La Constitución de 1854 y la crisis de México
En su famosa película ‘The dark knight’, Christopher Nolan, recupera una sazón casi perdida de la narración clásica grecolatina: la tensión entre el protagonista y el antagonista es simétrica; las metas y objetivos de ambos son idénticos; sus virtudes, cualidades y defectos son incluso semejantes; quizá sólo les distinguen los medios y sus principios éticos. Sus convicciones, sin embargo, son impertérritas, tercamente inflexibles.
Traigo a cuenta lo anterior porque los conflictos contemporáneos tienen ese grado de peligrosa tensión. Muchos de los radicalismos narrativos y políticos que se advierten por toda la esfera de discusión actual son alarmantemente semejantes; es el caso de la polarización ideológica-nacionalista que complica la guerra en la región eslava.
Durante su estancia en Malta, el papa Francisco aseveró en su discurso central: “…una vez más algún poderoso, tristemente encerrado en las anacrónicas pretensiones de intereses nacionalistas, provoca y fomenta conflictos”. La mayoría de los medios informativos occidentales no dudaron en asegurar que el pontífice miraba al presidente ruso, Vladimir Putin, con esta acusación, pero otros sectores también afirman que si alguien ha exacerbado la gesta heroica nacionalista ha sido el presidente ucraniano, Vladimir Zelenski.
Las palabras de Francisco además, también podrían señalar a los líderes religiosos de las iglesias ortodoxas involucrados en este conflicto político. Epifanio I, patriarca de Kiev de la Iglesia ortodoxa de Ucrania independiente que se asienta en la histórica sede donde el príncipe Vladimir I se convirtió y convirtió al pueblo eslavo al cristianismo, ha instruido a sus feligreses sobre la posibilidad de ‘asesinar a soldados rusos’ porque “Nosotros, como nación, aunque no deseamos la muerte a nuestros vecinos, si ellos vienen a nuestra patria, defenderemos nuestra tierra y, protegiéndonos, no cometeremos un pecado”.
Por su parte, el patriarca de Moscú y de toda Rusia, Kirill I, cuyo nombre secular es Vladimir Gundiáyev y es el histórico heredero del desarrollo de la iglesia ortodoxa rusa que Vladimir I encendió en la Kiev de Rus y que sobrevivió a pesar de los actos de persecución religiosa promovidos por Vladimir Lenin, ha ‘bendecido’ las acciones bélicas de Putin desde la convicción de que ‘un sólo pueblo ruso, la Santa Rusia’ debe ser defendido del insidioso pecado que trae Occidente: “…como en la Edad Media, deseando debilitar a Rusia, varias fuerzas empujaron a los hermanos unos contra otros… Nosotros, siendo personas pacíficas, amantes de la paz y modestas, estamos al mismo tiempo dispuestos, siempre y en cualquier circunstancia, a proteger nuestra casa, nuestra patria”, dijo Kirill a los militares de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa.
Finalmente, Onufry (de nombre secular Orest Vladimirovich), el primado metropolita de la Iglesia ortodoxa ucraniana del patriarcado de Moscú, quizá ha sido el líder religioso que más aboga por el cese de la guerra pero en sus discursos también se asoman narrativas nacionalistas: “En estos trágicos momentos, expresamos especialmente nuestro afecto y apoyo a nuestros soldados, que custodian, protegen y defienden nuestra tierra y nuestro pueblo».
Al igual que el ejemplo narrativo de Nolan, las tensiones ideológicas y espirituales que fomentan el conflicto en esta guerra son simétricas porque la búsqueda es la misma: ¿Qué entienden estos pueblos eslavos por ‘nacionalismo’? ¿Qué constituye la ‘identidad’ de su ‘patria’? ¿Hasta dónde pueden marcar la frontera de lo que entienden como su familia’, ‘su pueblo’ o su gente’? ¿Por qué todos los ‘Vladimires’, los hijos de Vladimir o herederos de Vladimir, en esta guerra luchan por la misma heroicidad patriótica? (Por cierto, como dato curioso el origen etimológico del nombre está compuesto por la palabra ‘vlad’ que significa ‘dueño’ y cuyas derivaciones son gobernar, subyugar y administrar, tener ‘derecho a algo y potestad’. Vladimir significa ‘Señor del mundo’).
Volvamos a la narración del cineasta; Nolan propone que lo único que parece distinguir al protagonista y a su antagonista son sus medios y sus principios éticos, pero ambos luchan por el ‘alma’ del mismo pueblo: Un pueblo que ‘necesita’ un símbolo, una convicción tatuada a fuego; para el primero, ese símbolo es un deseo de orden y paz; para el segundo, el deseo es el caos y la autopreservación.
En el filme, el verdadero triunfo del bien sobre el mal no es el de Batman contra el Joker, el triunfo es el del pueblo (ciudadanos libres y criminales convictos) que prefiere aceptar el inminente e injusto sufrimiento antes de procurar la muerte sobre el prójimo. El triunfo es el del pueblo que finalmente se libera de aquello que José Emilio Pacheco describió con horror: “Somos el ganadito del poder, la tierra entera es su dehesa. Somos el ganadito del poder que marca a fuego, castra, doma, separa, ordeña, unce, subyuga, mata de hambre, explota y finalmente envía al matadero y devora”.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe