El episcopado ante el segundo piso de la 4T
CIUDAD DE MÉXICO, 17 de octubre de 2019.- Palabras más palabras menos, el propio presidente Obrador lo dijo en la mañanera del miércoles 16 de octubre: a los aliados y amigos perdón y olvido, a los enemigos y adversarios persecución y prisión.
Y Carlos Romero Deschamps no sólo ha sido un aliado desde hace muchos años del hoy presidente López Obrador sino que el dinero del sindicato petrolero financió el nacimiento y el crecimiento del partido Morena y, sobre todo, la candidatura del hoy presidente.
Por eso, es una ingenuidad suponer que la salida de Carlos Romero Deschamps es producto de una persecución al estilo de la prisión de Rosario Robles o la defenestración del Ministro Eduardo Medina Mora.
No, en realidad la salida de la dirigencia del otrora poderoso sindicato de Pemex, de Romero Deschamps, es más bien un mensaje cuyos destinatarios están en los intríngulis de la investigación por corrupción de la petrolera mexicana, en donde el gobierno de Donald Trump tiene metida la mano.
Es decir, el gobierno de AMLO debe mandar mensajes de limpieza en Pemex y en su sindicato, para impedir el derrumbe a los ojos de las calificadoras.
Por eso, el despido y el perdón del hoy ex líder del sindicato petrolero se mueve a través de “cartas marcadas”, negociadas, que hicieron que el otrora poderoso Deschamps deje el cargo sin temor a ser investigado y menos llevado a prisión.
Y si lo dudan basta revisar el comportamiento de ese “soldado del presidente” en que se convirtió Romero Deschamps desde el primer día del mandato de López Obrador.
Y es que si bien hoy muchos se escandalizan –sin pruebas y sólo de oídas–, del supuesto financiamiento de proveedores de Pemex a la campaña de Peña Nieto, lo cierto es que nadie dice nada del financiamiento de la campaña de AMLO, desde el sindicato petrolero.
Romero Desdechamps, igual que en su momento lo hizo su antecesor en la jefatura del sindicato, financió la candidatura presidencial del candidato de la llamada izquierda.
Si hacemos memoria, Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, financió la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, en la contienda de 1988.
Ese financiamiento oculto y la campaña masiva de votos a favor de Cárdenas le costó a “La Quina” el golpe lanzado por Carlos Salinas, que lo tiró del cargo y que llevó a la máxima posición a Hernández Galicia.
La historia se repitió desde el nacimiento del Partido Morena y, sobre todo, en la candidatura presidencial de López Obrador.
Y es que el gremio petrolero, igual que el de los electricistas y otros de los grandes sindicatos de empresas e instituciones del Estado son territorio de la llamada izquierda.
Y desde que López Obrador inició la construcción de su propio partido tuvo como aliado al jefe del sindicato petrolero; gremio del que le arrebató al PRI una importante porción de los 30 millones de votos que lo llevaron al poder.
Por eso, hoy se puede decir que López Obrador despidió a su aliado Carlos Romero Deschamps, pero también se debe aclarar que el presidente perdonó a su aliado al que le aplicará “la gracia” del olvido.
Y el mensaje fue claro en la “mañanera” de ayer miércoles, cuando en respuesta a Peniley Ramírez –una de las pocas periodistas que realmente preguntó, que incluso repreguntó y hasta confrontó al presidente sobre la corrupción en el gobierno de Peña Nieto–, Obrador confirmó que con los ex presidentes propuso “el punto final”.
Es decir, el perdón y el olvido.
Sí, perdón y olvido para ex presidentes, pero también para aliados y amigos; aliados como Deschamps, como Bartlett, como Olga Sánchez Cordero, como Napoleón Gómez Urrutia…
Y es que López Obrador es, en los hechos, el Luis XIV mexicano; es todo el Estado, el que perdona y castiga; es el “rey sol” de Macuspana.
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