Obispos de México: Un nuevo horizonte
CIUDAD DE MÉXICO, 18 de junio de 2020.- Vergonzoso. Todo el episodio derivado de la invitación a un productor de contenidos de comedia política a un evento del Consejo Nacional para la Prevención de la Discriminación (CONAPRED) hasta la crítica del presidente López Obrador al organismo rezuma vergüenza. Evidencia primordialmente nuestra incapacidad de diálogo y memoria en un asunto que nos exige escuchar antes de sentenciar.
Una de las pocas -muy pocas- satisfacciones que trajo el cambio de régimen en el año 2000 fue la visibilización y el trabajo institucional ante el tema de la discriminación, fenómeno con el que nunca quiso lidiar el anterior modelo hegemónico partidista, político y cultural mexicano. Durante toda la mitad del siglo XX, las instituciones políticas mexicanas -dominadas por la raigambre priista- despreciaron sistemáticamente todas las oportunidades para discutir sobre los percutores y los efectos de la discriminación en el país.
Quizá el principal y más evidente problema de discriminación en México fue siempre el de discriminación étnica. No fue sino hasta 1994 cuando el levantamiento indígena reveló la existencia de cientos de rostros que casi por folclor se les había acumulado en almanaques de geografía y estadística, pero a los que jamás se les consideró como actores soberanos de su organización y construcción comunitaria (de hecho, aún hay quienes prefieren pensar que los indígenas insurrectos de Chiapas siempre fueron manipulados por ‘el hombre blanco’).
Y así como en el caso de la discriminación por origen étnico o racial; México finalmente pudo dar un paso hacia la discusión sobre otros perfiles de exclusión, discriminación e intolerancia ampliamente asimilados en las instituciones nacionales: por sexo, por religión, por lengua, por grupos etarios, por preferencia sexual, por condición económica y un largo etcétera.
El CONAPRED nació como el mecanismo para hacer valer la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación; en el centro de su misión estuvo proteger a todo ciudadano de cualquier acto de discriminación que le impidiese derechos y oportunidades. Sin embargo, más rápido de lo que esperado, el CONAPRED se volvió una instancia de propaganda y estandarización del comportamiento humano y de las instituciones. Más que el trabajo concreto con víctimas de discriminación, el Consejo se erigió como autoridad homogenizadora de pensamiento, lenguaje, ideología y mecanismos de control y sanción, incluso en los sitios donde jamás había existido discriminación.
La respuesta ante la discriminación no está en la estandarización de sociedad a la que aspiramos ser (tolerante, pacífica, plural, democrática) sino en el reconocimiento de la dignidad de la vida humana en todas sus condiciones y el acompañamiento a los que han sido vulnerados. El CONAPRED fue parte del gran avance democrático para visibilizar esa dignidad humana muchas veces machacada bajo los engranes del sistema dominante ya fuese político, cultural o económico; y, sin embargo, no han sido pocos los episodios en que este organismo ha sido señalado por su intromisión ideológica para intentar censurar y controlar derechos humanos fundamentales como la libertad de expresión y la libertad de conciencia.
Este es el debate que urge dentro y fuera del CONAPRED. Porque asistimos a una época donde millones de personas participan activamente de la conversación social; producen, consumen, deciden y actúan en la extensa trama de una narrativa que se hila más allá de las relaciones y el contacto personal; porque en el camino a lo deseable siempre está el desengaño de lo posible. Y allí también habrá descartados, damnificados de las nuevas tentaciones hegemónicas; historias que caen y caerán siempre por la cisura del tejido social.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe