
¿Lealtad a quién?
OAXACA, Oax. 6 de enero de 2019.- Ahorro el prefijo neo, pero así deben leerse las cuatro principales ideologías presentes en el escenario político actual.
Los liberales, predominantes en los últimos treinta años, aumentaron la capacidad productiva exportadora de las naciones y su interacción global pero ahondaron las brechas y problemas sociales: desigualdad y pobreza, desequilibrios regionales y entre sectores.
Ante su autocomplaciente inflexibilidad interesada en no corregir las antiguas deficiencias de sus teorías racionalistas-universalistas desatentas a contextos reales, provocaron nuevos oligopolios, polarización socioeconómica, olvido de culturas subalternas y descrédito político.
La reconcentración exponencial de la riqueza y la socialización de la pobreza con ganadores y perdedores intermedios –en particular grupos vulnerables– ha puesto en riesgo sus principales marcas: democracia, desarrollo, derechos humanos.
La reacción ha llegado desde los dos extremos del arco ideológico: ultraderecha y ultraizquierda.
Ya en Inglaterra y su Brexit, EU y Trump, Orban en Hungría o Bolsonaro en Brasil los populistas conservadores rechazan lo que estiman las causas de su degradación: lo diferente y ajeno, lo fluido e incierto, y se aferran a sus tradiciones fundantes aun en contra de instituciones modernas que ellos mismos originaron.
Al contrario, allí donde ha sido posible –en la Venezuela de Chávez-Maduro, Argentina- Kirchner, Brasil-Lula, Bolivia-Evo o España-Podemos– la ola posneoliberal populista de izquierda desafío con más o menos éxito el orden prevaleciente.
Esas olas reactivas de uno u otro signo están en camino en República Dominicana y El Salvador, persiste en Honduras y está latente en Colombia, por ejemplo.
En todos los casos, es claro que se agotaron los respectivos sistemas de partidos y que la corrupción hizo su tarea: en la mayoría de los 18 países latinoamericanos sus expresidentes recientes están en prisión o requeridos por la justicia.
En la disputa entre aquellas dos corrientes ideológicas troncales asoman dos posiciones en reelaboración: comunitarios y progresistas.
Los comunitarios, quienes apuestan por una reversión del individualismo liberal para implantar los valores de la vida buena, solidaria y de preferencia local –una igualdad austera de base cristiana– están allí, dentro o fuera de los populismos intentando influir o resistir.
Los progresistas, mezcla de antigua socialdemocracia, socioliberalismo y comunitarismo continúan abriendo espacios para moderar los radicalismos y fortalecerse en el centro (Caso Vizcaya en Perú y los nuevos demócratas en EU).
Entreveradas en la competencia por prevalecer se hallan sociedades nacionales inquietas, presas de la sobre-expectativa virtual, el miedo y la esperanza que nunca fenece.
Se observa también la dura lucha por el liderazgo mundial (EU-China-Rusia y aliados), que en América Latina explica en parte el regreso neoliberal con (Brasil) o sin (Argentina) populismos conservadores.
En México, MORENA y López Obrador han abierto algo tarde una fase postneoliberal mediante un amplio movimiento híbrido igual de pragmático que uno de sus ancestros, el PRI.
En su seno habitan múltiples organizaciones, grupos y personalidades de todo el espectro político, excepto las corrientes principales de la coalición perdedora en 2018 (PAN-PRD- MC), así como otras expresiones que no alcanzaron lugar en la contienda (EZLN).
Corresponderá a la calidad de la política y sus liderazgos el vigorizar a las fracciones/opciones progresista y comunitaria de la coalición ahora en el poder a efecto de evitar los extremos.
Al final, bien se sabe que ninguna corriente o propuesta predominará en forma exclusiva ni determinante pues el juego del poder es muy complejo, la fortuna siempre circunstancial y la realidad asaz alérgica a los grandes trazos.
Con tales fuentes y en nuestro contexto, habrá que continuar contribuyendo desde la propia posición y papel público o privado a forjar bienes, no males.
Significa ejercer derechos y cumplir deberes con responsabilidad; piso socioeconómico más parejo; desarrollo sustentable con equilibrios regionales y sectoriales; servidores públicos íntegros; poderes e instituciones legítimos y funcionales; democracia representativa y participativa; gente con actitud fraternal y creativa; espíritus sensibles, mentes claras y voluntades firmes.
En seis palabras: vida digna para la mayoría posible.