Economía en sentido contrario: Banamex
CIUDAD DE MÉXICO, 9 de julio de 2018.- López Obrador será un presidente con absoluta legitimidad, que recibió un respaldo indiscutible para él y su partido en las dos cámaras legislativas y en los congresos estatales. Pero eso no lo convierte en infalible ni en demócrata.
Medios de comunicación, plataformas digitales y empresarios lo han comenzado a endiosar de manera indecorosa para una República en el siglo XXI.
Recibirá un país sin condiciones ni contrapesos.
Nos encontramos en el umbral de que una sola persona detente casi todo el poder del Estado sin que nadie tenga fuerza para decirle no.
Es tal la desmesura en el halago y la complacencia para ganarse una sonrisa y una mirada del próximo presidente, que no sumarse al carnaval convierte al crítico en un ser desadaptado o anormal, como han escrito.
Se entiende, y se justifica, que sus seguidores estén eufóricos porque tienen más de 33 millones de razones para el júbilo.
Pero falta decoro en empresarios y comunicadores que fueron estigmatizados e insultados por López Obrador, y los vemos en la puja por treparse al carro de la victoria.
Ahora resulta que todos le íbamos a los Cardenales de San Luis. No, no es así.
El personaje tiene tendencias autoritarias, populistas y antidemocráticas.
Hasta ahora se ha conducido con sorprendente y positiva responsabilidad, que no tuvo como dirigente opositor.
Se ha tomado en serio su idea de reconciliación.
Algunos de sus nombramientos han sido acertados, en puestos clave.
Hay un mejor ambiente en el país que hace dos semanas.
La gente, que la ha pasado mal, ahora está contenta pues pedía a gritos un cambio y ese voto ganó.
Si mantiene ese perfil conciliador y logra bajar algunos puntos a la pobreza y a la corrupción sin restringir libertades individuales y colectivas, será un buen presidente.
Nadie quiere que el piloto del avión en que viajamos todos, fracase.
Pero en un régimen democrático el presidente necesita contrapesos pues un voto mayoritario no convierte a nadie en intocable ni en infalible.
López Obrador se va a equivocar y habrá que decírselo.
Así como ha tenido aciertos, en estos primeros días se ha equivocado rotundamente.
Se equivoca al desaparecer al Estado Mayor Presidencial. Él va a necesitar seguridad profesional, porque eso de que lo cuida el pueblo es demagogia.
Entre el pueblo hay muchos desequilibrados que quieren pasar a la historia abrazados a la imagen de un famoso.
Pensarse intocable porque el pueblo lo quiere mucho, es un signo de enajenación que emana del halago desmedido y de una votación aplastante.
El Estado Mayor es indispensable para la operación del Ejecutivo federal.
Se equivoca al descentralizar así a la administración pública federal, porque va a separar a miles de familias y las llevará donde no hay infraestructura para recibirlas, entre otros problemas.
La incertidumbre por su idea de autoconsumo y la ausencia de ratificación del TLC, va a provocar que las inversiones en el sector exportador se frenen, y lo vamos a resentir.
Va a construir refinerías y reconfigurar otras seis. Subsidiará el precio de las gasolinas. Es un error, porque las refinerías cuestan caras (10 mil millones de dólares cada una) y tardan varios años en iniciar producción, mientras el negocio grande está en la venta del petróleo, no de derivados.
El control de precios de combustibles que anuncia es muy popular, pero se va a comer el gasto.
Va a duplicar la pensión de adultos mayores y otorgar becas a dos millones 600 mil jóvenes con un costo de 110 mil millones de pesos al año.
Excelentes intenciones, pero no hay dinero que alcance, aunque quien lo proponga tenga el cien por ciento de la votación.
Ojalá encuentre la fórmula, y saldremos ganando todos.
Va a echar abajo la reforma educativa. Craso error que nadie le cuestiona.
Lo que nos anuncia el virtual presidente electo es que va a regalar pescado en lugar de enseñar a pescar.
No pueden los maestros ascender por méritos sindicales, sino académicos.
El dinero para la educación lo debe manejar la SEP y no los sindicatos.
Hay que implementar un plan de choque de enseñanza del inglés en las normales para que de ahí salgan maestros bilingües.
Rechazar la reforma educativa es condenar a los jóvenes humildes del país a vivir de las dádivas del gobierno (a cambio de su voto, obviamente), y no del desarrollo de sus capacidades.
Ahí se equivoca el virtual presidente electo.
Por eso hay que “bajarle dos rayitas”, sí, pero al endiosamiento y a la zalamería que lo empujan a perder el piso.