La Constitución de 1854 y la crisis de México
CIUDAD DE MÉXICO, 2 de marzo de 2018.- Quienes conocieron el sistema de partidos políticos que existía previo al Pacto por México en 2012, seguramente recordarán que en cada agrupación política del país existía, cuando menos, una figura pública destacada de referencia central para los militantes y a la que se le denominaba “líder moral”.
Cuando el presidente Peña Nieto logró alinear a las dirigencias de los tres principales partidos políticos en pugna por el poder en el país, no solo logró los acuerdos necesarios para que el congreso pasara sus famosas ‘reformas estructurales’; quizá sin quererlo, demolió a esas figuras altamente simbólicas y representativas para los militantes de los partidos cuya responsabilidad no era directiva u operativa sino ideológica. Por ello, estas elecciones presidenciales del 2018 tienen de todo, excepto aquellas figuras.
No es raro, por tanto, que cada uno de los candidatos promueva y defienda con tanta vehemencia la catadura moral de su persona. No es solo un tema de discurso político o de estrategia de campaña: es el esfuerzo por llenar ese espacio que ha permanecido vacío por varios años al interior de los partidos.
Sin embargo, el que estas figuras de liderazgo moral no hayan tenido espacio dentro de los partidos políticos, en la construcción de sus estrategias ni en la conformación de las nuevas fuerzas políticas de presunta independencia no quiere decir que no hayan participado en la vida pública del país.
Sin duda, al hablar de líderes morales no se pueden dejar de mencionar a los ministros de culto o de formación de las iglesias o asociaciones religiosas. Desde los obispos y sacerdotes católicos, pasando por los pastores de todas las denominaciones cristianas así como los rabíes, maestros y los predicadores de diferentes perspectivas espirituales; todos, en la dimensión que les corresponde, han levantado la voz frente a muchas de las injusticias y violencias que padece el país.
Pero los ministros de culto no son los únicos liderazgos morales del país; también están los incontables ciudadanos que hacen un liderazgo comunitario ya sea en la custodia y celebración de tradiciones como en la promoción de los valores culturales, formativos, humanitarios o solidarios. Son los fiscales y mayordomos de las tradiciones de millares de poblados; los maestros y educadores; médicos y voluntarios; promotores de la recreación, la sensibilización, la información, la escucha, la inclusión o el diálogo.
Y el ejercicio de ese liderazgo no ha sido sencillo. Si bien la iglesia católica, por su grado de institucionalidad y organización, es la asociación religiosa que hace informes permanentes de sus ministros de culto que son amenazados, extorsionados, desaparecidos, secuestrados y hasta asesinados; muchas otras organizaciones religiosas o populares han padecido también la violencia generalizada en el país, los efectos de la corrupción y la inseguridad.
Que en los últimos dos sexenios (Calderón y Peña), la Iglesia católica haya reportado un crecimiento exponencial en el número de ministros asesinados obliga a reflexionar sobre los crímenes contra otros liderazgos que también han ensombrecido a otras organizaciones religiosas, comunitarias o populares.
Los liderazgos morales de una sociedad son la vida y el espíritu que amalgama las instituciones intermedias de un país. Son voces diferenciadoras y definidoras de muchas inquietudes o indecisiones de grandes porciones de ciudadanos.
Por ello, hay una soberbia inmensa en aquellos candidatos que piensan que no hace falta un debate moral, que todo es eficiencia o talento, venganza o cuestión de capacidad autorreferencial. Hace falta escuchar a esos liderazgos morales y populares, reconocerles el lugar que ya tienen entre sus comunidades.
Eso sí sería una propuesta democrática y llena de humildad, para variar un poco la tónica pendenciera electoral que se ha repetido hasta la náusea en México.
@monroyfelipe