
Encuestas y elección de juzgadores
San Agustín, la praxis agustiniana y la huella de Robert Prevost La historia de la Iglesia está hecha de encuentros improbables.
Uno de ellos —sutil, pero decisivo— parece trazar un arco entre la antigua ciudad de Hipona y los pueblos andinos del Perú.
En ese arco se entrelazan la teología de San Agustín, la vida comunitaria de los agustinos, la Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez, y la biografía pastoral del actual Papa León XIV, Robert Francis Prevost.
San Agustín legó a la cristiandad una de las visiones más profundas sobre Dios, la gracia, el alma humana y la vida en comunidad.
Para él, Dios es el Bien Supremo, y todo lo creado encuentra sentido solo en relación con ese absoluto. Pero el camino hacia Dios no es solitario.
Se recorre en comunidad, en el marco de una civitas Dei donde los hombres aprenden a amar no según el mundo, sino según Dios.
Estos fundamentos teológicos se encarnaron en la Regla agustiniana, que organizó la vida clerical y religiosa de su Orden con base en la interioridad, la caridad fraterna, la oración común y el desapego de los bienes.
No se trata solo de una espiritualidad monástica: es una concepción del mundo donde la verdad no se impone, sino que se comparte; donde la autoridad se vive como servicio; y donde la vida común es expresión concreta del Reino.
Robert Prevost, nacido en Chicago e iniciado en la Orden de San Agustín, llevó esta visión a las periferias de América Latina.
Llegó a Perú en 1985 como misionero, y allí permaneció durante décadas, primero como formador, luego como provincial, y más tarde como obispo de Chiclayo.
Su itinerario pastoral fue marcado por una opción clara por los pobres, una escucha atenta a las comunidades, y una vivencia evangélica de cercanía.
No es un detalle menor que su ministerio coincidiera en tiempo y espacio con el de Gustavo Gutiérrez, el dominico peruano que dio origen a la Teología de la Liberación.
Aunque no existen registros públicos de encuentros personales entre ambos, es difícil imaginar que sus caminos no se hayan cruzado en los múltiples espacios eclesiales del Perú.
Más aún, comparten un mismo horizonte: el amor preferencial por los pobres, la centralidad de la gracia y la exigencia de una fe encarnada en la historia.
Lo notable es que Prevost nunca necesitó proclamarse teólogo de la liberación. Su práctica misionera lo decía todo.
Desde el carisma agustiniano, vivió una espiritualidad interior que no lo alejó del mundo, sino que lo arraigó más profundamente en él.
La oración, el estudio, la fraternidad y el servicio formaron un todo coherente, una vida entregada sin estridencias a la causa del Evangelio.
Hoy, como Papa León XIV, su figura encarna una síntesis esperanzadora: la tradición intelectual de San Agustín y la experiencia pastoral de América Latina; la disciplina del claustro y el clamor de los barrios populares; la Iglesia madre y maestra, y la Iglesia samaritana.
Su elección al pontificado sugiere la voluntad de continuar la senda abierta por Francisco, pero con el sello propio de quien ha sido formado en la interioridad y templado en la misión.
El desafío que enfrenta no es menor: reconciliar tensiones históricas entre teología y pastoral, entre el Norte global y el Sur empobrecido, entre la institución eclesial y las aspiraciones de justicia que surgen desde abajo.
Pero si algo enseña Agustín es que el alma humana, por más herida que esté, nunca pierde su capacidad de volver a Dios.
Y si algo enseña América Latina es que los pobres no son un problema a resolver, sino un lugar desde el cual Dios habla.
El recorrido de Robert Prevost confirma que la vida religiosa no es un relicario de tradiciones antiguas, sino un espacio vivo donde la teología se convierte en carne.
Su testimonio une dos mundos: el pensamiento riguroso y la acción comprometida; la gracia invisible y el sufrimiento concreto; la ciudad de Dios y la tierra de los pobres.
Entre Hipona y los Andes, hoy, corre un mismo aliento: el del Espíritu que renueva la Iglesia desde sus márgenes y la llama a ser, otra vez, signo de amor, de verdad y de justicia.
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