Padre Marcelo Pérez: sacerdote indígena, luchador y defensor del pueblo
En el debate sobre el futuro de la democracia en México de cara a la iniciativa de López Obrador de acabar con el sistema electoral, de alguna manera todos encaran el dilema sobre cómo actuar con eficacia en defensa de las instituciones de la democracia: alzar la voz o esperar la disposición del otro al diálogo y entendimiento. El caso más emblemático en esta disyuntiva es el del presidente del Consejo General del INE, Lorenzo Córdova.
Pero, en todos los frentes, incluso en el académico o en el mediático, hay un sentimiento de alarma que obliga no solo a definir con claridad posición, sino a expresarla con energía y determinación. Se asume que una defensa tibia, significa concesión; es ingenuidad por no dimensionar la gravedad de la amenaza. La andanada autoritaria merece respuestas claras y frontales.
Las mentes más lúcidas rehúyen a la polarización. Es explicable, se trata de evitar caer en el juego del provocador. Sin embargo, la omisión propicia que el mal gane terreno; como analogía está la omisión ante el crimen organizado y la manera en que ha ido creciendo y penetrando la economía y el tejido social. En el plano político el adversario no es tal porque no plantea la coexistencia, sino el exterminio del otro, del diferente; es trato de enemigo, no de un legítimo competidor. Además, la embestida viene desde una posición de poder. Es imperativo definir postura y actuar de frente y con determinación.
La política en el ámbito partidista o del debate legislativo ha quedado claramente rebasada. Por una parte, el oficialismo no está dominado por un proyecto político o ideológico más allá de una retórica que se descalifica y degrada por los resultados. No hay partido, hay un líder que se asume portador de la historia y del sentir del pueblo; hay un aparato de poder que le acompaña y fortalece. Es omnipresente. Su hegemonía se recrea con la ausencia de un genuino debate público. Prevalecen la voz, la imagen y la propuesta del líder.
Las oposiciones se han degradado porque carecen de una narrativa convincente y porque perdieron lo fundamental: la cohesión. Movimiento Ciudadano denuncia que el PRI ya se ha entregado, cuando el tricolor está más dividido que siempre y, difícilmente, la propuesta presidencial recibiría el apoyo mayoritario que obtuvo la iniciativa militarista. Si la oposición pierde fe en sí misma, por qué los mexicanos habrían de tenerla en ésta.
Frente a la debilidad de la oposición formal ha sido el espacio de lo social el que está cobrando impulso para contener la embestida contra la democracia. Efectivamente, la magnitud del riesgo, la determinación perniciosa del enemigo de la democracia, así como la connivencia de las élites y muchos factores de poder obligan a una postura clara, decidida y sin concesiones, como ha hecho con valentía e inteligencia el presidente Consejero del INE.
Llegar a la democracia es fruto del esfuerzo y arrojo de generaciones de mexicanos, un largo peregrinar de progresivas reformas. No fue fácil ni sencillo. El mérito a todos incluye, señaladamente a la oposición, pero también al PRI, inaudito que se desentienda de lo alcanzado. El resultado fue exitoso para todos, menos para los tramposos o para los malos perdedores. El sistema electoral tiene un elevado costo derivado del proceso para tener instituciones, procesos y autoridades confiables. Puede decirse que, por la inclinación claramente autoritaria del régimen actual, sería absurdo proceder en esta circunstancia a su transformación. Con sensatez meridiana, el presidente del Tribunal Electoral, Reyes Rodríguez se pronuncia que de haber reforma en su dimensión electoral, ésta debería aplicarse para después de 2024.
El reclamo es que cualquier reforma sustantiva al sistema democrático debe partir de la inclusión y en un momento que garantice que el cambio significará mejorar lo que actualmente existe. Proceder bajo la tesis de disminuir costos es ignorar el propósito de un régimen que, sin rubor, se ha trazado como objetivo terminar con los órganos autónomos, particularmente con la institucionalidad electoral, garante de imparcialidad, profesionalismo y confiabilidad. Hoy como ayer la defensa del sufragio efectivo no admite timidez ni menos silencio. Es preciso alzar la voz; defender con energía y coraje lo que en su momento se alcanzó con valor y entrega.