganda le indique. Al final, ese es el arte de persuadir a los demás de lo que uno mismo no cree.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe