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Ángela Anzo Escobar
En los últimos años Chile ha vivido conflictos y transformaciones álgidas, que también se pueden leer y entender desde una aproximación a las expresiones artísticas, sostuvo la doctora Carla Pinochet Cobos, doctora en Ciencias Antropológicas por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), al hablar sobre Exclusión social y emergencias artísticas: apuntes desde la escena cultural chilena.
Durante la conferencia, organizada por el Departamento de Antropología de la Unidad Iztapalapa, enfatizó que las condiciones históricas de desigualdad se acentuaron durante varias décadas en Chile.
“Las artes no son sólo una expresión de lo social, sino que también participan activamente de su producción. Las prácticas artísticas no se reflejan de manera mecánica o automática, por lo que no debemos pensarlas como una manifestación separada de la sociedad”.
Las cifras tan acentuadas de segregación, desigualdad y precariedad de aquella nación, contrastan con el éxito macroeconómico que se refleja en las grandes estadísticas, que lo proyectan como un modelo para otros países de América Latina.
Para la investigadora es fundamental entender las coordenadas geopolíticas en las que se enmarcan estas producciones, por lo que invitó a pensar las artes como un espacio de lo irresuelto, un lugar de la inminencia, de lo que no se termina de nombrar y tiene un contrato oblicuo con la realidad.
Un análisis desde esta perspectiva “podría ayudarnos a pensar las contradicciones sociales”, pues señaló que las artes tienen una capacidad de anudar diversas clases de tensión y la ambivalencia que se expresa con la política.
“La cultura y las artes pueden ser formas de lidiar con las contradicciones y el conflicto social, y las políticas culturales van a determinar los modos en que gestionamos la diferencia”.
Pinochet Cobos añadió que estas prácticas también pueden ser pensadas como formas particulares de elaborar por vía de la diferencia algunas de las tensiones sociales que emergen de la desigualdad.
En esa región se ha dado una lógica de rebelión global contra el modelo neoliberal, con un malestar acumulado durante décadas que trajo consigo la capacidad de sostener protestas durante meses, tal como sucedió en el estallido social de octubre de 2019.
La investigadora refirió que las artes jugaron un lugar importante en el movimiento social, pues se dio una dimensión gráfica en la protesta con una producción iconográfica intensiva, la circulación en diversos soportes y medios que integraron diferentes capas simbólicas simultáneas.
“Estos elementos se graficaron y se condensaron en imágenes y circularon en distintos soportes. Había una combinación entre lo que sucedía en las calles y lo que estaba pasando a través de los celulares, las pantallas y el sticker de WhatsApp, que se alimentaban también del grafiti, el esténcil o el arte urbano”.
Para la antropóloga algo característico de este movimiento es que la complejidad de los recursos visuales se puso en juego, ya que no sólo se trató del rayado, ni de la pancarta en un sentido clásico, sino de artistas que salieron a la calle y generaron iconografías que recurrían a lo popular, a lo masivo y a convocar imaginarios críticos en torno al acontecer político.
La reflexión se acompañó con ejemplos de obras de artistas plásticos como Miguel Ángel Castro, Caiozzama y Octavio Gana, y Andrea Gana del colectivo Delight Lab, quienes realizaron intervenciones lumínicas a gran escala en espacios emblemáticos de Chile, utilizando la luz para contrastar las contradicciones.
“Estas imágenes nos dan cuenta de que a partir de estos ejercicios de condensación visual de una serie de sentidos que están en la calle y en el percibir de los ciudadanos, es posible crear relatos alternativos a los dominantes, articular nuevos sentidos colectivos y reafirmar estos conceptos como rectores de la revuelta”.