Llora, el país amado…
El sábado que acaba de pasar, Raúl Franco me entrevistó en su programa de radio Franco y directo (La Mexicana, 94.4 FM y 570 AM), y me preguntó directamente si corría yo maratón y qué había hecho en la mañana. Le dije que por la mañana temprano había hecho un entrenamiento porque me estoy preparando para el maratón de principios octubre en la ciudad de Chicago, uno de los considerados Grandes Maratones. Comenté que ya he corrido varios maratones y medios maratones y esta fue la idea que me motivó a escribir este artículo sobre este tema, pensando sobre todo en las exigencias que impone una carrera como estas al organismo humano.
La carrera del maratón se origina en un hecho histórico teñido de leyenda, que es el trayecto de 40 kilómetros que corrió el soldado Filípides en el año 490 antes de Cristo, entre la ciudad de Maratón, en el noreste de la costa Ática, y Atenas, para anunciar la victoria sobre el ejército persa. La carrera masculina forma parte de los Juegos Olímpicos desde su origen moderno en Atenas 1896 (la carrera femenina no sería incluida sino hasta las olimpiadas de Los Ángeles 1984), pero solamente adquirió su distancia actual, de 42 kilómetros más 195 metros, en las justas olímpicas de Londres 1908. La razón: que la reina de Inglaterra, en ese entonces Alejandra de Dinamarca, esposa del rey Eduardo VII, pidió que el contingente pasara frente al Palacio Real y esa vuelta implicó sumarle los dos kilómetros y pico al recorrido.
Ironías del destino, el soldado Filípides murió de fatiga tan pronto entregó su mensaje victorioso y pensar en ese hecho insólito me ha hecho reflexionar sobre la enorme exigencia que una carrera de fondo como el maratón impone sobre la fisiología del organismo. En esta entrega me referiré tan solo a un aspecto, el balance hidroelectrolítico, y más adelante iré desgranando las diferentes aristas de este fascinante tema, que tiene implicaciones importantes para todos aquellos a los que, aunque no sean maratonistas, les gusta correr y lo hacen regularmente.
Los electrolitos son los elementos minerales que se encuentran en el plasma sanguíneo, en los órganos y tejidos y en los diferentes fluidos del cuerpo: el sodio, el potasio, el calcio, el fósforo, el cloro, el magnesio, el hierro, que tienen la característica de ser átomos cargados eléctricamente. Todos ellos son fundamentales para muchas funciones corporales, como ayudar a mantener el balance del agua corporal, permitir la entrada y salida de nutrientes de las células, formar la estructura de los huesos, permitir a la sangre coagular y transportar el oxígeno, generar los impulsos nerviosos y provocar la contracción de los músculos. Los electrolitos son, en una palabra, esenciales para la vida.
Una dieta balanceada aporta lo suficiente para nuestros requerimientos diarios y hay alimentos particularmente ricos en electrolitos. La sal que consumimos en todas las comidas nos aporta sodio y cloro, aunque hay que advertir que solemos tomarla en exceso, con consecuencias sobre la presión arterial y la función cardiaca. Las frutas y verduras son ricas en potasio, particularmente los plátanos, los jitomates, el brócoli y, tal vez con sorpresa para algunos, las papas, que de hecho son los alimentos con mayor contenido de potasio, un electrolito que, según diversos estudios, no siempre ingerimos en la cantidad necesaria. Todas las nueces, pero en especial las almendras y las nueces de la India, son ricas en magnesio, un electrolito cuya deficiencia se ha asociado a la diabetes, la hipertensión y la insuficiencia renal. Para el calcio no hay como la leche, que además aporta sodio y fósforo en cantidades importantes.
Dado un aporte adecuado, el siguiente punto es la hidratación. La pérdida de agua corporal —a través de la sudoración o cuando uno está enfermo con diarrea y vómito— se acompaña de la pérdida de electrolitos y cuando los niveles han bajado lo suficiente empieza a haber síntomas. Los calambres repetidos pueden hablar de niveles bajos de magnesio, potasio o calcio. Puede haber un dolor de cabeza persistente, debido a alteraciones de la circulación, y puede haber también sintomatología neurológica, como confusión, dificultad para concentrarse y sensación de fatiga. Cuestiones digestivas, como diarrea o estreñimiento, pueden ser también un indicador del desequilibrio electrolítico, como lo es un ritmo cardiaco irregular o una taquicardia que no se explica.
El corredor de maratón está particularmente expuesto al desbalance hidroelectrolítico. Empieza a sudar al poco de comenzar la carrera y no deja de sudar kilómetro tras kilómetro, muchas veces con elevadas temperaturas ambientales. Aunque en el transcurso de la carrera va tomando agua y también líquidos especializados en reponer los electrolitos, es fundamental que se haya hidratado correctamente antes de la carrera, asegurando además que no llega a la línea de salida con un déficit en los niveles de sus electrolitos.
Hidratarse bien y asegurar una dieta balanceada con el adecuado aporte de electrolitos: las lecciones del maratón son también son aplicables a estos días de tanto calor, en que de todos modos es importante no dejar de hacer ejercicio. ¡Que viva Oaxaca!