Llora, el país amado…
2024 dará cierre a uno de los ciclos políticos más singulares de la historia nacional.
El gobierno de López Obrador trascenderá no por las mejores razones.
Sus aduladores, elementales o elaborados, señalan los logros en beneficio de las mayorías y la recuperación de un sentido de ética del servicio público, que está bien si el juicio se queda en las intenciones; los resultados dicen otra cosa, el país es más desigual y los pobres más pobres han aumentado.
Peor aún, la inseguridad y la violencia crecen y a todos golpean, lastimosamente, a los más expuestos.
El deterioro de los servicios de salud no compensa los incrementos de los salarios o las cuantiosas transferencias monetarias a millones de mexicanos.
La educación pública, la mejor plataforma para la movilidad social, atraviesa su peor momento cuando la transformación del país exige mayor preparación a sus jóvenes.
La gravísima afectación es en materia de inseguridad y en la corrupción, abonada por el cinismo y la hipocresía de su clase gobernante y de sus élites.
El aterrizaje de López Obrador pasa por los comicios de 2024.
El fraude inició hace tiempo, con el presidente y gobiernos volcados en la parcialidad en su determinación de reproducirse en el poder; las irregularidades durante la jornada electoral serán lo de menos.
Se está viviendo una elección de Estado con la complacencia o connivencia no sólo de los factores de influencia y de poder, también con la pasividad del árbitro electoral y de su instancia judicial.
El presidente interviene en la elección, es el factor, impone su agenda y obliga a su candidata a una penosa sumisión a una propuesta de cambio de régimen que niega la tradición democrática y la lucha política de la izquierda mexicana.
López Obrador no tendrá un aterrizaje tranquilo.
Sembró discordia y odio entre los mexicanos.
Un presidente cruel con las personas en dificultad por la pandemia, la tragedia natural de Acapulco o por negarles el derecho a la salud ante la devastación de los programas en su beneficio o por el desabasto de medicamentos; o en materia de seguridad, dejando expuesta a la población al horror de atrocidades que impone el delincuente.
Primero criminalizó a la pobreza y ahora re victimiza a los jóvenes atribuyendo sus muertes trágicas a adicciones, acusaciones falsas en los casos de Celaya y Salvatierra, obligada era una disculpa pública, pero no hay nobleza para ello porque cree que eso lastima a la investidura presidencial.
Invocar las adicciones como causa del crimen es carente de fundamento, ofensivo y propio de un rancio conservadurismo.
Las estadísticas que tanto desprecia el presidente dan cuenta de un país en peor circunstancia en casi todos los rubros respecto al momento en el que lo recibió.
Su mandato fue el de cambiar de manera radical, para mal; utilizó para destruir logros alcanzados y para perseguir a independientes, disidentes y críticos del gobierno. También la oposición pasó al paredón del revanchismo mañanero presidencial.
Su agresión, sin precedente al Poder Judicial y a los órganos constitucionales autónomos, que garantizan transparencia, rendición de cuentas y una economía al margen del monopolio y la discrecionalidad gubernamental.
El presidente tiene razón en que las obras públicas se acreditan por el beneficio social que genera, precisamente ese es el problema en lo que se invertido, además del incremento exponencial de su costo.
Muy difícil que el presidente reciba el aval mayoritario para que la nueva legislatura pueda proceder al cambio de régimen que pretende.
De eso se trata la elección: democracia o dictadura; lo de menos son las candidatas y candidatos, los partidos o la elaborada oferta.
Se trata fundamentalmente de aceptar o frenar la involución democrática del nuevo seductor de la patria en un entorno de competencia desigual y de parcialidad de autoridades, de un árbitro ausente y de élites en su mayoría aplaudidoras o complacientes.
Aún así, la ciudadanía tiene el poder de contención, suficiente para evitar que el régimen se haga de la mayoría calificada y, posiblemente, para hacer realidad la hazaña de la cuarta alternancia en la presidencia de la república y no la ignominia del segundo piso de la cuarta transformación.
Una ciudadanía con sentido de dignidad en búsqueda de un mejor gobierno, decidida a castigar el abuso y la venalidad de sus gobernantes.