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OAXACA, Oax. 22 de marzo de 2025.- El poder no siempre se mide en discursos, trajes o investiduras. Es el que muestra fuerza situándose a la misma altura. Y cuando el poder se arrodilla con ternura, puede atar no solo un par de agujetas, sino estrechar un lazo con su pueblo.
Así pasó con la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, durante su gira por Oaxaca.
La más alta investidura de México protagonizó un momento que no estaba en el guion oficial.
Mientras saludaba a las y los asistentes, notó a un niño con los cordones de sus tenis desatados.
Sin titubeos, se inclinó, se colocó a su altura y le amarró las agujetas con la misma calma con la que se construyen los lazos entre el poder y el pueblo.
No fue un acto planeado, pero sí cargado de simbolismo. En medio del ajetreo político, del protocolo y los flashes, una imagen sencilla capturó la atención de muchos: la presidenta ejerciendo un tipo de liderazgo que no busca imponerse desde arriba, sino acompañar desde abajo.
La gira de Sheinbaum por la conmemoración del 219 aniversario del natalicio de Benito Juárez en Guelatao destacó la vigencia del pensamiento juarista en la defensa de la soberanía nacional.
Además, inauguró el Hospital General de la Mujer y el Niño Oaxaqueño en San Bartolo Coyotepec, que por su recomendación, se llamará ahora de la niñez, porque si no, cuestionó ¿dónde quedan las niñas?.
Pero la escena con el niño se volvió viral. Y no por espectacular, sino por humana. Porque en ese gesto se resumen muchas cosas: la cercanía con la gente, la sencillez en el ejercicio del poder y una señal clara de que el gobierno también puede mirar a los ojos —y a los pies— de su pueblo.
Claudia Sheinbaum no solo ató unas agujetas. Ató, con ese gesto, un lazo poderoso con quienes esperaban algo más que palabras: esperaban un acto que les dijera que también ahí, en lo cotidiano, en lo simple, está el compromiso de una mujer con México.