
La degradación de la palabra en política
En estos días conmemoramos los 146 años del nacimiento y 70 de la muerte del más notable hombre de ciencia del siglo 20. Si Dios creó el Universo y Newton lo explicó, fue un modesto profesor alemán llamado Albert Einstein quien lo ordenó.
Utilizando sólo la fuerza de su mente, sin ayuda de complejos aparatos científicos, laboratorios, supercomputadoras o batallones de asistentes hoy a disposición de investigadores en las grandes universidades, Albert Einstein desentrañó los enigmas del universo y los explicó en un lenguaje llano e incluso encantador.
Produjo el primero de sus asombrosos trabajos cuando era un burócrata al servicio de la oficina de patentes en Berna, Suiza. Se trata de un documento de apenas tres cuartillas y tres pasos titulado, “¿La inercia de un cuerpo depende de su contenido de energía?”
En sus breves párrafos se anuncia el antecedente inmediato de la fórmula matemática más conocida del mundo, que se cita a diestra y siniestra aunque no se entienda: E=mc2. Es decir, la energía es igual a la masa llevada al cuadrado de la velocidad de la luz. No voy a pretender que podría explicar este concepto, pero creo que una metáfora del gran poeta Archibald MacLeish nos ayudaría a sentir su profundidad: Un poema no debiera significar / sino ser. Sustituya el lector la palabra “poema” por “ecuación”, cierre los ojos un momento y vuelva a leer. ¿Queda claro?
Esta ecuación permitió explicar la radioactividad, por qué las estrellas brillan y por qué todos los átomos que nos forman fueron creados en las estrellas. También facilitó el desarrollo de los aceleradores de partículas y permitió descubrir los mecanismos para crear bombas atómicas.
Pero en el documento brillan por su ausencia las referencias eruditas y los latinajos que hoy son obligados en los papers científicos, y por supuesto no está en formato “APA”. Fue publicado por la revista Anales de la física el 27 de septiembre de 1905 cuando Einstein tenía apenas 26 años de edad.
Pero no obstante haber desarmado y reconfigurado las explicaciones sobre el mundo en el que vivimos que recibimos de una portentosa constelación de pensadores, entre ellos Tales de Mileto, Aristóteles, Galileo, Ptolomeo, Copérnico, Ibn al-Haythan, Newton, Brahe y nuestros desconocidos astrónomos mayas, tuvieron que pasar cuatro años antes de que fuera aceptado como profesor en Zurich en 1909.
Con el humor ácido que fuera una de sus prendas, apenas recibió el nombramiento lo compartió en una carta a un amigo: “Así que ya soy también un miembro oficial de la cofradía de las hetarias”.
A los 36 años Einstein había producido una de las más dramáticas revisiones de la idea del universo en la historia. Su Teoría General de la Relatividad no fue sólo la revisión genial de conocimientos ni el diseño de nuevas leyes, sino una nueva interpretación de la realidad.
Los efectos de su propuesta repercutieron en el conocimiento científico, sí, pero impactaron como tsunami en la literatura, en la pintura, en las artes en general y en la conducta de muchas generaciones.
Las anécdotas sobre Albert llenarían un grueso volumen, aunque casi todas pertenecen al reino de la mitología. Cierto que fue un alumno problema con una feroz, casi patológica, resistencia a la autoridad, pero jamás lo reprobaron en matemáticas. Al contrario, antes de los 15 dominaba el cálculo integral y el diferencial. Sí dijo que la imaginación es más importante que la inteligencia.
Sus amigos y conocidos lo recordaban descortés, contestatario, indiscreto, brusco, grosero, indiferente y frío. Como estudiante del politécnico en Zurich llegó a ser la bête noir del claustro académico. Como maestro era desordenado y disperso, poco estimulante y tendía a aburrir a sus alumnos.
Claro que años después estos mismos rasgos dieron lugar a tiernas y sabrosas leyendas. Cosas de la fama.
En su vida íntima era incapaz de establecer ligas afectivas profundas. Sus amigos varones conocían sólo una faceta superficial de su carácter. Con las mujeres se involucraba siempre y cuando no sintiera amenazada su independencia. Con sus hijos, si bien afectuoso y responsable, tendía a ser lejano.
La compleja personalidad de Einstein explica su genialidad. A riesgo de simplificar, mientras que los grandes físicos de su tiempo reverenciaban la figura de IsaacNewton y sus teorías las tenían como palabra revelada y dogma, Albert no tenía empacho en cuestionarlas mediante razonamientos -en este contexto- casi heréticos.
Su rechazo a todo autoritarismo le permitió incursionar en terrenos, digamos, “prohibidos” y así dar nuevas soluciones a viejos problemas.
Walter Isaacson publicó una monumental biografía de nuestro genio: Einstein. Su vida y su universo. Este libro minucioso, erudito y divertido, permite al mortal común y corriente seguir los pasos de quien una vez se dijo fue “El pensador más original en la historia de la Humanidad”. Algunos extractos:
“Durante toda su vida, Einstein conservaría la intuición y el asombro de un niño […] ‘Las personas como nosotros no envejecen’ escribió a un amigo ya avanzada su vida. Nunca dejamos de asistir como niños curiosos al gran misterio en el que fuimos colocados’.
“La impertinencia de Einstein lo metió en problemas con Jean Pernet, el profesor del Instituto Politécnico a cargo de los ejercicios y experimentos de laboratorio. En la materia “Experimentos en física para principiantes”, Pernet le dio a Einstein un 1, la más baja calificación posible, ganándose así la distinción histórica de haber reprobado a Einstein en un curso de física.
“Creía que el requisito básico de la educación era la libertad intelectual […] Cerca del final de su vida, el Departamento de Educación de Nueva York le preguntó en qué materias se debían empeñar las escuelas. ‘En la enseñanza de la historia’, respondió. ‘Deben organizarse amplias discusiones sobre la obra de personajes que beneficiaron a la humanidad gracias a su independencia de carácter y de juicio’. […] ‘Es importante promover el individualismo’ dijo. ‘Pues sólo los individuos producen ideas nuevas’. ‘La obediencia ciega a la autoridad es la principal enemiga de la verdad’. […] ‘Una carrera académica que obliga a producir gran cantidad de escritos científicos genera el peligro de la superficialidad intelectual’.
“Su éxito fue consecuencia de su capacidad para poner en tela de juicio ‘lo sabido’, de su constante reto a la autoridad y de su capacidad de asombro ante misterios que nada decían a otros”.
Todos podemos encontrar inspiración en la vida de este hombre, que además fue un incansable pacifista y se horrorizó cuando sus descubrimientos llevaron a fabricar las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki.
En lo personal no deja de maravillarme cómo abordó el inquietante enigma de los límites del Universo y explicó, con la brillante y sencilla metáfora de los hombres bidimensionales en su mundo bidimensional, la curvatura del espacio.
No es que hoy duerma más tranquilo por ello, pero al menos ya puedo ver las estrellas sin esa sensación de vacío que parecía arrancarme el corazón.
Cierro este breve recuerdo del gran profesor con una paráfrasis del epitafio que Alexander Pope dedico a Isaac Newton para su tumba en la abadía de Westminster en Londres:
«La naturaleza y las leyes de la naturaleza estaban ocultas en la noche. Dios dijo: ¡Hágase Einstein! ¡Y todo fue luz!»
6 de abril de 2025