Derecho a una vivienda digna
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología | Hacia el 1-J
OAXACA, Oax., 10 de junio de 2018.- A lo largo de la nuestra historia, la razón emocional en momentos cruciales ha sabido prevalecer sobre la emoción irracional. En contadas ocasiones, no menos relevantes, han coincidido y producido cambios profundos.
Razón y emoción coincidieron entre ibéricos y novohispanos para defender la integridad territorial y política de la monarquía española ante su adversario francés –y anglosajón– y lo consiguieron a través de las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812.
La emoción de los Sentimientos de Morelos de 1814 le ganó a la razón en la hechura de su Constitución de Apatzingán, al grado que esta neutralizó su precario gobierno semiparlamentario y la traición le condujo al patíbulo al año siguiente.
La emoción venció a Iturbide en 1822 dada su pésima planeación electoral mientras que la razón emocional guió a las elites regionales que ganaron la mayoría en los dos primeros congresos constituyentes: 1822 y 1824. La emoción de Iturbide término en su caída en 1823 y su postrer fusilamiento.
Razón y emoción, que coincidieron en el triunfo electoral abrumador del primer candidato y Presidente de México, Guadalupe Victoria en 1824, no sincronizan en comicios presidenciales subsecuentes pues solo un titular del Poder Ejecutivo concluyó su encargo.
De nuevo, emoción y razón llevaron a Comonfort al gobierno presidencial en 1857, lo que él mismo se encargó de extraviar en diciembre antes de su exilio a los Estados Unidos.
Emoción y razón motivaron la elección del héroe civil, Juárez en 1867 y –acaso– la razón lo apoyó en su reelección en 1871, antes de fallecer al año siguiente.
Después del largo invierno electoral porfirista, la emoción coincidió con la razón para catapultar a Madero en 1911 a la silla presidencial, solo que su propia circunstancia le pasó factura antes de su magnicidio en febrero de 1913.
Razón y emoción. Emoción y razón. Ya con Álvaro Obregón en 1920, Lázaro Cárdenas en 1934 o López Mateos en 1958, quizás, por último, López Portillo en 1976, o bien, Fox en 2000.
En los meses que corren, de nuevo, hay evidencia de que la emoción prevalece sobre la razón, lo que augura gozo inmediato no obstante la relativa incertidumbre de futuro.
Sería recomendable que la razón emocional otorgue más garantías para conciliarse con la pura emotividad cuyos arrebatos suele trocar los sueños en pesadillas.
Continuar el debate y la reflexión sobre las propuestas de los candidatos presidenciales. Examinar perfiles y ofertas para todos los cargos, no solo para el de Presidente.
Revisar que necesitamos y que queremos antes de decidir y votar.
Entre razón y emoción los mexicanos hemos sabido identificar los momentos clave de la historia nacional.
Estamos a las puertas de un momento de cambio de fondo en la política y las políticas del país. Esta vez sería trascendente que no separemos emoción y razón.