Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
Apunte diario sobre letras hipnóticas
OAXACA, Oax. 12 de marzo de 2024.- Hace unos días, un grupo de supuestos normalistas, utilizando una camioneta de CFE como ariete de los Ejércitos antiguos, rompieron una de las puertas del Palacio Nacional de la Ciudad de México.
Las portadas laterales descubren las puertas denominadas Mariana y de Honor; la primera, ubicada en el ala norte, es así conocida en memoria del presidente Mariano Arista, quien la mandó construir en 1852; la otra, orientada al sur, recibe su nombre por el hecho de ser la puerta reservada para uso del Presidente.
Se echaron la Puerta «Honor».
Sin polémica alguna, personalmente no considero que sea una buena idea el ocupar el Monumento como oficinas o como habitación ya que se trata precisamente un monumento histórico, y como tal deber ser tratado, evitando así actos vandálicos que atentan en contra de la historia de nuestro país.
Arriba de y al centro de las puertas «Mariana» y «Honor» existen los balcones y uno de ellos, hoy desaparecido, llama la atención.
El balcón de la virreyna
En el bullicioso corazón de la Ciudad de México yace el majestuoso Palacio Nacional, testigo silencioso de incontables episodios que han marcado la historia de nuestro país.
Entre sus muros, hay un detalle intrigante que evoca los susurros del pasado: el misterioso balcón de la virreina, cuya presencia se desvaneció en las brumas del siglo 17.
Imagínate, querido lector, estar parado frente al balcón presidencial, sintiendo la energía vibrante de las multitudes que se congregan allí para celebrar nuestra identidad nacional en eventos históricos.
Sin embargo, pocos saben que en ese mismo lugar, en tiempos antiguos, se alzaba otro balcón: el elegante mirador de la virreina.
Este balcón, reservado para la aristocracia de la época, ofrecía vistas privilegiadas de la Plaza Mayor, donde damas y caballeros de la corte se reunían para contemplar el bullicio de la ciudad.
Pero la gloria efímera de este enclave histórico fue eclipsada por la violencia de una época convulsa.
En el año 1692, durante la agitación de la primera gran rebelión tras la conquista, una turba enfurecida asaltó el Palacio Virreinal, arrasando con todo a su paso, incluido el preciado balcón de la virreina.
Este motín, desencadenado por la desesperación ante la escasez de grano, se convirtió en un capítulo sombrío de nuestra historia, transformando para siempre la fachada del Palacio Nacional.
Pero, ¿qué ha sido del legado del balcón de la virreina en el devenir de los siglos?
Su memoria perdura en los relatos que se transmiten de generación en generación, recordándonos que incluso los monumentos más imponentes están impregnados de la fragilidad de la historia humana.
Hoy, el Palacio Nacional sigue siendo un faro de poder y cultura, pero también una lección sobre la transitoriedad de la grandeza.
En sus muros resuenan los ecos de tiempos pasados, invitándonos a reflexionar sobre cómo el curso de la historia puede transformar incluso los símbolos más arraigados de nuestra identidad nacional.
En este apunte diario sobre letras hipnóticas, hemos explorado el enigma del balcón de la virreina, un recordatorio de que detrás de cada piedra hay una historia que espera ser contada.
En el corazón de la Ciudad de México, el pasado y el presente se entrelazan, recordándonos que somos herederos de una historia rica y compleja, donde cada balcón, cada calle, lleva consigo el peso de los siglos.
Como enigmática anécdota, en ese mismo lugar, hoy y desde hace muchos años, se da el Grito de Independencia cada 15 de septiembre de cada año, coincidiendo artificialmente con el aniversario del natalicio de Porfirio Díaz, quién cambio la fecha del grito de Dolores para celebrar su Santo, cómo decimos los oriundos de la misma ciudad en donde nació el caudillo.
Salve pues, en el mismo lugar, tantos caudillos, tantos mandatarios y un solo lugar, el de las virreinas.
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Urdiales Zuazubizkar fundación de letras hipnóticas © A.C.
Querido lector, si lo considera, reproduzca está columna, en miras de una cultura lectora
Muchas gracias
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