Coahuila y la paz
CIUDAD DE MÉXICO, 5 de julio de 2018.- El PRI tuvo el peor fracaso electoral de su historia y entró en proceso de extinción.
La derrota del domingo fue mucho peor que la ocurrida el año 2000, cuando perdieron el poder por primera vez, a manos del PAN.
En aquella ocasión los gobernadores se echaron al hombro el partido, muy especialmente los del Estado de México.
Cerraron filas y los mandatarios estatales del PRI negociaban conjuntamente con el Jefe del Ejecutivo, además de hacerlo en bloque a través de sus poderosas bancadas en las cámaras de Diputados y Senadores.
La disciplina y su fortaleza legislativa y estatal mantuvieron en pie al PRI. Fue factor de gobernabilidad y equilibrio de poder.
Durante los gobiernos de Fox y Calderón, el PRI servía para algo.
Esta vez no hay nada de eso. Se acabó.
Ningún estado priista podrá echarse encima la responsabilidad de sostener al PRI como fuerza política importante a nivel nacional.
Todos los congresos de los 12 (sí, apenas 12) estados gobernados por el PRI estarán en manos de Morena.
Sin fuerza en ningún rincón de la política, sin línea y sin lana, el PRI parece condenado a una vida simbólica en algunas partes donde la tradición podría reportarle, todavía, algunos votos y una mínima representatividad.
“Nunca des por muerto al PRI”, me dijo un sabio y destacado miembro de ese partido luego de la derrota del 2000.
Ahora la situación es diferente, porque no perdieron ante el PAN sino ante López Obrador, que los va a absorber.
Vamos, ya lo está haciendo.
Los votos de Morena y López Obrador no llegaron del aire, sino que fueron obtenidos a costa del PRI y del PAN.
Al PRI prácticamente lo vaciaron, pues el partido gobernante obtuvo el porcentaje de votación más bajo de su historia en una elección presidencial: 16 por ciento.
Aunque parezca increíble, pero los números son reales: el PRI tiene actualmente 204 diputados federales (de un total de 500), y se ha quedado con sólo 47.
Sí, el otrora partidazo será la quinta fuerza en la Cámara de Diputados, por debajo de Morena, el PAN, el PT y el PES.
Es una vergüenza. Y desde luego que será motivo de análisis con mayor detenimiento y frialdad.
Lo cierto es que se acabó el PRI.
Muere un partido que, amén de las tropelías de muchos de sus representantes, en la historia reciente le había dado paz al país, movilidad social, apertura comercial, prestigio en foros internacionales, elecciones democráticas con un IFE autónomo, paridad de género en la representación popular, rumbo económico…
Se lo acabaron.
Hasta hace algunos años había un equilibrio entre las élites ilustradas del priismo y la base social a la cual se le daba su lugar, se le otorgaban posiciones, se les explicaba, se les abrían espacios y se les escuchaba. Se les daba la mano. Era un partido político.
Esta vez no fue así y el resultado es que el PRI no ganó, en la elección presidencial, ninguno de los 300 distritos electorales.
Los votos que perdió el PRI se fueron con López Obrador, que ganó en todos los estados de la república, excepto en Guanajuato.
El PRI comenzó a refundarse en Morena el domingo 1 de julio.
No sólo los votos de priistas se fueron con Morena, sino también los candidatos locales de ese partido surgieron de las filas priistas que se pasaron a la casa de sus primos hermanos pues ahí les dieron el calor que en la suya no tuvieron.
Morena ganó en Nuevo León, la cuna del panismo fuerte, y en Sonora, la tierra de Plutarco Elías Calles, fundador de lo que hoy es el PRI.
Ahí no sólo ganó López Obrador, sino que Morena se llevó todos los distritos federales y el Congreso del Estado.
Todo eso logró Morena con los votos que antes eran del PRI.
Así es que el PRI, como lo conocíamos, ha muerto.