La Constitución de 1854 y la crisis de México
En ocasiones son los propios documentos
los que nos llevan a dudar
de sus noticias.
Marc Bloch, Crítica histórica y crítica del testimonio
El tiempo de lluvias logra virar la atmósfera en la que los miembros de una comunidad desarrollan sus actos cotidianos. La lluvia, quien lo diría, desencadena relaciones fundamentales para la permanencia del ser humano sobre la faz de la tierra (hay historias de inundaciones, sequías). El tiempo de aguas, en apariencia simple y cotidiano, obliga a la repetición y a su registro, la historia.
La lluvia formó el inicio del lenguaje escrito, fue grabada en piedra y arena, en los huesos esparcidos por las guerras. Al mediodía camino por la calle. Soy criatura mínima, los rayos del sol me agobian. Extraviado entre la multitud tengo sed, como único recurso para satisfacerla levanto la mirada (al preparar esta colaboración me lleno de vocablos, definiciones “escudriñar”, “otear”, “descubrir”, “sed”).
Alguien me dirá que para saber del clima que me espera puedo mirar en el teléfono la aplicación del tiempo; lo hago, pero siento que reduzco mi campo visual, el registro de mi esperanza al buscar los resultados del clima en ese mínimo espacio.
Llego a casa, preparo café. Poco importa la ciencia, sus resultados; los avances del pensamiento. Como el primer hombre que contempló el fuego. Soy gente de mar, de navegaciones. En tierra respeto la lluvia que me obliga a quedarme en casa, poner café en la estufa, habitar con fervor el imperio olfativo de las galletas.
Para saber de la lluvia y las culturas leo, me documento. Reconozco que leer el futuro en la mano es recurso antiguo, descubro que no hay ciencia o fe que valga para satisfacer ese deseo de llegar a saber el tiempo por vivir. También está el maíz, su lectura; los huesos, los diarios; los libros. En cada signo existe la interpretación del designio.
Encuentro que designio y escritura son hermanas gemelas, las partes que conforman nuestro futuro; puedo afirmar que si alguien escribe, cambia el futuro porque integra su escritura a la interpretación.
Desde tiempos antiguos se busca la adivinación. Se podrá afirmar que no habrá vida humana sin pronóstico, porque la naturaleza homo sapiens resulta frágil ante la atmósfera.
Anticipamos lluvias y sequías, inundaciones desde que la naturaleza humana habitó las cavernas. La clarividencia será la interpretación de los signos que nos revelan el porvenir, el destino. ¿En qué se basa la clarividencia? En lo dicho por la palabra mirada, puesta en aquello que no existe.
Tal vez la lluvia sea el principio de la adivinación, la magia; la religión. Los conteos – pareciera extraordinario- conllevan a la búsqueda del futuro, a predecir; anticipar convencidos en que son los indicios (la interpretación) los que señalan las horas y hechos del porvenir.
Con sorpresa encuentro que el tiempo de aguas forma el lenguaje; por ejemplo, al distinguir en cada variedad de agaves con los que se elaboran los mezcales, reconocemos una nota olfativa denominada “tierra mojada”, “petricor”.