Llora, el país amado…
Carlos Ramírez | Indicador político
CIUDAD DE MÉXICO, 20 de enero de 2019.- Luego de una guerrilla que tambaleó al sistema institucional en 1994, de tres derrotas presidenciales del PRI y de tres victorias presidenciales de la oposición –dos de la derecha y una del populismo–, México parece haberse quedado en el vacío político del mismo sistema político/régimen de gobierno/Estado constitucional de perfil priísta.
Han pasado 25 años, un cuarto de siglo, cuatro gobiernos sexenales, el quinto que comienza… y las cosas siguen igual; o mejor: han empeorado porque precisamente no han cambiado.
En 1994 se anunció la peor ruptura institucional, se pugnó por una transición a la democracia tipo España y hasta corrió el rumor de una guerra civil.
Los peores augurios no se cumplieron. El alzamiento guerrillero zapatista el 1 de enero de 1994 de manera paradójica facilitó una alternancia presidencial a la derecha: el PRI perdió la presidencia en el 2000 después de 71 años de regentearla, el PRI regresó a la presidencia en el 2012 luego de dos gobiernos del PAN y en el 2018 ganó las elecciones el candidato populista-expriísta Andrés Manuel López Obrador.
El EZLN zapatista, formado por ex guerrilleros de los setenta asentados en el estado lejano de Chiapas, resultó una fugaz esperanza frustrada. Después de la ruptura en el PRI en 1987 con la salida de Cuauhtémoc Cárdenas –hijo de uno de los presidentes más venerados por el PRI, Lázaro Cárdenas–, las elecciones de 1988 decepcionaron a muchos: el resultado no fue creíble, pero el PRI controlaba las instituciones e impuso la victoria cuestionada de Carlos Salinas de Gortari.
Con habilidad, Salinas reconstruyó el PRI y recuperó en las elecciones de 1991 las posiciones legislativas perdidas. En ese sexenio México firmó el tratado comercial con los EE. UU. y Canadá y reactivó la economía.
El pronunciamiento guerrillero del EZLN y su jefe el subcomandante insurgente Marcos el 1 de enero de 1994 sorprendió al país y al mundo, pero no por el hecho de ocurrir porque ya habían surgido muchos otros grupos guerrilleros.
Lo que llamó la atención fue la imagen fresca, simpática y humorística de Marcos y la respuesta no autoritaria del gobierno de Salinas.
El EZLN declaró la guerra al ejército federal, anunció que avanzaría desde San Cristóbal de las Casas, a 750 kilómetros, hasta el Palacio Nacional en la capital de la república y exigiría la renuncia del presidente Salinas para imponer un nuevo gobierno popular; hasta aquí la versión castrista-cubana de EZLN.
La guerrilla, sin embargo, avanzó poco: a diez días de la declaración de guerra, los guerrilleros fueron frenados por el ejército en el mercado de Ocosingo, un municipio a 150 kilómetros de la capital estatal Tuxtla Gutiérrez.
Luego de una sangrienta batalla, los guerrilleros fueron replegados y el gobierno de Salinas enfrentó la decisión de fuerza: perseguirlos y aplastarlos con más batallas y más muertos o abrir una negociación de paz. La salida fue la paz.
Con esa decisión, el sistema político priísta neutralizó la guerra y le quitó la bandera política a la guerrilla. El EZLN se sentó a negociar una agenda indígena que nada tenía que ver con el cambio de régimen y el gobierno priísta garantizó la institucionalidad.
El ambiente se enrareció más con el asesinato del candidato presidencial priísta Luis Donaldo Colosio el 23 de marzo y en las elecciones presidenciales de agosto ganó el PRI casi sin impugnaciones de fraude; el miedo había regresado al PRI a la sociedad irritada.
El año de 1994 mostró una guerra de estrategias, personalidades y enfoques políticos entre el presidente Salinas de Gortari y el líder guerrillero Marcos, el primero forjado en el ejercicio del poder y el segundo solo en el espacio mediático de los comunicados escritos.
Marcos abandonó la reforma de régimen, se centró en la agenda indígena, negoció una paz que le impide a la fecha regresar a las armas, fracasó en su intento de aprobar el concepto de naciones indígenas en la Constitución, perdió su carisma en el 2000 cuando arribó a la Ciudad de México protegido por policías y militares a los que había combatido y decidió defender agendas radicales de lucha por la tierra de grupos minoritarios.
Marcos fue un universitario que pasó a la guerrilla en Chiapas en los ochenta, cuando ya los grupos guerrilleros habían sido aplastados por fuerzas de seguridad.
Su formación ideológica fue castrista, cubana, foquista, sin cuadros políticos con formación política, en tiempos en que el Partido Comunista Mexicano había abandonado la línea de ruptura institucional y se había legalizado en 1978 para participar en la lucha partidista, electoral y parlamentaria.
Con un buen impacto de imagen, Marcos potenció su figura individual, no supo liderar los grupos disidentes, nunca se entendió con el PRD como la fuerza partidista fusionada de excomunistas y expriístas, no se interesó por construir un partido y en las elecciones presidenciales de 1994, 2000, 2006, 2012 y 2018 se encerró en la selva chiapaneca repudiando el institucionalismo.
A pesar de que nunca entregó las armas, tampoco optó por reactivar la guerra guerrillera.
El escenario político mexicano cambió por Marcos, pero Marcos nunca pudo darle un nuevo sentido político al sistema priísta. Casi de modo autopoiético, el régimen priísta se autorreformó hacia la democratización institucional y controlada, ya sin una izquierda socialista o armada.
La última foto en diciembre mostró a un Marcos pasado de peso, ya sin municiones verbales dialécticas en su discurso. La victoria populista de López Obrador lo marginó más de la lucha abierta.
México cambió mucho en 25 años por Marcos pero sin Marcos. El péndulo derecha (PAN)-centro (PRI)-populismo (PRD-Morena) exhibe la institucionalización política que tuvo en la guerrilla de Marcos y el EZLN el detonador definitivo.
Pero México sigue siendo el mismo con el priísmo estilístico de López Obrador.