Servido Mr Trump: ni migrantes ni mercancía china
Fui un niño feliz arropado por mi vieja y mi viejo, en las lecturas, en la reflexión, en analizar más de una vez las cosas de trascendencia, en el profundo amor por ser su hijo y haberme parido, en la disciplina, la cabalidad como persona y como hombre y en el trabajo por él, de la prosapia ferrocarrilera que un día el abuelo fue el heredero de la familia transterrada que en tanto conversos disfrazados y anarquistas sobre todo anarco sindicalistas tuvieron que dejar a sus muertos a los suelos rocosos y amarillos de la Huelva y la Asturias de los ancestros paternos. Me alimenté de la perseverancia de la abuela Toña, de su enjundia por hacerla de temer a quien quisiera atentar contra su prole en la diáspora serrana que tuvo y tuvimos que enfrentar. De mis hermanas y hermanos que por lo intenso y extenso de la pasión y el amor de quienes nos engendraron procrearon a 9 de nosotros, marinos, aduaneros, matarifes, enfermeras, contadoras y contadores, profesoras y como decía mi Tata Lona que su padre al inquirirle cuántos hijos tenía, inequívocamente contestaba: Dos mujeres, dos hombres y el cura, así en nuestro caso, tres mujeres, cinco hombres y el antropólogo!
Mayo por las celebraciones de la religión que nos inculcaron son recordados primero por ellos y cuando iniciaron las calenturas adolescentes por el olor de flores, incienso, perfume que las hermosas compañeritas vertían en el vestido de la virgen María; junio y julio por las celebraciones del Santo Patrono San Antonio de Padua en el barrio poblado por zapotecas de otros pueblos y por los avecindados venidos allende los mares, Chinos, Japoneses, Alemanes, Sirios, Iraquíes, libaneses, franceses y españoles; septiembre por las fiestas del pueblo mi San Jerónimo jamás olvidado, en el eufemísticamente llamado centro que con la llegada del ferrocarril quedó a la orilla y el comercio, los principales servicios, hoteles, mercados, cines y concentración urbana se manifestaron. Octubre por la celebración modesta y familiar de mi cumpleaños para llegar con todo el ánimo, jubilo, entusiasmo y esperanza a diciembre.
Diciembre que iniciaba con las peregrinaciones, rosarios y romerías en honor de la morenita del Tepeyac a quien está consagrada la iglesia de la “Estación” como se le conoce hasta la fecha al asentamiento más reciente en tanto que la parte tradicional y antigua del pueblo data según los registro desde siglos atrás y que entre otras cosas allí radican las familias zapotecas originarias, el tanque de agua entubada que surte a toda la población, el edificio del ayuntamiento, una pequeña placita y sobre todo hermosísimas mujeres que en mi época juvenil nos costó pedradas y persecuciones por querer enamorarlas de parte de los jóvenes allí nacidos. Después las posadas vividas y disfrutadas plenamente en sus dos versiones, las de la iglesia y las de las casas que en el caso de las primeras eran cortas y un tanto modestas que antes de terminar la chamacada de romper las piñatas, recibía la señal de mi madre para dejar la fila de turno para participar y subrepticiamente con un pequeño ejército de cantores y rezanderas, emprender a toda prisa la marcha con los peregrinos a cuestas y después de calcular que ya no oirían los cantos, letanías y rezos entonarlos a grito pelón por las frías calles y el norte que casi obligaban a echarnos piedras en las bolsas para que no voláramos con la tierra que a mares surcaban los aires. La madrugada de la noche buena, era el momento perfecto para dejar la cama y las cobijas ante la vigilia producida por la emoción y que iniciaba con los infaltables café con pan “para aguantar la friega” a las cinco de la mañana, pasar a atrapar a los patos y gallinas que habían sido seleccionadas previamente por la jefa de la casa, degollarlas, colgarlas para que escurrieran la sangre, después que eran pasadas por agua caliente desplumarlas con el arduo trabajo que era quitar las bases y pedazos de tronco de plumas y tatemarlos para quitar cualquier residuo de vellos.
Apisonar las papas recién hervidas, cortar los ingredientes vegetales e ir vertiendo poco a poco la crema agria y la mostaza que ella, mi guía, mi maestra y el amor que aun conservo, preparaba como nadiejunto al infaltable bacalao, aceptado por propios e invitados como Chico mi compañero de la infancia para después llevar las cazuelas al horno de pan que en punto de las cinco de la tarde era el único que probaba por “ser el mejor ayudante” esgrimía con autoridad mi vieja, mismo trajín y ceremonial familiar repetíamos con regocijo la noche vieja. Así traté de inculcar a los orgullos de mi optimismo en la añeja tradición familiar surgida de las dos culturas que nos toco vivir y que practicamos antes que como es la ley de la vida emprendieran sus propios caminos y hoy sean referencia en mi ánimo y en mi corazón: Con mi añoranza y mi amor profundo hoy sigo celebrando como en mi feliz infancia.
Gerardo Garfias Ruiz