Cortinas de humo
Acaecida como un conflicto inevitable, la guerra en la región eslava en esta segunda década del siglo XXI hizo resurgir conceptos de las tensiones geopolíticas aparentemente olvidados hace un par de generaciones; y, casi como una reacción involuntaria, la sociedad – excesiva pero pésimamente informada- ha retornado a viejas actitudes que creíamos extintas.
Palabras como ‘anexión’, ‘invasión’, ‘resistencia civil’, ‘colaboracionismo’ o ‘infiltración’ no se habían escuchado desde la distención de la Guerra Fría y, especialmente, desde el surgimiento de los conflictos propios de la globalización como el terrorismo moderno, la guerra contra los fundamentalismos, extremismos o fanatismos teocráticos militares. Además, en materia de táctica de agresión y defensa, la guerra tecnológica a telecomando y aséptica llegó a invisibilizar los verdaderos efectos de los conflictos: migración, pobreza, segregación, exclusión, discriminación, despojo, adoctrinamiento ideológico, etcétera.
Hasta antes de la pandemia de COVID-19, las crisis geopolíticas pasaban invariablemente por la radicalización ideológica y por cierto ‘nuevo-nuevo orden’ donde las alianzas y las sanciones económicas determinaban el grado de agresividad entre potencias. Sin embargo, la guerra que hoy se expresa en la región eslava ha vuelto a la brutalidad descarnada del siglo pasado. Vuelven a ser los ‘nacionalismos heroicos’ y las ‘soberanías históricas’ los principales detonantes de agresividad y desprecio que fomentan el odio entre las partes involucradas en el conflicto.
La perniciosa respuesta de las potencias internacionales al dotar de armamento y parque a los pobladores de una zona bajo un serio conflicto sólo confirma el nulo interés en las vidas humanas o de la riqueza multicultural y pluridiversa de los pueblos manipulados por los discursos bélicos; por el contrario, las potencias, tanto las de Occidente como de Oriente, parecen preferir la exaltación de los símbolos nacionalistas, el integrismo y la propaganda en lugar de la mediación, la diplomacia o los acuerdos colectivos.
Con aquella actitud, los únicos que garantizan la inmutabilidad de sus propias fronteras son los azuzadores de la incertidumbre entre los pueblos eslavos. Hay que reconocer que el resurgimiento de rancios nacionalismos, chovinismos y de otras ideologías de agresiva superioridad excluyente sólo terminará aniquilando la diversidad y la pluralidad compositiva de los pueblos alienados y los pueblos embestidos; este tipo de guerra -lo sabemos por experiencia- destruye la tolerancia así como el diálogo colectivo, abierto y horizontal mientras acorrala a las personas a ubicarse en los extremos del fascismo integrista o la anomia abismal.
La inmensa y complejamente heterogénea región eslava, donde este conflicto ha escalado a niveles terribles, seguramente contempla con pasmo la simplicidad de nuestros juicios al reducir la guerra a las recientes fronteras de Rusia y Ucrania, al limitar su vasta historia y riqueza cultural a un par de regímenes de la última década, o al reducir este angustiante drama humano a las preocupaciones macroeconómicas y de estabilidad geopolítica.
Los pueblos eslavos -herederos de un entreverado pasado multiétnico- comparten un peculiar mito fundacional que no es sino una eterna batalla cósmica entre Perún y Veles a través del árbol de la vida. Perún es dios celestial; Veles, del inframundo. Ambos viven para el conflicto cuyas fuerzas (el sol, el rayo, la lluvia y la semilla) devastan y nutren la tierra. Un dato curioso es que esta dualidad de conflicto fue mencionada en los acuerdos de paz entre la antigua Rus de Kiev y los emperadores bizantinos en el siglo X: los signantes juraron respetar los tratados de paz pues, de lo contrario, Perún los castigaría a los hijos eslavos con la muerte en la guerra y Veles, con la muerte en la enfermedad. Era lo único en lo que, aparentemente, estos dioses enemigos estaban de acuerdo: Aunque ellos no pudieran dejar de luchar entre sí, los hombres sí eran capaces de alcanzar y mantener la paz.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe