“…que le están degollando a su paloma”
Raúl Ávila Ortiz | Oaxaqueñología | Hacia el 1-J
OAXACA, Oax., 5 de agosto de 2018.- Un mes después de las elecciones está claro que partidos serán gobierno y más o menos claros los contenidos de sus principales estrategias de política pública hacia la Cuarta Transformación.
Lo que no se define aún es quienes serán y en qué términos ejercerán la oposición. Si habrá coalición opositora en bloque o diferenciada por temas.
En la democracia pluralista, así sea a la mexicana, asumir la oposición al partido y gobierno mayoritario es relevante. Es crucial.
La oposición porta un mandato de minorías ciudadanas cuya preferencia por las propuestas que aquella le ofreció en campaña debe defender en el espacio público y las instancias representativas. Deberían hablarle a esas minorías que sumadas son tanto o más que la nueva mayoría.
La oposición debe presentar sus propias iniciativas legislativas y propuestas de políticas públicas, razonar y criticar las del gobierno, negociar y acordar lo conducente o votar en contra y acudir a las instancias de control de la decisión mayoritaria.
La oposición debe ser leal y transparente, activa y prospectiva, dialogante y debatiente, disciplinada, inteligente y decidida. Reconocer y otorgar crédito, reclamar el suyo y no traicionar a su electorado. Eso es lo ideal.
Pero lo real y evidente es que los defectos de nuestro sistema institucional, la inmadurez democrática, la lucha entre grupos y facciones, los intereses de todo tipo y el realineamiento que viene en gobiernos y congresos genera incentivos para la oposición desleal, que procede con habilidad a minar el campo y levantar barricadas.
Se inserta en esta lógica la serie de reformas a constituciones, leyes e instituciones aprobadas recién por los congresos locales en varias entidades federativas, la contratación transexenal de proyectos y el aumento de la deuda pública.
Más problemas y menos soluciones a los que ya padecemos.
Si AMLO y Morena van a controlar 19 o 20 congresos locales, 5 o 6 gubernaturas y casi los dos tercios del Congreso de la Unión, con lo cual podrán –si es necesario, es decir si no pactan o se allanan los opositores– modificar la Constitución federal, entonces no queda más que prever.
Hay, se piensa, que complicar en lo posible lo que se estime importante, desde el riesgo a la libertad personal hasta la inviabilidad del partido o del grupo, aunque sea a costa de la satisfacción de los intereses públicos de la sociedad local o del estado en su conjunto.
¿Será la oposición el PAN y MC o el PRI? ¿Podrán unirse para hacer contrapeso o se subsumirán en la coalición gobernante? ¿Qué harán los organismos constitucionales autónomos y que los medios, organizaciones civiles, empresarios, intelectuales y otros actores, que hasta ahora parecen acogerse al pragmatismo y acomodarse a las nuevas circunstancias?
En esto, las señales no son nítidas. Por ello, es clave que haya Presidente Electo y terminen de integrarse los órganos políticos de gobierno. Urge se defina la oposición.
Mientras tanto, virtud a la singular transición mexicana entre elecciones y asunción de los cargos, si el emperador saliente no reacciona, entonces vamos presurosos a amurallar castillos y preparar escudos y ballestas.
A resistir el sitio dos años mediante guerra de guerrillas, como lo hicieron antes otros derrotados, como lo han intentado los demócratas gringos frente a Trump.
Eso si se quiere llegar con cierta fuerza a 2021, que ofrecerá una nueva oportunidad, bajo las reglas vigentes, a los que ayer perdieron.
La opción sería refundar juntos el estado. Pero para ello aún no parece haber condiciones. De nuevo, falta oposición.