Brilla legado musical de Álvaro Carrillo en el Cervantino
Y nuestras fotos salían en primera plana
Rita Indiana, Papi
1
A la misma casa del respeto, las clases sociales y el pudor, la casa con los fuertes barrotes de protección entró la adolescencia sin sueño, desgreñada. ¿Un mezcalito? Se me antoja un mezcalito. Digo, decía, dije siempre: me vale. Tío Alberto, hombre adusto de grandes y nobles ideales, de recia moral, ante mi aspecto de mendicante preguntó un día (ya lo sé que es pleonasmo, las preguntas se elaboran en un tiempo y ni modos que haya preguntas que aparezcan como lombrices, por generación espontánea; pero lo escribo porque me gusta como suena el lenguaje literario, la parodia): en la casa hay espejos, ¿ya te viste? Pinche tío preguntón, claro que ya me había visto. Me había estudiado. Encontré que la imagen de niña pobre era la que más alertas les causaba. Así que del Espejo Salió la Imagen que tanto los ofende, me gusta; casi estaba por poner “colijo que…”, pero sonaría muy mamón y eso le enfada a Gris, mi amiga de la secu que propuso un día la idea (si, suena mamón, ya lo sé, pero recuerda lector que soy mujer cargada con las armas de la provocación): y dijo así con un gesto como quien pone la dona de los cabellos en la mesa, natural y espontáneo: ¿y si te fugas?, te esperamos en la calle y vamos juntos a la mezcalería.
2
Una pobre y prieta en la familia blanca, de pasado incierto (je-je). Encontré la etiqueta de una botella de mezcal en un cajón del abuelo, luego de dar vueltas y vueltas durante toda la mañana. ¿Sabes qué es dar vueltas y vueltas? Correr sin destino de acá para allá, de acá para acá, muy de prisa dar vueltas y vueltas de perro tras su cola. Pasitos cortos, pasitos largos con la mochila al hombro como militar en campaña contra el narco, en la montaña. Hay un cielo azul azulísimo, cielo de Oaxaca, tu cielo mi cielo; a lo lejos cuelgan de los montes casas, pueblitos; nomás que acá no había bosques de pinos ni cañadas en caída vertical ni pueblitos, no. Había estantes repletos de mezcales. ¿Sabes qué es dar vueltas y vueltas entre mezcales? ¿No? Pues te lo voy a decir: apurado como cuerpo sin cabeza o como muerto que regresa a las calles del barrio por sus pasos, a ritmo de cumbia. ¿Recuerdas que en el patio de la casa mamá Facunda degollaba el gallo en la mañana de tu fiesta de cumpleaños? Y el gallo corre y corre con el chorro de sangre que brotaba del pescuezo sin cabeza. Corre y corre; así, o no así pero más o menos así; y la etiqueta en el fondo del cajón era oscura con blanco, negro y blanco, anunciaba los mejores mezcales del mundo. Tengo sed. La encontré donde guardo papel y lápiz (donde nadie busca) y en ese momento supe que me hacían falta muchos días de gallo sin cabeza, corre y corre.
3
Porque estaba eso, la prohibición. Y el muro, la puerta, el portón (me gustan las aliteraciones); esta casa del abuelo Goyo donde veníamos a parar cada que mamá terminaba con su pareja de turno. La casa de dos plantas, en el Centro, construida por el abuelo quien, para ocultar un origen turbio se abrazó a los ideales porfiristas de finales del XIX, clase social y decoro, recia moral; dos plantas con puertas y ventanas protegidas por lo moderno, azulejos y piezas de balconería, acero y soldadura. Deja te cuento. Y estaba la niña, esta que soy, aquella que fui, con deseos de preguntar sobre todo aquello que aparecía en su campo visual y con ganas de comerse el mundo con todo el ánimo y la rebeldía que le cabían en el cuerpo, con irreverencia y talento, porque eso sí tengo -y tenía-, talento que me deja la lectura y los sueños claro que están presentes también, y el deseo de conocer -mi sicólogo dice que soy adicta a emociones de todo tipo, incluidas, claro está, las que no conozco.
4
La calle arde de calores me lleva a comprobar que existe la atmósfera para elaborar el relato. Vale, doy inicio. ¿Quién narra? El que humedece con saliva su dedo índice y lo pone bajo el sol del mediodía para comprobar que existen las condiciones atmosféricas propicias. Empírica. La cabeza busca perderse en la sombra. ¿Dónde ir? En la segunda línea del texto busco amparo, se me fue el impulso. Pasa el señor Diablo con su diablito, golpe, golpe, golpe joven. Pasa la señora con la canasta y el rebozo en la cabeza. ¿Blandas, quiere blancas? Compre blandas. Pasa el recuerdo, rengo como un perro. Guau–guau. Con las buenas condiciones atmosféricas imagen y sonidos vuelan, confirman la aseveración de Gris: las palabras vuelas sobre el lomo de las letras. ¿Dónde ir? La mano palpa el aire, busca encontrar el fresco, pero el fresco se fue de vacaciones al mar. El aire traslada la imagen de los tamales. ¿Una o qué? Hay una voz en la cabeza que pretende salirse con la suya; no estaría mal escuchar su consejo. ¿Mezcalito? Escucho Aguanile, con Lavoe, levanto la interrogación: ¿puede la música de las Antillas ayudarme con esta escritura? Tengo el clima, la música, ¿por qué tardan en llegar las letras? Nunca lo sabré. Voy de nuevo, lo intento de nueva cuenta. Fallar otra vez, fallar mejor, Perec. Bailo. ¿Sentada en la silla bailo, eso será bueno para está letra? Antes de tomar la decisión jalo el aire caliente de la calle 20 de noviembre. Las sombras de mueven bajo el sol de febrero. ¿La sombra esbelta que calza zapatillas? El segundo jalón de aire acomoda las neuronas. Hace calor, andas por el mercado con los hombros cargados de imágenes. Ella ya no está. ¿Y si tierra tiembla? ¡Que se abra la tierra!
5
En lo que va del año son ya dos fallecidos en las inmediaciones del puente Valerio Trujano, el sitio de los destinos rotos. El primer cadáver fue de una señora, la balearon por la espalda mientras se trasladaba en motocicleta con su marido y su pequeño hijo. Por unos días la autoridad municipal mantuvo una patrulla de la policía en el sitio del deceso; por cierto, a la medianoche la luz roja y azul causaba terror. Los mototaxis tienen su central en el puente Valerio. Concluida la corrida del transporte urbano sus servicios son requeridos por los trabajadores de la industria del turismo y los restaurantes, en auge a últimas fechas. En el puente Valerio se respira la pudrición. La imagen que atraviesa el Río Atoyac también resulta ser la del deseo para la gente que sale de trabajar a la medianoche. El puente mismo forma el espacio de la dicha para los krikos, los tepos, la banda sin hogar. Los gatos salvajes. Chales. ¿Tú pasas por ahí?, me preguntó un día Gris.
6
Camino por barrio China, el barrio de la casa de abuelo Goyo, fijo imágenes que salen al paso para ocuparlos en un posible relato. Si te paras te joden. ¿De la Quinta Avenida sale la música, ¿bailamos? En la tercera línea tengo la geografía, el tono (escribe el que vaga, quien carece de destino). Avanzo. Barrio China, estas tierras fueron las márgenes del Río Atoyac. Con el nuevo cauce las autoridades coloniales mandaron allá a los trabajadores que hicieron posible el milagro de redirigir el río, tierras enfangadas y fértiles. La ciudad creció en cuadrantes. Vecinos de los zancudos trabajaron la loza, quizá para encender el fuego y espantar con humo a la amenaza del aire; la llamada loza china se hizo característica del lugar (de ahí el nombre de la nueva comunidad, barrio China). Los vecinos fueron a la iglesia que ellos habían levantado con manos, la de San Juan -que se encuentra frente al mercado 20 de noviembre. Los cuadrantes de la ciudad eran vigilados por el ejército. En lo que ahora es la Alameda Antonio de León, héroe de la independencia, frente al edificio que ocupa la biblioteca de Estéticas, la casa que Eulogio Gillow mandó a levantar como el Arzobispado, que al paso del tiempo y temblores (se recuerda la del 72, que derrumbó el techo de catedral y el Palacio de Gobierno) resultó sede del Congreso y Palacio Municipal, fue el mercado de los alfareros. En los tiempos de Porfirio Díaz la ciudad entró a la ruta del progreso, instalaron la energía eléctrica, el servicio de telefonía y llegaron los ferrocarriles. Los domingos las familias decentes iban a misa de doce a catedral, al finalizar se acercaban a las nieves, junto a la estatua de Antonio de león. El edificio del arzobispado fue convertido con el tiempo en sede del Comité Directivo Estatal del PRI, en los años de gobierno del general Eliseo Jiménez Ruiz. Camino, busco el tono del relato. El abuelo Goyo fue de barrio China, «del Centro», como le gusta decir con orgullo. Avanzo, en el relato y en mi caminar por la calle. Con sorpresa descubro que el tono de la narración forma la trama, la historia que cabe en el resumen. Si te detienes, te joden. Barrio China es peligroso; camino sin rumbo, busco el tono de la narración que nunca concluye.
7
Ponle su mezcal al gato. Suena la música, en la calle esperan los amigos. Trantrantrán. ¿Tomamos algo? Miércoles, media semana, ¿quién bebe los miércoles? El gato y sus amigos. Llega Mario, Luis, Juan con cara de inocentes como si ellos fueran Hugo, Paco y Luis del pato Donald. Tarde con las criaturas. Día 1 de mes, ¿vamos a la iglesia? No, ¿a cuál mezcalería le caemos? Si te digo, no te digo. Te prendes; ¡no seas chismoso! Cuando escribo descubro que la nueva iglesia está en la mezcalería. Toy chiquita. Un tobasiche, por favor. Madrecuishe, para mí, por favor. Pasan los autos y pasa el sol entre las sombras que proyecta el muro de adobes. Tran-tran-trán. ¿Bailas?, nop, dice mi mamá que toy muy chiquita. La tierra llama al mezcal, lo afirma Gris. ¿Hace cuánto que no bebes? Hace mucho. Chismosa. Anda, ven, vamos a levantar oración al dios de los zancudos, a la divinidad murciélago, a las deidades que hacen posible que se logre el mezcal. ¿Ya te conté la historia del príncipe de los mezcales? Del madrecuishe tumbado, nop, ¿una o qué?
8
Deja sigo el cuento mientras espero el mototaxi si las palabras salen en busca de la repetición del tono, y el tono hace la trama, ¿qué es aquello que hace el sentido del relato? Encuentro esto: las historias se elaboran por estratos, alguna parte trabaja el tono, otra, sobre el tono mismo, arma la trama. Entre ambas partes se levanta el puente que une el relato con la experiencia del lector, que es donde está todo el sentido, en el exterior del relato; la hermenéutica. Encuentro que una historia está hecha de varias capas, todas en tensión. Recorremos un espacio bloqueado, el camino truncó. Ahora bien, ¿cómo armar el arco y lanzar la flecha? Encuentro que eso es un problema menor, que el tono es la flecha y su destino
9
Escuché que eran doctoras, médicas; las dos pasaron la tarde en la terraza, en la mezcalería. Parecía que recién habían salido del trabajo. Una de ellas, lo recuerdo bien, cargaba las cejas espesas, cabello pegado al cráneo; insistía en llevar la charla. La otra vestía de negro, blanca, un poco más joven que la primera. Encuentro que la gente bebe mezcal por distintos motivos, te puedo decir que anoche mismo un cliente me dijo que llegaba a tomar porque yo era como su sicólogo, que se acostumbró a mis respuestas que explicaban sus actos. Entiendo que nuestra vida se torna insufrible cuando cargamos preguntas sin respuesta; las dos mujeres pasaron muchas horas en la pura plática. Cuando hablaron por teléfono se referían a alguien como «licenciada». Si, una de ellas, la mayor, salió al patio, contestó el teléfono con voz firme, como si la llamada le hubiera interrumpido algo muy importante. Por la tarde en la mezcalería se saborean las horas; la terraza cuenta con una posición privilegiada, puedes observar el paso de las sombras hacia la luz. La casa es vieja, con muros de adobe, por efecto óptico palpas la tarde bermeja. Quién lo dijera, de tanto que miro esa luz no recuerdo la hora exacta en que ocurre el paso de la oscuridad. Hay cosas de las que no me gusta preguntar por temor a la respuesta; se fueron muy noche, será que ellas traían mucho de qué hablar.
10
El puente Valerio divide la tierra, hacia el poniente, San Juanito, Monte Albán, El cerro Bonete con su máscara roja, Atzompa, el sitio de los vestigios arqueológicos; hacia el Centro, el Fortín, San Felipe, las colonias donde habitan los gobernantes. El puente Valerio divide el destino. En los muros que sostienen la estructura están escritas las crecidas del Atoyac, las desgracias de la gente pobre; el segundo cadáver fue encontrado la noche del jueves.
11
En el cajón del abuelo Goyo la etiqueta anunciaba los mezcales, traía impresa en la superficie al colibrí y el murciélago en plena faena nocturna de polinización, las deidades. Corre y corre, también ellas como gallo sin cabeza; busco la etiqueta para emplearla como separar de las hojas del libro. La etiqueta trae dibujado un agave. Ahora estoy sentado en silencio, traigo el libro que me regalaste en diciembre, Papi, de Rita Indiana. El tono es dominicano, corre y corre; las letras desembocan en el puro vacío, la nada, la palabrería descarada y descarada que religa la experiencia del lector con la representación simbólica, el garabato. Unir silencios, garabatos y sonidos forma le guaje escrito. La grafía. ¿Por qué busco una etiqueta? ¿Para qué? Me siento Carlos Linneo, busco clasificar las especies. Trata de llenar el espacio vacío, tender un el puente que nos una en la lectura. Y acá estoy entre mezcales, metida en la lectura como si estuviera clavada en la espesura de un berenjenal en la tarde de silencio y ausencias.
12
Estaba la casa el adobe, los ladrillos de adobe, las puertas selladas, el muro, el portón. La familia estaba en el desayuno, las memelitas con asiento, y en esa hora que me fugo de la casa del abuelo.