Día 23. Por oportunismo, crisis en Ciencias Políticas de la UNAM
OAXACA, Oax., 17 de septiembre de 2017.- Después de evaluar la inauguración del Centro de Convenciones del Estado con su equipo más cercano y de constatar la difícil relación con los líderes de la Sección 22 del sindicato de maestros, la presencia del Presidente de la República en tierras de Juárez podría considerarse un triunfo político para el joven gobernador de Oaxaca.
El apoyo y afecto del primer mandatario de la Nación hacia su persona y hacia el Estado sureño era más que evidente, aunque el cohetón lanzado hacia el helicóptero de la comitiva presidencial podía ocasionarle ciertas molestias del círculo cercano del Presidente mexicano.
Con la alegría reflejada en el rostro se disponía descansar después de ajetreado día, cuando la fuerza de la naturaleza hizo sentir su presencia de manera brutal, la primera reacción del gobernador, de manera natural, fue proteger a los suyos, pasado el momento crítico, lo primero fue buscar información sobre el impacto registrado, temió lo peor para la población que la buenaventura le permitió gobernar, administrar, cuidar, proteger y buscarle mejores horizontes de felicidad personales y comunes, estaba consciente que a tan noble gente merecían, merecen y merecerán mejor destino.
En esos momentos la necesidad de información fue vital, recibe pronto la llamada de protección civil del gobierno de la República, también requerían información sobre la situación en el Estado, se le informa que el movimiento telúrico rebasó los 8 puntos, pronto los medios dan la noticia que había sido de 8.4, que el impacto había sido desastroso, que los Estados más afectados habían sido Oaxaca, Chiapas y Tabasco.
El gobernador entra en una profunda preocupación, siente un sudor frío, la falta de información sobre los efectos del sismo le produce angustia. Más que nunca se dio cuenta de la falta de un sistema eficiente de protección civil, la alerta sísmica fue un fracaso y nulidad, se prometió así mismo en reparar tan terrible situación.
Al pasar las horas la información es lenta y subjetiva, su equipo de trabajo demostraba no estar a la altura de la contingencia, se comunica con el Presidente de la República para informarle que de acuerdo con la información a la mano, el Istmo de Tehuantepec, en especial el municipio de Juchitán, había sido devastado.
En la madrugada del viernes ocho, el primer mandatario nacional opera el sistema de protección civil del gobierno federal, acudiendo así al apoyo del mandatario oaxaqueño.
Durante los primeros días posteriores al terremoto, Enrique Peña Nieto, su mentor político, no lo abandona, envía a su gabinete entero a tierras oaxaqueñas, la dimensión de la tragedia lo ameritaba, nombra a secretarios de Estado como responsables directos en cada uno de los municipios istmeños, la ayuda federal comienza a operar, la sociedad civil pronto responde, la ayuda internacional comienza a fluir.
Pronto comprende que la falta de recursos de su gobierno, de los municipios, la incompetencia de su equipo de trabajo, la ausencia de un sistema para abordar con éxito este tipo de graves contingencias, no pueden ser obstáculos para encabezar personalmente las políticas y acciones necesarias para enfrentar la tragedia.
Su presencia en cada uno de los municipios era necesario, su mensaje fue: “oaxaqueños no están solos”, dar confianza fue la primera obligación como gobernante.
Sin embargo, el contacto con aquella lacerante realidad, observar aquellos rostros llenos de dolor y de angustia, comprendió también que había que reaccionar pronto o aquellos rostros podrían transformarse en ira, indignación, incluso en violencia.
No podía ser inerme ante la tragedia, que para algunos, era dantesca. No bastaba su voluntad, era ya necesario que el gobierno central tomara a su cargo las consecuencias del terremoto, no había lugar para dignidades personales, los afectados merecían pronta atención, además de que la magnitud de la tragedia implicaba a 283 municipios en el Estado y los daños eran cuantiosos.
Comprendía que su gobierno era impotente, incompetente e insuficiente, no había más remedio, la nueva estrategia se inició de inmediato.
Una estrategia eficiente era ya requerida, se necesitaba todo el peso del Estado mexicano o aquello podía salir de control, una llamada al primer mandatario nacional era urgente, la cercanía de la renovación de los poderes nacionales contaminaba las labores de atención a los efectos del sismo.
A la vez las peores expresiones de la naturaleza humana afloraban, grupos vandálicos se formaban para aprovecharse de la tragedia, políticos de baja ralea y de ambiciones desmedidas llevaban “agua a su molino”, partidos políticos se sumaban al uso electoral del desastre, sólo la solidaridad ciudadana salvaba la situación: el impotente mandato del gobernador de que nadie podía usufructuar con la tragedia humana se perdía en el inmenso espacio del territorio oaxaqueño.
En la etapa de reconstrucción había que estar muy vigilantes con el uso indebido de los recursos públicos, era un reto más para el joven gobernador oaxaqueño: se sumaba a las complicidades de la corrupción, que significaría su muerte política o ser eficaz en la reconstrucción para beneplácito de los que sufrieron lo indecible.
Sólo el tiempo lo podría corroborar.