
Semana Santa: Reparar, restaurar, restituir
La extensa e inimaginada vida interior que nos ofrece En busca del tiempo perdido, la abundancia de recursos para contar una historia en el tiempo de Ulises de Joyce y el desbordamiento de la imaginación de El castillo de Kafka parecen ser historias de otro mundo comparadas con El sonido y la furia de William Faulkner, sobre todo cuando es necesario enfrentarse a las ideas o impresiones que esas lecturas dejaron años atrás y se deben confrontar con nuevas circunstancias.
Faulkner siempre reconoció la importancia que tuvo en su obra la lectura de escritores europeos. En este autor encontramos la condensación de una herencia donde tiene cabida de manera importante lo rural, la vida interior, la individualidad, las historias únicas que se convierten en literatura que atisba hacia la vida de la que seríamos testigos en nuestro tiempo: la vida urbana, las múltiples historias que se entrecruzan.
En su obra también se plasma el conflicto derivado del contexto social. Faulkner anticipa con acertados pincelazos el cuadro que más tarde sería la sociedad estadounidense. El sonido y la furia aparece un año después del comienzo de la gran depresión. La desesperanza que generó tal crisis está presente en esta novela, quizá la más importante de Faulkner.
Como dato curioso, ya que hablamos de la influencia que Faulkner reconoció de la literatura europea, el título The Sound and the Fury se inspiró en un pasaje del Macbeth de Shakespeare: “¡La vida -exclamó Macbeth al conocer la muerte de su esposa- no es más que una sombra … un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y furia, que nada significa!”
El sonido y la furia anuncia temas que poblarán no sólo la literatura yanqui, sino la de muchos otros países: la violencia, las expectativas de los grupos sociales, la vida urbana, los estratos sociales, la guerra, las diferencias raciales, las relaciones personales, la pasión humana.
Faulkner aparece, con toda su producción, pero especialmente con El sonido y la furia como fuente obligada de los escritores latinoamericanos del Boom. Fuentes, García Márquez, Onetti, Vargas Llosa, Donoso, Roa Bastos y otros, reconocieron la importancia del yanqui en su propia trayectoria. Borges se ocupó de traducirlo al español.
Un rasgo peculiar a Faulkner es que se ocupaba muy poco o nada de lo que dijera la crítica sobre su obra, incluso de lo que pensaran sus posibles lectores. Esta posición le otorgó una libertad especial y un compromiso consigo mismo. Sus respuestas sobre la técnica y el quehacer del escritor solían ser hoscas. Decía que él era escritor, no literato, de tal modo que no le correspondía ocuparse de analizar su propia obra y menos en términos comparativos.
Las imágenes que Faulkner propone en sus novelas provocan ambivalencia, porque nuestra relación con la realidad es dual, la deseamos y la rechazamos. La circunstancia humana es así, excelsa o despreciable.
Por esto mismo no podemos dejar de reconocer el valor de su obra como piedra de toque de una abundante producción literaria: aquello que Faulkner menospreciaba en la técnica literaria, marcó un hito en la concepción del género como estructura.
Lo vemos claramente en el desarrollo de El sonido y la furia, que tiene mucho de cinematográfico. Una historia y trozos de historias aledañas contadas por distintos personajes y en distintos tiempos, aunque ciertamente la dificultad estructural que entraña esta novela ha variado en el tiempo, pues los lectores de 1929 no son los mismos que los de 2025, habituados a un lenguaje visual sumamente complejo.
La estructura de una película es conformada por escenas de corta duración que en forma independiente tienen escaso significado pero en el conjunto adquieren sentido. Eso mismo pasa en El sonido y la furia. Resulta complejo el apartado inicial, integrado por situaciones y narración un tanto inconexas porque no tienen la referencia del tiempo y del narrador mismo, lo que no les resta atractivo.
Por ello no resulta extraño que Faulkner haya también escrito guiones cinematográficos, el más famoso de ellos la adaptación de la novela de Ernest Hemingway Tener y no tener, dirigida por Howard Hawks y actuada por Humphrey Bogart, Lauren Bacall y Walter Brennan.
Aunque José Ignacio García Noriega nos advierte, en un artículo en Los cuadernos del cine, que“Faulkner no parecía tomarse el cine demasiado en serio, aunque no llegaba nunca al desdén que manifestaban hacia el llamado «séptimo arte» numerosos escritores europeos de su generación. El cine era para él, antes que un arte, un trabajo remunerado al que recurría cuando tenía necesidad de dinero, como señala en una carta fechada el 16 de marzo de 1935, referida a que el productor Jerry Wald quería adquirir los derechos cinematográficos de El ruido y la furia y La paga de los soldados: «Pero creo que ahora no me decidiría a escribir los guiones cinematográficos. Nunca he aprendido a escribir películas, ni siquiera a tomármelas muy en serio. Creo que en este momento no necesito dinero, y ésta es la única razón por la que intentaría hacer este trabajo o cualquier otro en el cine”.
Sin embargo guionismo y literatura sólo están alejados en apariencia. El cine le debe a la literatura mucho más de lo que se reconoce. La evolución en los lenguajes ha sido constante. Las historias lineales y los lenguajes abiertos, más explicativos que significativos, han cedido el lugar a entrenamientos visuales más complejos, a lenguajes que requieren una mayor decodificación, pero no entre los cinéfilos, sino entre el público masivo que a diario consume medios gráficos, lo cual prepara a los lectores potenciales para admitir estructuras y lenguajes más complejos en la literatura.
Nuestras sociedades de alto consumo visual han mantenido relegada la letra escrita, pero el arte y en él la literatura, es un objeto de consumo específico, recibe ese tratamiento y encuentra su nicho de mercado. No falta quien se encabrite cuando se ve desde esta óptica la creación literaria, pues se le atribuye un tono sacrílego. Sin embargo, la producción artística ocupa un lugar en el gran cúmulo de productos a disposición de la sociedad de consumo. Esta es una realidad y me parece que deben ser “productos” con mayor difusión, con tareas de distribución más intensas y con técnicas que amplíen el número de adeptos.
¿Se puede lograr? Desde luego. Pero en esta dinámica deben integrarse padres, maestros y medios. ¿Ya no está de moda Faulkner? Es posible “reposicionarlo”, como se dice en el argot mercadotécnico. Las jóvenes generaciones quizá ya no lo conocen, pero lo leerían con gran placer.
El sonido y la furia se publicó en 1929, y el hecho de reflexionar sobre una obra que va para los cien de vida nos obliga a preguntarnos sobre la actualidad de su temática. Por decirlo de alguna manera, se requiere identificar los “puntos de venta” de Faulkner, conocer sus virtudes como “producto”.
Quienes como yo nos desenvolvemos en el mundo de los medios debemos hacer un esfuerzo para no dejarnos llevar por nuestras propias aficiones y reconocer que bien vale la pena poner nuevamente en la mente y el interés de los jóvenes la obra de Faulkner.
El viejo Faulkner es sumamente actual. ¿Cuántos Benjys hemos visto en el cine y más escasamente en la televisión? ¿La historia de cuántas Caddys hemos conocido, de cuántas familias Compson? Quizá muchas, pero ninguna contada a la manera de Faulkner y ese valor es insustituible.
14 de abril de 2025