Día 22. Palacio perdió dominio de la agenda de la crisis
CIUDAD DE MÉXICO, 5 de mayo de 2018.- En los recursos desesperados la disyuntiva es extrema: se muere o se salva. Pero el que se salva no siempre queda bien ¿Como quedará José Antonio Meade en esos intentos desesperados por salir del pozo con los que se juega su última carta? ¿Será una carta peligrosa?
Las caras que ha mostrado no avisan nada bueno. Le llegó muy profundo toda esta debacle electoral -tan larga- en la que nunca ha tenido el sartén por el mango. Ha tenido que escuchar frases burlonas, menosprecios, chifletas -como dirían en los pueblos-, cantaditas de refilón y la presión permanente de quienes lo subieron al carro. Estos son los más desencantados.
Está también ese sector vetusto, añejado en la trampa, conocedor de todo los vericuetos del poder, que pastan en el PRI -lejos de aquellos viejos talentos que florecieron por épocas-, y que no están contentos con él.
En un esfuerzo extremo se alía con uno de ellos, René Juárez, lo saca del montón de los molestos, le da su lugar y lo sube a su carro, sin importarle toda la palabrería, la andanada servil y denigrante que utilizó Enrique Ochoa Reza para permanecer en la punta.
Si acaso, se condolió del golpeador de maestros, Aurelio Nuño que no le ha servido de nada; pero al que conserva porque es el hilo de la tecnocracia que lo cobija.
Meade se ostenta de haber sido el vehículo que cambió la situación insostenible con Ochoa Reza, ¿pero puede legalmente -aunque se usen mecanismos internos normativos-, meterse en la vida interna de un partido, un ente público, alguien que no es miembro?
El candidato lo ha venido diciendo en varios momentos quizá para reforzar su poder de decisión y elevar un poco su autoridad ¿Qué planes se gestan en la desesperación de salir a flote? Hay quienes hacen terribles pronósticos, otros ven la opción B como más viable aunque la respuesta presidencial, el estado soy yo, puede frenar a algunos soñadores.
En lo que han visto la mayoría de los mexicanos en esta jornada, agobiada por tantas agresiones, algunos hablarían de pena ajena, pero otros serían más certeros: el que siembra vientos recoge tempestades.
Las esperanza que sueña el PRI o el esperado triunfo desesperado
Siempre es bueno recordar a grandes dramaturgos como Emilio Carballido, para hacer un juego de palabras. Una parodia -un remedo pues-, si partimos de que lo estamos aplicando para hablar de un partido en el sótano, que se aferra desesperadamente a la vida.
El título de la obra del autor veracruzano, La danza que sueña la tortuga, (Fondo de Cultura Económica 2009) se complementa con otro ingenioso título, el de la película que se inspira en esa obra: El esperado amor desesperado (1976). Las dos obras, la de teatro y el filme, las mencionamos en otra ocasión porque ambas llenaron épocas de la dramaturgia mexicana que inspiraba a otros creadores como es el caso de ese filme dirigido por el fallecido Julián Pastor.
Es la de Carballido una obra, que como la de algunos dramaturgos españoles, pulsa en el entorno social que describe, al grado de crear, al menos en este momento, cierto temor, cierto espanto de que las cosas sigan siendo lo mismo en una sociedad provinciana de sueños no cumplidos, de juegos fallidos y un olor a casas pueblerinas de vecinas chismosas, de prejuicios terribles -que ahora renacen con algunas campañas- y el incubar dentro de la buenas conciencias, la sencillez, la vida cotidiana de los seres descritos, un sentir retrógrado, conservador y triste no exento de humor, esperanza y al mismo tiempo resignación.
Vivencias que exhiben en el caso de la obra de teatro, la gran capacidad del autor mexicano de transmitirnos esas sensaciones. Lo hemos vivido de otra manera en obras como Rosa de dos aromas, Yo también hablo de la rosa, Rosalba y los Llavero y otras en las que el autor aborda diferentes temas, algunos psicológicos, otros en la realidad del machismo en México, la comedia de equivocaciones, et al.
Mensajes que si bien se concentran en un entorno, tienen como las verdades de razón aplicación universal. Al menos en sus títulos.