Cortinas de humo
Apunte diario sobre letras hipnóticas
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En los albores del siglo 19, el cosmos guardaba sus secretos celosamente.
Fue en este contexto que los astrónomos John Couch Adams y Urbain Jean-Joseph Le Verrier se sumergieron en la danza matemática que eventualmente revelaría la presencia de Neptuno, el octavo planeta del sistema solar.
Corría el año 1845 cuando Adams, con sus cálculos meticulosos, identificó las misteriosas desviaciones en la órbita de Urano.
Sin embargo, al presentar sus resultados al astrónomo real George Biddell Airy, encontró un muro de desconfianza.
La posición social de Adams y la reticencia práctica de Airy crearon un obstáculo que demoró el reconocimiento del genio del joven astrónomo.
En paralelo, en Francia, Le Verrier, ajeno a los esfuerzos de Adams, presentó sus propios cálculos en la Academia de Ciencias en agosto de 1846.
La casualidad y la ironía del destino se aliaron nuevamente, ya que las predicciones de Le Verrier coincidían con sorprendente precisión con las de Adams.
A pesar de la falta de colaboración entre los dos científicos, ambos estaban en la pista correcta.
La travesía hacia el descubrimiento de Neptuno dio un giro cuando Le Verrier, frustrado por la falta de interés en su propia patria, se comunicó con el observatorio de Berlín.
El 24 de septiembre de 1846, el astrónomo Johann Galle, junto con Heinrich d’Arrest, apuntaron sus telescopios al lugar indicado por Le Verrier y, en una fascinante hora cósmica, dieron con el esquivo Neptuno.
La historia de este descubrimiento resuena como una sinfonía de colaboración y competencia, de cálculos precisos y casualidades cósmicas. Adams, a pesar de las barreras sociales, y Le Verrier, enfrentando la indiferencia en su propia tierra, convergieron en la verdad celeste de Neptuno.
La narrativa se tiñe con la ironía de Airy, quien, aunque consciente de las predicciones de ambos científicos, optó por ignorar a Adams en favor del prestigio de Le Verrier.
Esta elección, mientras deslucía la contribución de Adams, no pudo opacar la grandiosa danza de Neptuno revelándose en los cielos.
En retrospectiva, la historia de Neptuno se convierte en un recordatorio de la compleja intersección entre la ciencia y la sociedad, donde el reconocimiento y la prioridad a menudo son otorgados en función de factores más allá de la pura objetividad científica.
Así, Neptuno, el misterioso gigante azul, emergió de los cálculos y las observaciones, recordándonos que, incluso en los confines celestiales, la danza de la ciencia está entrelazada con las complejidades humanas.
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Urdiales Zuazubizkar fundación de letras hipnóticas A C.
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