Economía en sentido contrario: Banamex
CIUDAD DE MÉXICO, 16 de julio de 2018.- Es difícil intentar explicar, a tan pocos días de haber sucedido, la peculiar jornada electoral que vivimos el primero de julio.
La tentación de recurrir para explicarla a la búsqueda de los errores que cometieron los perdedores o a explorar teorías conspiratorias es una ruta sencilla, pero incompleta y sujeta a interpretaciones personales la primera y algo temeraria y siempre discutible la segunda.
Dada la magnitud de la victoria de Andrés Manuel López Obrador, es fácil concluir que el “enojo social”, tan señalado por el propio presidente Peña, jugó un papel importante en la decisión de una mayoría que ansía un cambio en el estado de cosas.
Las decisiones sobre las candidaturas tanto a la Presidencia de México como a todas las demás concurrentes el 1º de julio, por parte de los partidos que comenzaron sus campañas en desventaja contra MORENA, también influyó en el resultado.
Las propias campañas jugaron también su papel y movieron en alguna medida los números en el resultado final.
La violencia política seguramente tuvo también influencia en los resultados electorales, sin embargo, por ser un fenómeno relativamente reciente, no me atrevería a señalarlo como definitorio.
¿Qué fue lo que más influyó? Cada quien tendrá su propia percepción.
Las encuestas posteriores irán clarificando mejor el panorama, de modo que por hoy, en mi opinión, es posible conjeturar pero no concluir.
Intentaré analizar algunos de los elementos que he señalado pudieran haber influido más en el resultado.
Sin intentar un análisis histórico, si podemos decir que las condiciones de pobreza y desigualdad; de inseguridad, violencia e impunidad, así como la imparable corrupción tienen su origen sexenios atrás.
El enojo social.
La pobreza patrimonial, que había venido disminuyendo de forma consistente a partir de la segunda mitad del siglo 20 y hasta mediados de los ochenta, pasando de casi el 90% de la población a alrededor del 53% hasta 1994, creció en forma importante al inicio del sexenio de Zedillo, llegando casi al 70% en 1996, comenzando nuevamente a disminuir progresivamente hasta el sexenio de Calderón, cuando nuevamente se eleva a los niveles que hoy sufrimos y que teníamos en 1994.
La desigualdad, en cambio, poco ha variado en los últimos 50 años.
La inseguridad y la violencia que hoy vivimos comienza con la guerra que instrumentó Calderón contra el narcotráfico y la delincuencia organizada.
En la presente administración se recrudece, alcanzando cifras récord, amén de magnificarse por el asunto de Ayotzinapa, que aún hoy golpea la imagen de Peña.
La corrupción, mal de nuestro tiempo, se convierte en tema relevante y golpea a la administración peñista, primero por la “Casa Blanca” pasando por la cancelación del Tren México Querétaro, el “Socavón” de la autopista Cuernavaca y la “Estafa Maestra”, como los casos socialmente más destacados.
La impunidad en todos estos casos genera mayor presión y, junto con los otros asuntos descritos, llevan a que la aprobación de la gestión de Peña sea apenas de un 20%. Sólo para ubicarnos, Calderón pierde las elecciones contando con un 50% de aprobación.
Aunque dos de los exgobernadores están en prisión, Javier Duarte y Roberto Borge, junto con César Duarte, los escándalos de corrupción que generaron durante sus administraciones, contribuyeron en forma importante al enojo contra el PRI y los gobiernos emanados de ese Partido.
Quizás un episodio también importante sea el proceso en contra de Alejandro Gutiérrez en Chihuahua por presuntamente haber desviado 250 millones de pesos para campañas del PRI Nacional.
En ese ambiente de malestar social se da el proceso para la sucesión presidencial. Los candidatos presidenciales.
Empecemos por el indiscutible ganador.
AMLO recoge lo que el PRD comenzó a construir en 1988 y, en el 2006, es por primera vez candidato a la presidencia de México compitiendo por la coalición PRD-PT y Convergencia.
Después de un sexenio sin sobresaltos de Fox, compite fuertemente con Calderón, con el que pierde por un fraude –dicen unos—o por la promoción del voto útil entre los priistas impulsado desde algunos gobiernos estatales –señalan otros.
La diferencia entre ambos es, en cualquier caso, muy pequeña; inferior a un punto porcentual.
Las manifestaciones que promovió AMLO con la toma de Paseo de la Reforma, provocan irritación en buena parte de la ciudadanía.
En 2012 volvió a competir ahora por el PRD-PT y MC, en un escenario distinto, con la violencia desatada y la inseguridad rampante, con la decepción del electorado traducida en rechazo al PAN.
En esta ocasión parece que parte de los votantes consideraron a AMLO como un peligro y, aunque AMLO prácticamente volvió a conseguir la misma votación de 2006, la mayoría de los votantes decidió apoyar al PRI, quien ganó las elecciones esta vez con un margen que no deja lugar al argumento del fraude, con casi 6 puntos porcentuales de diferencia.
Para 2018 AMLO ya se había transformado.
En 2014 obtuvo el registro MORENA, el partido-movimiento que le dio una plataforma fresca para competir en 2018.
En esta campaña, al enojo social contra el gobierno, AMLO respondió abanderando las causas de la sociedad agraviada con una actitud conciliadora e incluyente que lo llevó incluso a la alianza con el PES, partido de corte cristiano y a la inclusión de Napoleón Gómez Urrutia o a las alianzas con Elba Esther, por mencionar algunas.
Llevaba ya, cuando menos, doce años en campaña.
Ricardo Anaya llegó a la candidatura después de haberse apropiado de la presidencia del PAN, de haber desplazado a los calderonistas y de lograr una alianza con un PRD muy mermado por las deserciones hacia MORENA y con el PT.
Anaya intentó vender la imagen de candidato del cambio y enemigo del Presidente Peña, como ejes centrales de su campaña, por lo que recibio una fuerte andanada por casos de corrupción en los que se ha visto envuelto presumiblemente desde la campaña de Meade y fuertes ataques por parte del calderonismo.
Meade. Un tecnócrata itamita, sin experiencia política, fue visto por la cúpula del poder como la salvación de un PRI salpicado por la corrupción de exgobernadores salidos de sus filas y por la desaprobación del gobierno, con la tesis de que un candidato ciudadano con antecedentes panistas, podría atraer el voto priista, algo del panista y encantar a los ciudadanos sin partido.
Sin embargo, en la definición de las candidaturas a presidentes municipales, diputados locales, federales, senadores y gobernadores se impuso a candidatos no siempre ganadores, que no ayudaron mucho a la candidatura presidencial, en medio del desencanto de un priismo agraviado.
El Bronco. No merece más que decir que llegó cuestionado y fue visto como un intento de restarle votos a un AMLO que se percibía fuerte.
Así es como llegan a las campañas.
Las campañas
AMLO, como se señaló, abanderó las inquietudes de la ciudadanía y por lo tanto ofreció combatir la corrupción, terminar con los privilegios de la clase política, elevar el monto de los programas sociales, acabar con la inseguridad, etc. y, aunque sus competidores lo intentaron, no se enojó, utilizaba bromas y capitalizó el pleito entre Anaya y Meade para crecer cada vez más en las preferencias.
Desde luego, hay que insistir en el hecho de que, entre los cuatro candidatos, AMLO no dejó de recorrer el país desde 2006.
Meade por su parte no acertó a deslindarse de un Peña vilipendiado por la opinión pública y envía en cambio, mensajes de continuismo que no convencen a las mayorías.
Cambió un par de veces de orientación en la campaña y al no contar con apoyo territorial por los errores en muchas de las candidaturas locales nunca consiguió despegar y terminó en un lejano tercer lugar.
Anaya comenzó razonablemente bien lo que provocó que se iniciara una guerra sucia (usual en nuestro país) que lo llevó a un fuerte enfrentamiento con Peña y a distraer tiempo en su defensa.
A la postre, al pedir el “voto útil”, reconoció que no le daban los números para ganar tácitamente y en vez de subir, baja un par de puntos de la posición en la que comenzó y termina en segundo lugar, también lejos de AMLO.
La teoría del complot
Hay quienes creen que desde el principio existió una conspiración desde el poder para llevar a AMLO a la Presidencia a cambio de impunidad para Peña y sus colaboradores.
Es posible, pero sonaría más lógico que Peña estuviera convencido de que Meade podría sacar adelante la elección, a la luz de todo lo que se hizo para que el fuera el candidato, como mover candados en los estatutos del PRI y llevar a Meade a SEDESOL y que, a la luz del nulo avance en las encuestas digamos a la mitad de las campañas, se hubiera llegado a acuerdos a partir de reconocer lo que era ya para entonces evidente, esto es, una previsible victoria de AMLO, dándole a AMLO la seguridad de la neutralidad del Gobierno Federal y pactando una transición ordenada.
Sin embargo, he de insistir que a mi juicio esta interpretación no deja de ser simplista y difícil de probar.
Hechos destacables.
Lo cierto es que la combinación de estos y otros factores determinaron un triunfo insospechado de AMLO y de los candidatos de MORENA, partido que tendrá la Presidencia de México, la mayoría en las cámaras del Congreso Federal y la mitad de los congresos locales, amén de cinco gubernaturas incluyendo la de la Ciudad de México.
AMLO llega con una legitimidad sin discusión. Ni juntando los votos de los otros candidatos y los votos nulos le hubieran ganado.
AMLO gana en 31 entidades y el PAN gana Guanajuato.
Un buen candidato si hace diferencia: el ejemplo lo encontramos en Yucatán, AMLO gana la presidencia; el PAN gana el Gobierno del Estado y el PRI gana la mayoría al Senado.
Meade no gana uno sólo de los 300 distritos electorales en el país, pero el PRI gana en 14, ya sea sólo o en alianza. Un buen candidato hace diferencia.
Tabasco es la entidad que más apoya a AMLO, donde obtiene el 80.09% de los votos.
En Oaxaca Morena gana los diez diputados federales y 24 de 25 diputados locales así como varios municipios importantes entre ellos la ciudad de Oaxaca.
Oaxaca es el quinto estado con mayor votación porcentual en favor de AMLO, con el 65.33%, precedido por Morelos (65.97%), Quintana Roo (67.12%), Tlaxcala (70.61%) y Tabasco, como ya señalamos con el 80.09%.
Por último señalar que durante el proceso electoral 2017-2018 se produjeron 152 asesinatos de políticos en el país, de los cuales 27 ocurrieron en Oaxaca, siendo nuestro estado el segundo lugar sólo después de Guerrero en el que se registraron 29 asesinatos, de acuerdo con el Séptimo Informe de Violencia Política 2018, elaborado por Etellekt Consultores.