El fin del INE o la reforma que se asoma
Genio y figura
La vida sin pasión no es más que una pérdida de tiempo… No sé si alguien lo haya escrito antes, pero así lo pienso en definitiva. No obstante, como en todo, el equilibrio es básico y también la pasión llevada al extremo, en cualquier ámbito, es nociva, peligrosa y autodestructiva.
El mejor ejemplo de ello es el fanatismo, que aplica en casi todos los aspectos de la vida misma, ya sea la política, el deporte o la religión; porque una cosa es tener fe, preferencia o afinidad por lo que sea y otra muy diferente el obsesionarse al grado de ver como enemigo a todo aquel que no piense igual que uno.
De lo anteriormente expuesto sobran los ejemplos, pero iré tema por tema, comenzando por el deporte, ya que con el tricampeonato del América en la liga mexicana de futbol las críticas de aficionados contrarios a ese equipo no se hicieron esperar, con un odio ya no hacia una institución deportiva sino también hacia sus jugadores, entrenador y cualquiera que osara festejar el logro de la escuadra de Coapa.
Entiendo que una cosa es apoyar a un equipo, sea del deporte que sea, pero otra muy distinta cegarse al grado de que todo en la vida de una persona gira alrededor de las victorias o derrotas del conjunto deportivo, esa considero, sin ser experto en psicología ni mucho menos, que es la una de las principales características de los fanáticos, que supeditan su felicidad o tristeza a los resultados de su equipo.
Si de política hablamos, en los últimos años hemos vivido una polarización terrible en nuestro país, de la que no ha estado exento el resto del mundo, entre el populismo y la ultraderecha, una misma serpiente que termina, en, no pocos casos, por morderse la cola, y que trasladado a México genera una animadversión recalcitrante entre los denominados “chairos” y “fifís”, con una adoración exacerbada o un odio total por “ya saben quién”.
Una vez más, en este tipo de fanatismo el problema es que, en lugar de respetar la ideología y los principios de los demás, hay una innegable presión de unos y otros para que voten o apoyen todos según las preferencias del fanático, tanto de quien defiende a su líder como si en ello les fuera la vida, como, en contraparte, quienes se oponen a esa forma de pensar, llegando en ambos casos al grado de proferir insultos, descalificaciones y, en casos extremos, a los golpes.
De religión ya mejor ni hablamos, porque a lo largo de la historia profesar una fe, o no hacerlo, ha sido el pretexto ideal para infinidad de guerras, conquistas y masacres; lo que pudiera explicarse porque al ser un intangible el dogma, algo en lo que crees de manera irrefutable, requiere de un adoctrinamiento mayor, en aras de mantener y aumentar los feligreses.
Y así me podría seguir casi en cualquier tema, porque también puede ser motivo de discusión el no pronunciar correctamente el nombre de uno de los personajes de la Tierra Media en el Señor de los Anillos o por decirle señor a un hombre vestido de mujer, prácticamente cualquier punto de vista, opinión, idiosincrasia o preferencia puede llevarse al extremo.
Claro que al fanatismo que me refiero es ya una conducta patológica, que ha, incluso, acabado con la vida de los que fueran el objeto del deseo de un seguidor, como los casos de John Lennon o Selena, quienes fueron asesinados por quienes los idolatraban, pero en donde, al revés de como versa el dicho, “del amor al odio hubo sólo un paso”.
Para rematar sólo quisiera expresar que al fanatismo que más temo no es al del extremista que se inmola por defender su ideología, no, esos son casos aislados, el que más me preocupa es aquel que prolifera entre quienes no se dan cuenta de que están debatiéndose de manera constante en una delgada línea entre ser aficionado o seguidor y ser fanático, porque esos sí abundan y cada vez son más.